“Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”
Evangelio según S. Lucas 21, 34-36
Dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Meditación sobre el Evangelio
Estas instrucciones sobre la perseverancia cotidiana en un buen proceder según su evangelio, no las comunicó todas hoy el Maestro, sino que los evangelistas las reunieron aquí junto a la incertidumbre de la venida de Cristo a la postre del mundo. Por motivos catequísticos.
Con toda la parábola insiste en que seamos precavidos. Jesús repetía sus ideas para que se fijaran; además, porque tenía que enseñar mil veces el mismo mensaje a distintos públicos.
La parábola que ahora utiliza es la de un señor que parte a un viaje corto, de veinticuatro horas. Interesa mucho cierto trabajo, urge extremadamente y quiere verlo terminado a la vuelta o muy adelantado; durante la noche hay que seguir en el empeño. El portero debe atender la puerta para cuando regrese; los demás, cada uno a su cometido. ¿Llegará a las 9?, ¿a las 12?, ¿a las 3 de la mañana?, ¿a las 6?
Si alguno flojamente se echase a dormir diciendo: Que trabajen los otros, que a mí me apetece la cama; ya me las arreglaré para que, cuando regrese el señor, me encuentre haciendo como que trabajo… A éste lo pescará dormido, abandonado el trabajo.
Individuos que abandonan la obra del evangelio, los que desasisten al prójimo, se recuestan a su conveniencia y duermen en su gusto, calculando levantarse poco antes de que comparezca el Señor a examinarlos, serán pillados en su maldad.
Por eso recomienda que mantengan despierto el corazón, ágil y laborioso con todos los hombres; no dejen que se aletargue en la disolución de costumbres ni en las preocupaciones terrenales.
Evidentemente el corazón se inutiliza para los otros cuando el sujeto se enfanga en vicio; todavía puede conservar algunos rayitos de amor, diversas atenciones al prójimo, pero el sol que debe ser, está apagado.
Importa aún más recapacitar en que a muchos las preocupaciones de estudios, oficios, ganancias, afanes públicos, políticas, absorbimientos familiares, les sacan de la caridad. Apellídalo el Maestro en la parábola del sembrador: «la solicitud de las cosas temporales», y en ésta «las preocupaciones de la vida».
Mantened vuestro corazón despierto, vuestra caridad en acción, para escapar a tantos males como se ciernen sobre los malos. Gran dicha «comparecer seguros ante el Hijo del hombre». Temor no le hay en el amor, exclama San Juan, y añade refiriéndose a la caridad: «Estamos seguros en el día del juicio, porque como Él fue, somos también nosotros».
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