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Martes de la 4ª semana de Adviento.- 24-12-20224

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“Nos visitará el sol que nace de lo alto”

Evangelio según S. Lucas 1, 67-79

Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Meditación sobre el Evangelio

En su sordera y mudez, Dios no abandonó a Zacarías a su suerte. Tras el anuncio del ángel Gabriel, anonadado por su falta de fe, se refugió de todo corazón en Dios, “que no desprecia un corazón quebrantado y humillado” (cf Sal 50,19). Y fue abriéndose a la acción del Espíritu Santo, que iba llevando a su mente trozos de salmos y escritos proféticos acerca del plan salvador de Dios (del que su hijo Juan formaba parte) con su Pueblo Israel desde antiguo. Y tuvo en su casa la presencia añadida de María en los últimos meses del embarazo de Isabel. Así, llegado el momento, cumplió con la orden que le diera el ángel (“… y le pondrás por nombre Juan” —Lc 1,13—), escribiendo en una tablilla “Juan es su nombre”, por encima de tradiciones y costumbres. De inmediato se le soltó la lengua y bendecía, agradecido y lleno de Espíritu Santo, a Dios por sus magníficas obras, proclamando espontáneamente este hermosísimo cántico a la actuación de la Misericordia divina desde siempre, que la Iglesia denomina ‘el Benedictus’. 

“Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”. En aquel tiempo fue Juan quien preparó los caminos para la llegada resolutiva y redentora de Jesús salvador. Para tiempos sucesivos, cuantos vivan desde el Evangelio quedarán constituidos mensajeros de Jesús; sal, luz y fermento (“Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo” —Mt 5—) en medio de un mundo en el que muchos, a través de ellos, palparán el amor de Dios, conocerán al Padre y a Jesús. E irán abriendo a los demás —algunos de los cuales podrán estar apartados, e incluso ser contrarios a Dios, tal vez por no haber conocido al verdadero— los caminos del Señor. Estos mensajeros serán para los demás evangelio no escrito con palabras, sino con sus propias vidas; vidas sencillas, amando en sus ambientes. E irán “allanando senderos, rellenando valles, rebajando montes y colinas, enderezando lo torcido y haciendo de lo escabroso camino llano, para que toda carne vea y experimente la salvación de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (cf Lc 3,4-6 = Is 40,3-5; 1Tim 2,4). Serán portadores de esto sólo los que vivan desde la fe y la caridad, desde el verdadero amor (cf Jn 13,34-35), porque sólo así “brillará su luz delante de los hombres de manera que, viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos” (cf Mt 5,16).

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