“Le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Hablaba del templo de su cuerpo”
Evangelio según S. Juan 2, 13-22
Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás». Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y os obedecería».
Meditación sobre el Evangelio
El que tiene mucha caridad sabe cómo el amor es capaz de irritarse terriblemente. Al fin y al cabo, esa es la razón del infierno. Se irrita el amor contra los que conculcan al débil, machacan al prójimo, envenenan los ánimos, escandalizan al niño, arrebatan la verdad a los que la buscan, desamparan al pueblo. A los unos les dice Jesús: «Malditos, al fuego»; a los otros: «Que les aten un peñasco al cuello»; a los otros: «que son hijos del demonio», etc.
La caridad es brava; se mata por su amor. Por eso los que no aman son cobardes mientras puedan salir perdiendo; no se meten donde acaso zumben palos; abandonan a los demás a su suerte; miran por sí; son los que buscan su vida: «el que la busca la perderá».
Robaban a los hijos la casa de su Padre; robaban al Padre la casa donde estar con sus hijos. Lo que se construyó para el amor, lo usurparon para la codicia; con pretexto de servir a Dios, se servían a sí mismos y engordaban sus bolsillos, lucrándose de lo sagrado. Hacían feria de Dios. Donde los hombres debían crecer en amor, crecían en sordidez; donde debían ser unión de Padre e hijo, era chalaneo; con lo que debían criarse hijos de Dios, se criaban ladrones. Era una irrisión del Padre, una expoliación de los hijos, un escarnio.
El amor se levantó como la ola de una tempestad, para barrer aquella canalla. Por eso Jesús trenzó deprisa el látigo, volcó las mesas, los llamó ladrones. En la Escritura Dios apostrofó igual: «Hacéis daño al prójimo y luego concurrís a mi Casa; ¿acaso es mi Casa una cueva de ladrones?» (Jer 7, 1-11).
La fuerza psicológica de un hombre, en ocasiones, es enorme; así aquí con Jesús. Si a ello se añade un apoyarle parte del público y una influencia sobrenatural, es fácil explicarse el éxito. Nuestras obras obtienen a veces un resultado superior a los medios puestos en acción, porque Dios está con nosotros.
Se rehicieron más tarde los gerentes del Templo y se le enfrentaron. No estaban dispuestos a que un particular tomase tales iniciativas; debería someterse y respetar. Celosos de su autoridad, no se cuidan del amor ni de la verdad; la verdad son ellos ¡desdichada pretensión! Le reclaman una señal celeste que le garantice. Para las malas voluntades no hay prueba que valga. Seguirán en sus trece, aunque los convenzas.
Jesús ofrece una prueba desconcertante: reconstruir el templo en tres días. Son salidas de Jesús que dejan flotando el problema en el aire, y zanjan la discusión con un golpe inopinado. Son respuestas para que los que no quieren ver, no vean; y sin embargo enredarlos. Respuestas para que los de buena voluntad, vean; a éstos el Espíritu los ilumina. Se refirió a su resurrección del sepulcro. Palabras de Dios no se entienden todas al instante; hay que aguardar con la fe del amor el tiempo oportuno que Él sabe.
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