Hoy es el cuarto domingo de Cuaresma
(ACI) Este 11 de marzo la Iglesia celebra el cuarto domingo de Cuaresma. El Evangelio del día corresponde a la lectura de Juan 3:14-21, pasaje en el que Jesús narra la historia del ciego de nacimiento.
A continuación puede leer el Evangelio y la homilía del Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile), Mons. Felipe Bacarreza Rodríguez:
Evangelio del día Juan 3:14-21
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que creee en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
Homilía de Mons. Bacarreza:
El Evangelio de este IV Domingo de Cuaresma nos ofrece parte de la conversación de Jesús con el magistrado judío Nicodemo, el que vino a verlo de noche durante su primera estadía en Jerusalén. En estas palabras Jesús hace a Nicodemo una revelación asombrosa: el hombre es capaz de poseer la vida eterna. Y, además, le enseña el modo de obtenerla. Lo repite dos veces. Ambas parecen idénticas; pero no lo son, como veremos.
En la primera ocasión Jesús dice: “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga, en él, vida eterna”. Jesús habla en tercera persona de un personaje a quien llama “el Hijo del hombre”. Pero está hablando de sí mismo. (También está hablando de sí mismo Samuel, aunque usa la tercera persona, cuando dice: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”). Jesús usa esta expresión para referirse sí mismo, cuando quiere acentuar su forma humana, pero sin que se olvide que él adoptó esa forma vaciándose de su forma divina. La vida eterna la tiene el ser humano únicamente en él, en esa forma suya despojada de su gloria y, además, elevado en la cruz: “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre”. El que cree, entonces, ya sabe a quién le debe la posibilidad de tener la vida eterna. Ésta no es el resultado de su esfuerzo limitado ni mérito suyo, sino un puro don que se le concede gracias al mérito infinito del sacrificio de Jesús en la cruz.
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