“El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada”
Evangelio según S. Juan 8, 21. 23b-30
Dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados; pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él
Meditación sobre el Evangelio
Esperando andaban al Mesías, al Cristo; Israel desde siglos, ellos desde su infancia. Actualmente habitaba entre ellos y lo desperdiciaban. Su permanencia ya sería breve, pues se iba. Ellos seguirían esperando al Cristo, lo buscarían en cualquiera que ostentase señales insólitas, volverían los ojos en todo momento crítico atisbando si aparecía. Morirían en su pecado, tercos en repudiar al Cristo auténtico y, envenenados contra su mensaje. No irían a donde Jesús iba; es que ni podrían ir: Al cielo, vida eterna y seno del Padre.
¿Quién eres Tú? le interrogaron. Son desesperantes los tozudos por malévolos; cien veces les explicarás y cien veces volverán a las mismas dificultades ya respondidas, a los mismos problemas ya resueltos.
Habrá un día en que le alcen en la cruz; su muerte será tan expresiva, tan persuasiva, por lo que haga Jesús y por lo que haga el Padre, que muchos ojos se abrirán; será una explosión de luz para Israel y para el mundo, una lumbrarada del Corazón del Padre y del Hijo invitando a los hombres y mandándoles el Espíritu.
Su muerte en cruz será el refrendo de su doctrina del cielo, sellada como tal con su sangre; mensajero fiel que no pudo cambiar la doctrina por la vida, porque la doctrina no era suya, sino de Dios y debía conservarla como de más precio que la vida.
Mas Dios no abandona al suyo, sino que le excede en fidelidad y amor; a su lado está, nunca lo deja solo. Siempre está Jesús haciendo cuanto le encarga el Padre; por eso el Padre no sabe separarse de Jesús y lo tiene a su sombra o contra su pecho. Los hombres de tierra no saben lo que es eso: Eso es la esperanza. La esperanza es el amor que espera en el Amor, es el amor que vive arriesgándolo todo. Porque ama, arriesga; porque Dios le ama, gana; porque Él lo sabe, espera. Esperar es amor en riesgo, conociendo al Padre. El amor estaría dispuesto a perder, aun sin esperar; pero forzoso es su asombroso esperar, conociendo al Amor que es su Padre.
«Yo hago siempre lo que le agrada». Esta fue la gran dicha de Jesús, su gran fortuna en el tiempo, como lo fue siempre en la eternidad. ¿Quién podrá sondear este océano de felicidad? Quien vaya aproximándose a «yo hago siempre lo que le agrada», vislumbrará en torrenteras de luz la profundidad de Jesús.Amar, amar, es lo que nos pide nuestro Padre, lo que Él obra toda la eternidad, lo que le agrada en el Hijo y lo que le agrada en los hijos, lo que le encanta. El Hijo porque le amaba a Él y a los hombres descendió a la tierra. Apareció Jesús. Apareció y enseñó. Enseñó, gozó y sufrió. Sufrió y murió. Por enseñar murió; para enseñar murió.
Nacido, empleado y consumido en caridad: «Yo hago siempre lo que le agrada». Muchos creyeron en Él.
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