“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”
Evangelio según S. Lucas 17, 7-10
Dijo el Señor: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Meditación sobre el Evangelio
Presenta ahora, un cuadro de su época, una escena usual de la sociedad, tal como estaba organizada. Ni aprueba ni condena las costumbres sociales de la época; se apoya en lo admitido de su tiempo, para que admitan una verdad de todo tiempo.
Existía la esclavitud, aunque mitigada, entre los judíos. Al regresar el esclavo de la labranza o pastoreo, se aplicaba a los servicios domésticos; ponía la mesa y servía la cena al amo. Era ocupación de todos los siervos, tarea corriente, mínimum de sus obligaciones. Situados en aquellos usos, y en aquella época, siervo que sirviera la mesa, no se enorgullecía de realizar famosos servicios al dueño, ni se inflaba de cumplir obras, más allá de su vulgar cometido.
Consideró Jesús a los circunstantes. Si fueran del todo suyos, no precisaría advertir que no se hincharan, pues quien ama al Padre, por maravillas que obre, todo le parece poco. Consideró a circunstantes esforzados en servicios de Dios, en austeridades y cumplimientos de su ley, creídos de sus méritos o tentados de creérselos, pobres fervorosos que no edifican sobre caridad; torturados con tentaciones vanidosas, o torturándose ellos para defenderse contra ellas, a menudo caídos en pavoneo y presunción.
¡A qué inflaros como si hicieseis algo de más! ¿Ignoráis que cuanto hacéis no rebasa un ápice lo que debéis? Os manda, y lo que manda, observáis ¿qué menos? Comparando vuestras realizaciones con lo que Él se merece, advertiréis qué poco podéis por Él. Siervos inútiles reconoceos, no porque no queráis, sino porque no valéis nada más; escuetamente hacéis lo que debéis, lo poquísimo que podéis.
Así machaca la soberbia posible y presumible de los que, por el camino del fervor, no la tienen desalojada y desaparecida por la caridad. La caridad no se pavonea, todo lo conceptúa poco, no se mira a sí. Para los que no están todavía en caridad o gazapean, sienta un principio que los proteja de gloria vana y de ridícula ufanía: Persuadidos de que, cumpliendo todos los preceptos y disposiciones de Dios, cumplís meramente con lo justo, y en nada os excedéis.
Al que mora en caridad esta verdad le resulta evidente y jubilosa. Al que no mora en ella, le sabe dura y ácida. Y es que fuera de la caridad, la virtud raspa como lija y abruma como carga.
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