“No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado”
Evangelio según S. Lucas 1, 5-9. 11-22. 24-25
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». Respondiendo el ángel le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento». El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente»
Meditación sobre el Evangelio
Se consideraba una desgracia, e incluso un castigo divino, el que un matrimonio no tuviera descendencia, y no pudiera continuar por él la genealogía familiar. Esto sigue ocurriendo hoy en algunas culturas. Así se encontraba Zacarías, aunque no lo veía todo perdido, pues conocía sobradamente las actuaciones de Dios en casos similares de la historia de su pueblo Israel: Abrahán y Sara, padres de Isaac; Manoj y su mujer, padres de Sansón; Elcaná y Ana, padres del profeta Samuel; … Y desde hacía ya muchos años, le impulsaba la esperanza a rogar, a pedir a Dios que le concediera un hijo.
El tiempo iba transcurriendo en su contra. Isabel, su mujer, y él, eran ya de avanzada edad. Pero Dios no desoye nunca la oración perseverante llena de esperanza, aunque la apariencia a veces sea de que esté como dormido, como sordo a la súplica (como describen muchos salmos basados en experiencias de vida), y, en ocasiones, obra en extremo, contra toda esperanza natural, biológica, y a la contra del tiempo, fuera de toda lógica humana, dando con ello a conocer quién es el Dueño y Señor de la vida, del natural y sobrenatural acontecer, y mostrando que la fe perseverante en él no queda fallida (como también narran muchos salmos e historias bíblicas). Y le sale al encuentro. Elige Dios (“Le tocó en suerte a él entrar…”) un momento del normal desarrollo de su actividad sacerdotal en el que Zacarías va a estar solo ante él…
Al obtener a través del ángel la respuesta divina a su oración, duda de que ya pueda suceder. Es la fe el cordón umbilical por medio del cual nos materniza Dios nuestro Padre, pasando su vida a nosotros; haciendo posibles los más inimaginables imposibles. Basta que sea perseverante, impregnada de una esperanza cierta; y, mientras él a su tiempo y manera se ocupa de nosotros, nosotros nos ocupemos de las necesidades de cuantos nos rodean. Es la que hace posibles todas las manifestaciones de su amor. (“Vosotros buscad que reine el amor, y lo demás se os dará por añadidura” —Cfr. Mateo 3, 33—; “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería” —Lucas 17, 6—). Si a Dios le damos lugar en nuestro vivir de cada día, él se lo toma y actúa: ¡lo está deseando!
Lo primero que hace el ángel Gabriel en su aparición es tranquilizarlo ante su gran temor (“No temas”). Dios trae siempre su paz. Inmediatamente le refiere la buena noticia. Luego da instrucciones de parte de Dios, habla del niño, de su misión, y anuncia alegría para todos. ¡Qué diferentes los planes de Dios con cada uno! Ahora con Juan, comparado con Jesús. Va a ser la transición de la Ley al amor: La voz que invite a la conversión de los corazones para preparar la llegada del Reino de Dios con su Mesías, reino de amor y paternidad divina. Conversión que él detallaba cuando, quienes le oían, le preguntaban qué tenían que hacer: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo…” (Lucas 3, 10-14).
Y para ser escuchada esa voz, según estaban el pueblo y sus dirigentes, convenía que fuera desde una austeridad de vida (“No beberá vino ni licor”; “Vestía con piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre” —Mateo 3, 4—). Austero y enjuto es el tallo del que nace la espiga que a todos alimenta. Austera y espinosa la rama del rosal que alumbra la rosa plena de delicada belleza, suavidad y exhalante perfume que a todos embriaga. Potente y austero el sonido de la trompeta que reclama la atención para la variopinta tonalidad de la sinfonía… Luego dirán de Jesús, para desprestigiarle, que era comedor y bebedor, porque comía con unos y con otros para atraer a todos al calor de su amor, para llevarlos al Padre; y él les echará en cara su voluntaria cerrazón de corazón, pues ni creyeron a Juan, con su austeridad, ni a él con su naturalidad.
Anunció Gabriel también que lo haría con el mismo espíritu y forma de ser de Elías, temperamental y terrible profeta para su generación por el celo que le consumía por el Dios Altísimo.“Se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno”, cosa que sucedió y de la que dio testimonio Isabel, madre de Juan, al ser visitada por María: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”.Los planes de Dios se abren siempre camino. Siempre se cumplen, tanto si el hombre colabora (así desearía Él) como si no, pase lo que pase. Y hasta el malo, sin quererlo ni desearlo (desearía más bien lo contrario), hace, misteriosamente, el juego a Dios, que de todos los males saca mayores bienes para los que le aman, que son aquellos que escuchan y cumplen su palabra. Zacarías era bueno, pero su duda le acarreó su mudez.
Corrección y amoroso castigo divino que trae consigo bienes para él (“Porque Dios corrige a quien ama y castiga a sus hijos preferidos, pues como a hijos os trata, y, ¿qué padre no corrige a sus hijos?” —Proverbios 3, 11-12; Hebreos 12, 7—). La interiorización de la experiencia vivida completará en él lo que faltaba a su fe dudosa, hasta quedar vuelto de todo corazón a Dios y totalmente agradecido, como mostrará alegremente tras la fiesta de la circuncisión del niño, llenándose de Espíritu Santo, entonando un cántico de alabanza.
“Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento”: Los planes de Dios siempre traen alegría al corazón de los hombres de buena voluntad.
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