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Martes 33º Tiempo Ordinario-Presentación de la Santísima Virgen 21-11-2017

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“Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”

Evangelio según S. Lucas 19, 1-10

Entró Jesús en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

 

Meditación sobre el Evangelio

Va derecho a Jerusalén. Por Jericó atraviesa deteniéndose únicamente para comer. Para algo más, le conduce allí el Espíritu, pues sistema suyo es lograr pluralidad de objetivos con la misma operación. El Espíritu miraba a Zaqueo y hacía Él inspiraba a Jesús.
Zaqueo sintió una gran curiosidad por ver al Maestro; avivábala el Espíritu, e inquieto, trató de conocerlo. Ignoraba que una fuerza amorosa le estaba trabajando y que, a poca voluntad que prestase, caería en los brazos de la Vida.

Se afanaba por verlo, pero no lo conseguía. Trepó al árbol, ansioso. Al fin oteaba el cortejo y se fijaba en el profeta; gozoso lo bebía con los ojos. Los suyos se le iban a Jesús hacia donde le tiraba el Espíritu, codicioso por demás de aquella oveja. Se detuvo al pie del árbol y le llamó por su nombre: Quería hospedarse en su casa. Bajó raudo del árbol y se aproximó jubiloso para ofrecerle casa y mesa.
El público lo tomó a mal. Menospreciaban a los recaudadores, los vilipendiaban, tildándolos de ladrones; los juzgaban casta de traidores, a Dios y a la nación. Muchos sacerdotes y personajes dignos residían en Jericó ¿por qué no ir a casa de ellos?

Reaccionaron como tantos, que consideraban la religión como un coto cerrado; intransigentes y rígidos para admitir, fáciles en condenar, difíciles para ser magnánimos y misericordiosos. Jesús sabía que, ni todos los que murmuraban, eran buenos como se creían, pues que era malo su corazón; ni que eran malos todos los que despreciaban, pues que era bueno su corazón. Proclamará reiteradamente, que no se ha de ir solamente al devoto, sino también al indevoto, con tal de que se le consiga algún provecho; y que, cuando el provecho es de orden espiritual, más habrá que ir al pecador que al justo, puesto que éste no necesita conversión. No hizo caso el Maestro a las hablillas que zaherían. Entró en casa de Zaqueo, comió y conversó con él. Le descubrió su reino, le explanó su doctrina, le enseñaba la caridad.

Zaqueo cual una esponja chupaba el agua y bebía las ideas del Maestro. Al acabar, de pie, resumió la lección aprendida: Amor, sí; en adelante mis ganancias las compartiré con los pobres, la mitad para ellos. Amor, sí; a los que he perjudicado les devolveré lo suyo; ni solamente lo suyo, compartiré lo mío dándoles cuatro veces lo que les dañé. ¡Amor!, ¿está bien entendido? Respondió Jesús: Hoy ha entrado la vida en esta casa. Refrendado por el éxito magnífico, exclamó: ¡Y que no me tolerasen trasponer el dintel de esta casa!; hijo de Abrahán es como todos ellos ¿por qué no le había de atender? Aunque me repliquen que es un perdido ¿no es precisamente lo perdido lo que he venido a buscar?

Todos estábamos perdidos, todos lo estamos, Jesús, ¿quién tendrá la desfachatez de encararse contigo, porque te mezclas con los perdidos? Nefastos falsos santos los que a todos nos condenarían, si ellos fuesen el juez. Bienaventurados los que tienen entrañas y no dudan meterse entre pecadores, para sacarlos hijos de Dios.

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