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Domingo 7º de Pascua, solemnidad de la Ascensión del Señor.- 21-05-2023.

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Id y haced discípulos a todos los pueblos

Evangelio según S. Mateo 28, 16-20

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Meditación sobre el Evangelio

Los once fueron como una piña al monte de Galilea que Jesús les había indicado. Todavía algunos dudaron al verlo. ¡Cuánto le cuesta a Dios obtener y hacer crecer la fe en sus hijos! Él ha querido que un hijo suyo aquí en la Tierra lo sea poco a poco por medio de esa combinación de don suyo y colaboración de la voluntad del hombre que se llama fe; por ese fiarse, confiar plenamente. Así Cristo, y María, y José, y Abrahán, y… (cf Heb 11). “El justo vivirá por la fe” (Hab 2,4); por la fe que se manifiesta activa en la práctica del amor (Gál 5,6b). Y a pesar de algunos dudar, Jesús se acerca y se dirige a todos. No es menos cierto que, dudando y todo, allí estaban. Dudan, pero siguen. Dudan, pero perseveran… (“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” —Jn 6,68— ). Y ese perseverar a pesar de las dudas, es lo que les irá adentrando más y más en los terrenos de la fe profunda. A Pedro encomendó Jesús la labor de ayudar a los demás en la fe: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, cuando te hayas convertido, confirma (en la fe) a tus hermanos” (Lc 22,31-34).

“Se me ha dado todo poder…”: Todo lo recibe del Padre; desde la eternidad, durante su estancia en la Tierra como hombre, y continúa recibiéndolo… Ahí reside su grandeza; ésa es la impronta de su ser; ése su gozo infinito: ser Hijo del Padre, recibiéndolo todo de Él. Y por voluntad del Padre por él asumida (cf Jn 4,34; Lc 22,42-44), “aun siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios, sino que se rebajó a sí mismo hasta ya no ser nada, tomando la condición de esclavo, llegando a ser semejante a los hombres. Y habiéndose comportado como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo engrandeció, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo. Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre”. ¡Cuánto encierra y emociona este trozo de San Pablo a los Filipenses (Flp 2)…!

Y asumido el poder que le ha sido otorgado, lo ejerce para más amar, enviando a los apóstoles con una misión concreta al mundo entero y para todos los tiempos: Id a todas las gentes y enseñadles de palabra y de obra, con vuestro vivir, el Evangelio de la Vida. ¡Cuán diferente empleo suele hacerse en el mundo de cualquier forma de poder…! (“¿No sabes que tengo poder y autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” —dijo Pilato a Cristo—. “No la tendrías sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto” —le respondió él—… Y Pilato la ejerció, pero cobardemente, para crucificarlo, a pesar de quedarle clara su inocencia… No quería jaleos, ni perder su puesto…).

“Haced discípulos a todos los pueblos”: No se trata de hacer como los líderes de la tierra, que van queriendo convencer y atraer a su partido a las gentes, buscando denodadamente seguidores y votos para disponer de una masa ingente de aborregados con vistas a ejercer sobre ellos su caprichosa influencia… ¡No! ¡Él no es así! ¡En su Reino no ocurre así! ¡Quienes hayan gustado y vivido sus palabras, lo saben muy bien! Que una buena madre que se precie no busca su propio beneficio en la educación de sus hijos, sino que gasta su propia vida en educarlos para que encuentren la auténtica felicidad, abriéndoles caminos para que cada uno desarrolle sus cualidades y vaya ocupando su lugar… (¡Y cuánto ellos así se sienten amados…!). Y ese buscar el bien de sus apóstoles se manifiesta, en Jesús resucitado, expresándoles una y otra vez el amor que Dios les tiene a través de él, que por ellos se desgastó, murió y resucitó; e instándoles a que vivan su doctrina (vivir es la mejor manera de transmitir), el Evangelio, que todo resuelve, para luego enseñarla a todos los pueblos desde su propia vida (“Enseñadles a guardar todo lo que os he mandado”), y puedan acudir a él todos los que estén cansados y agobiados, que él los aliviará; y aprendan de él, que es manso y humilde de corazón, y encuentren así descanso para sus almas, porque su yugo es llevadero y su carga ligera (cf Mt 11). Y, sobre todo, les muestren y enseñen con su vivir el mandamiento nuevo: “amaos unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros”, que es y será el distintivo inequívoco por el cual todos conocerán a sus discípulos: lo serán si se aman, si aman. Que tengan siempre presente que Dios es su Padre, para que se confíen a él como hijos, como niños, pues él está pendiente de ellos; tanto, que ni un cabello de sus cabezas se les caerá sin Su consentimiento. Y a confiar, como Jesús confió en él, cuando ‘se les caiga alguno’, porque a buen puerto les llevará, como le llevó a él, que siempre le sacó de tentaciones y apuros y le protegió, y, cuando todo se le puso en contra, era porque había llegado ya su hora, no acabando su vida con la muerte, sino que le llevó a la resurrección.

“No os dejaré solos. Estaré con vosotros, y luego con ellos, todos los días hasta el final de los tiempos”; del tiempo de cada uno y de todos los tiempos… Me tendréis, me tendrán, realmente, de muy diversas maneras: cada vez que dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré en medio de ellos; en la Misa bajaré, y estaré presente en el pan y el vino eucarísticos; también estaré en mi Palabra (el Evangelio); presente en los otros sacramentos; morando en los corazones, según aquello que os dije: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23); estaré también en el amar y cuidar a vuestros hermanos, que son también parte mía, actuando unos con otros como en un mismo cuerpo los miembros sanos ayudan a los que están doloridos y enfermos…

Y por último, volved a insistirles en lo que yo os insistí: “Esto os mando: que os améis unos a otros”; ¡que améis!, que así es como el Bautismo se vuelve operativo.

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