“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”
Evangelio según S. Juan 6, 52-59
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron. El que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Meditación sobre el Evangelio
El auditorio cerrándose, erizándose como la bola de un erizo, retrocedía de él: «¿Cómo puede darnos a comer su carne?».
Remachó el Maestro su afirmación, porque no cupiese duda. No entendiendo cómo, debieron prestar fe, que ya Dios aclararía la manera de realizar este comer la carne y beber la sangre. Pero es la fe en ocasiones tan delicada que un golpe la quiebra y unos grados de frío la marchitan; la manaza que sujeta una estaca, aja un pétalo; la abeja sobre el néctar de una campánula, y el rinoceronte la aplasta. Cierta finura requiere la fe, y extremada algunas cosas de ella.
¿Por qué se arriesgó Jesús a afinar tanto? Bien había preparado el momento con la multiplicación de los panes en la época de su máxima aceptación. Cuando advirtió el gesto de oposición hubo de seguir adelante; si entonces no ¿cuándo?; hablaba no solamente para los que se opusieron, sino para los que aceptan; ni solamente para los presentes, sino para todo el mundo. Hay ocasiones en que Dios inspira se siga adelante, se descubra el velo; que se fuerce al titubeante, ambiguo, tibio, a que se defina, y al malo a que se enfrente con su maldad y se aconciencie de ella ¡ay! con una conciencia que de no vomitar el veneno le embravecerá más hacia su condenación.
«Quien me come mora en mí yo en él». Vive el Padre y yo vivo por el Padre; el Padre me envía, y su vida que está en mí resplandece; todas mis acciones, mis decires, es el Padre que en mí hace y dice, acaricia y regala, promete, amenaza y bendice.
Así quien me come… Pone Jesús la comunión como ápice de la fe, que es adhesión a su palabra; mas este comer se refiere a toda la fe, representada ahora en la comunión que es adhesión física a la Palabra, adhesión corpórea amorosa, símbolo y alimento de la adhesión del Espíritu a esa Palabra infinita que se hizo carne y es Jesucristo. Así quien me come vive en mi vida y de mi vida; todas sus acciones, sus decires, soy Yo que en él hago y digo, acaricio y regalo, ruego, trabajo y bendigo.
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