“Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos que oiga”
Evangelio según S. Mateo 13, 1-9
Salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y lo ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra treinta. El que tenga oídos que oiga”
Meditación sobre el Evangelio
O tra vez el cuadro de inefable belleza: Jesús atractivo de las turbas, golosina de los oídos, fiesta de los sencillos. Su verdad persuade y encandila a las buenas voluntades. En muchedumbre se han extendido ante él, sobre la arena, para que les converse desde la barca. La barca la mecen las olas; las palabras del Maestro acarician al aire y mecen las almas. Les hablaba sentado; usaba Jesús mucho esta forma reposada y familiar.
Pero no todo es poesía; hay una vena trágica en el ministerio de Jesús. Los imbuidos de malignidad, los equivocados en conceptos espirituales (fácil presa de las tinieblas), los banales, gente sin fondo, con leve espolvoreo de religiosidad…. componen en el auditorio del Maestro una mayoría considerable.Hay que ir con tiento para no proporcionar armas a los peores, para aclarar conceptos a los errados sin perturbarlos, para provocar en los frívolos un meditar, que no un tirar perlas a la zahúrda. Se ve obligado al empleo de parábolas; con ellas la luz ve más luz, la buena voluntad se estimula buscando inteligencia, pregunta, medita, entrevé lo que no conviene ver de golpe, espera ulterior comprensión.
En cambio, el malo no halla asidero para su denuncia, el Maestro se protege y los imbéciles pasan el tiempo. Sobre todo, los que oyendo la doctrina la tomaban como un musiqueo novedoso, o la enjuiciaban como una novedad reprobable, se quedarían a ciegas, en noche cerrada, en oscuridad completa; pues las parábolas son plasmaciones de maestría consumada, que mientras componen lecciones para los hijos de la luz, resultan enigma y jeroglífico para los hijos de la tiniebla. Porque con la luz se ve más luz, pero sin luz se carece de cifra para descifrar a Dios.
A todos les dio noticia Cristo. Los unos avanzaron; cada vez la antorcha ardía más; con su andar hacia adelante cobraba altura la llama, se intensificaba su resplandor. Los otros se pararon a la entrada, vacilaron, estólidos se sentaron; la tea se entristecía mortecina. Se la quitaron. ¿Para qué dejársela inútilmente?: «A aquel que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».
Almas que oyen al Maestro, que oyen al Espíritu, cuanto más oído ponen, más verdades se les dan, más palabras del cielo se les descubren. Almas que no oyen, aun lo poco que inicialmente tuvieron se les quitará; porque, ¿para qué? No es sana inversión. Muchos eran adictos al Maestro, aunque todo al punto no comprendieran; buscaban intuición; tenían fe en él y llamaban a su puerta solicitando esclarecimiento.
Bienaventurados los que llaman a la Verdad y abren sus ojos a ella; con Jesús venía por entero.
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