“Empezó a sentir tristeza y angustia”
Evangelio según S. Mateo 26, 36-42
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
Meditación sobre el Evangelio
Jesús, en la última cena, a pesar de saber lo que se le viene encima, está pendiente de los suyos, y no de sí mismo. Los trata con todo cariño y ternura, adaptándose a su entender, y les deja el resumen y compendio de su mensaje: su Mandamiento del amor.
Al acabar la cena se encaminó, como era su costumbre (Lc 22,39; Jn 18,2), hacia el Huerto de Getsemaní (de los Olivos), rezando y cantando los salmos pascuales (cf Mc 14,26), y comenzaron a tomar cuerpo y hacérsele sensibles e intensas ciertas tentaciones. Reacciona buscando, ansiando acudir a la oración para refugiarse en su Padre, porque tiembla de espanto (Mc 14,33) y angustia ante lo que llega: su Pasión y muerte; y le invade la tristeza. ¡Cuán hombre se le ve aquí a Jesús!, que, además de cien por cien Dios, es cien por cien hombre, y, antes de su venida al mundo, el Padre determinó que como tal funcionase aquí en la Tierra, aceptándolo libremente el Hijo, quien, “a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre (“Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” —Lc 2,52—), se abajó, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Ef 2,6-8). Para ser en todo modelo nuestro [Invito al lector a que lea Heb 2,10-18; 5,7-10; y Hch 2,22], porque fue en todo igual a nosotros menos que, pudiendo pecar, no pecó.
Era como tú y como yo. Y era asediado por tentaciones, como tú y como yo. Y mucho más que tú y que yo, porque, al ser el mejor de los buenos, el hombre que Dios tenía pensado antes de la Creación que fuera el hombre, pero que éste no llegó a serlo porque pecó (Jesús es ‘el nuevo Adán’ —CIC punto 411—), fue atacado (así lo permitió el Padre para liberarte a ti, a mí,…) por el peor y más poderoso de los malos, el mismísimo Satanás, que intentó derribarlo para que desistiese de llevar a cabo el plan salvador del Padre con el Hombre. O, de no conseguirlo, al menos desviarlo levemente. O, si tampoco, disminuirlo, de manera que no quedase del todo realizado, o se realizase no como era la voluntad del Padre.
Ante lo que se le viene encima, se siente niño impotente (“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” —Mt 18,3—; él vive la propia doctrina que predica; él es el Evangelio viviente), y corre a refugiarse plenamente en su Padre. Se ve ‘nada’, y corre a la oración en busca del que lo es ‘todo’: su Padre. Y, como cuando tú y yo estamos angustiados y pedimos a nuestros amigos que se unan a nosotros en oración ante Dios por aquello que nos preocupa, eso mismo hizo él, llevando consigo a sus íntimos, aleccionándolos e instándolos de camino a que se fortalecieran orando, como él mismo iba a hacer, para no caer en tentación en lo que también a ellos se les venía encima, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Porque la humanidad de Cristo no era ‘una cáscara’ en que se encierra un Dios. No ‘parecía hombre’, e inmerso en apariencias humanas ‘hacía como si hiciese’: aprendía como si aprendiese; era tentado pero no de veras, sino como si lo fuese; era incapaz de desfallecimientos, tristezas, dolores, sufrimientos, hastíos, viendo siempre todo claro sin tener que acudir a la fe porque todo lo tenía en su mano; creía como si creyese; etc. etc. ¡No! ¡Él es realmente hombre!; ¡hombre del todo!, y se espanta, y necesita la fuerza de lo alto para resistir, para fortalecerse, e intercede ante su Padre por si le suprime todo lo por venir, por si hay otras maneras incruentas de conseguir lo mismo…, porque uno le pide a su Padre Dios, como hijo que es, todo lo que ve y como lo ve, desahogándose con él, pero dejando abierta la puerta para que, si no coincide lo que le pide con su voluntad, él lo fortalezca para vivirla.
Él había dicho: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libre y voluntariamente» (Jn 10,18). Si Adán pecó desobedeciendo a Dios, Jesús entrega su vida con amor obediente al Padre y amor a nosotros los hombres. Mas esa obediencia voluntaria le lleva ahora a un combate terrible, entre su natural humano que quiere vivir, y lo que sabe es la voluntad divina, que es encaminarse a la muerte (ha llegado su hora; la hora del poder de las tinieblas; porque hasta entonces, nadie pudo echarle mano y detenerle). Iba a combatir abiertamente, aquí y en la cruz, contra la Fiera, de manera que soltase la presa (la Humanidad) que entre sus fauces tenía cogida, ofreciéndose él mismo como víctima, y así librarnos de ser engullidos por ella. Iba a vencer a la muerte muriendo (pero luego resucitando). Iba a vencer al dolor (físico, psíquico, espiritual), pasando por él en grado sumo. Todavía estaba a tiempo de huir, de salvar su vida, y al Padre acudía por si fuera posible que le librase de todo aquello. El poder de Satanás es enorme si Dios le deja (recuérdense las tentaciones que soportó en el desierto). La lucha en el Huerto fue atroz. Se calmaba un poco el ímpetu de las acometidas con su oración, e iba a ver a sus amigos, buscando consuelo y compañía, y verlos orar a la par de él, pero los encontraba dormidos, y volvía buscando refugio y calor en su Padre, ante nuevas avalanchas y oleadas de cosas inimaginables que le hacía ver y sentir el Tentador [de sus luchas aquí y en la cruz nos hablan proféticamente, por ejemplo, Isaías y algunos salmos —en particular puede leerse Is 52,13 hasta 53,12, y Sal 22(21)—]. Entre medias “se le apareció un ángel del cielo confortándole. Y entrando en agonía, oraba sin cesar con más intensidad” (Lc 22,43-44a) por mantenerse al lado del Padre y de su Plan, por que se cumpliese la Escritura (Mt 26,54). Era como si tuviera atados pies y manos a dos caballos que partieran a galope en sentidos contrarios… Ahí, el sufrimiento en quien tantísimo ama a Dios es desgarrador, inconcebible, sintiendo como si se desgajara, como descoyuntarse internamente, como si se le partiera el alma… ¡Cómo no sería esa lucha interna que “su sudor era como de gotas espesas de sangre (*) que caían hasta la tierra”! (Lc 22,44b).
Alguna leve idea podemos hacernos de una lucha tal, cuando sufrimos alguna contrariedad, algún contratiempo que nos hace tener que asimilar una situación que no queremos, contraria a nuestra voluntad… ¡Por eso él siempre nos sirve de modelo! ¡Por eso nos comprende perfectamente, porque ha pasado por ahí en grado extremo! ¡Por eso él media ante el Padre por nosotros si acudimos orando al Padre o a él en tales circunstancias! ¡Por eso “el hombre Cristo Jesús” es Sumo Sacerdote mediador entre nosotros y el Padre!: “Hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó voluntariamente en rescate por todos” (1Tim 2,5).
Pudiera parecer que su oración no hubiera sido escuchada por el Padre, pero lo cierto es que la escuchó. Tenemos detalles: Lo fortaleció de tal manera, que al llegar Judas con la tropa a prenderlo, y cortar Pedro la oreja a Malco, criado del Sumo Sacerdote, Jesús, curando a Malco, dijo con firmeza a Pedro: “El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber? ¿Piensas tú que mi Padre no me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles si se lo pidiera?” (Jn 18,11; Mt 26,51-54); y además, no teniendo más remedio que pasar por su Pasión y muerte (misterios del amor de Dios), el Padre le acortó el tiempo de sufrimiento en la cruz. Lo sabemos porque Pilato, que entendía de crucificados, y vio el estado en el que Jesús iba camino del Calvario, cuando José de Arimatea le pidió el cuerpo de Jesús, “se extrañó de que hubiera muerto ya”, y tuvo que preguntar al centurión, que se lo confirmó (Mc 15,43-45). Estuvo vivo lo justo y necesario hasta completarse, según Dios, la Obra Magna de la Redención.
¡¡Gracias, Jesús, gracias por tan inmenso amor; por amarnos hasta el extremo!!
¡¡Oh Padre nuestro, concédenos tu Espíritu Santo para que, por medio del Evangelio, arraigados y fundamentados en la caridad, en el amor, podamos profundizar internamente llegando a conocer y comprender la anchura, longitud, hondura y altitud del amor de Cristo Jesús, que supera todo entendimiento, y el gran misterio de su humanidad!! (cf Ef 3,18).
(*) Fenómeno natural —hematidrosis— que puede darse en una persona en condiciones de estrés físico o emocional extremo.
(218)