“El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas»”
Evangelio según S. Lucas 5, 17-26
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el Profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”».
Meditación sobre el Evangelio
El público se abalanzó a verlo, agitado por la popularidad del personaje, ¡resultaba tan seductor contemplar un profeta, presenciar sus milagros! Porque el Padre los atraía con el señuelo de los milagros; lo malo sería si quedaban en esa arrebatada curiosidad de novedades. Dios jalonaba los pasos de Jesús con portentos para que atraídos los hombres, le escuchasen. La fuerza del Espíritu le impulsaba aquellos días a rociar milagros.
El enfermo y los que lo transportaban ostentaron una fe completa. Aunque fuera por el tejado, descolgarían al paralítico. Puesta la esperanza, lo demás corre de cuenta de Dios. La esperanza aquella no era seca, en un egoísmo que requiere un favor; era jugosa de afecto, puesto que Jesús le perdonó sus pecados. ¡Qué estremecimiento de dulzura en Jesús al contemplar la fe que pone en Dios y en él! «Confía hijo»; dos palabras, de aliento y de madre. Enseguida un don inesperado: «tus pecados te son perdonados»; le encauza la atención a lo más importante, no se estanquen en meras curaciones, sino crucen a ser de Dios. Las necesidades corporales sí las quiere solucionar, porque el Padre cuida nuestro cuerpo como cuida los pajarillos; pero más quiere transformarnos en seres de su Espíritu.
Obstruyen algunos al Maestro la continuación pacífica de su adoctrinar. El pueblo escucha sin prevención; pero ciertos directores espirituales estaban cerca y vigilaban; le miraron, protestando en su mirada la frase de Jesús: ¡Era una blasfemia! Difícilmente se puede continuar la predicación con tales cuñas en el auditorio; aunque no abran los labios se los siente gritar su protesta, escupir desde lejos. Jesús con una lucidez penetrante, se percató del juicio temerario, venenoso, que formulaban contra Él.
Se volvió para removerles de su infamia, abrirles un sendero hacia la verdad: «¿Por qué pensáis mal de mí?». Iba a curar al paralítico por amor al pobrecillo y para confirmarle que la fe en Dios no queda fallida, esa sería a la par una lección para todos.
¿Qué es más fácil, decir «te perdono» o «te curo»? Decir «te perdono», responderéis, es fácil decirlo, porque no es fácil comprobarlo; decir «te curo», confesaréis que no es tan fácil decirlo, porque si el enfermo no cura, queda en evidencia el que se jactó fanfarrón.
Resultado de la curación. En el paralítico, glorificar a Dios. En el pueblo, ensalzarle igualmente, porque tanto poder daba a Jesús. En los doctores, nada.
(73)