La bailarina Monique Singh deja el escenario y ofrece su vida al amor infinito de Dios
(Portaluz) Si la vida hubiera ido según lo planeaba, Monique, hija única de Barbara y Graham Singh, hoy estaría recorriendo el mundo como bailarina.
Para esta joven nacida en Taree -ciudad enclavada en la inmensa costa norte de Nueva Gales del Sur (Australia)-, la danza era algo más que un sueño, era su primer amor. “Es algo que cautivó mi imaginación durante la mayor parte de mis años de escolaridad y después”, relata al Catholic Leader, digital de la Arquidiócesis de Brisbane.
Terminado el Instituto, se entregó a su pasión estudiando en una escuela de danza en Sydney y al paso del tiempo su único anhelo era hacer carrera en la danza. “Hice audiciones y demás en el extranjero, porque es un mundo muy competitivo…” Sin embargo, sería otro su camino.
Tenía dudas sobre su futuro y pensó en dedicarse a la coreografía. “Cuando me sentía como si no supiera lo que estaba pasando en mi mundo, había una presencia muy fuerte diciéndome: estás justo donde debes estar ahora, tengo algo para ti”, recuerda y añade: “Solo después comprendí que era para llevarme a Brisbane a fin de conocer a las Hermanas, de lo contrario todavía no sabría de las Hermanas Canosianas”.
Años antes, cuando tenía dieciséis años, había tenido una experiencia similar de silenciosa inspiración de Dios mientras leía un libro.La idea de la vida religiosa se le hacía muy atractiva, pero como sólo había conocido a una monja, no podía imaginarse a sí misma como hermana, así que dejó de lado esa idea.
Cuando aceptó que su nuevo cambio de carrera era una realidad, Monique (en imagen arriba) decidió estudiar coreografía en Brisbane. Fue en el segundo año de carrera cuando oyó hablar por primera vez de las Hijas de la Caridad Canosianas, Siervas de los Pobres. “Creo que vi un folleto en la catedral y me dije: ¡oh, retiros, Hermanas Canosianas!, ¿qué es esto? Vamos”, confidencia.
Se sintió profundamente conmovida por la alegría de estas religiosas y aunque exploró otras órdenes, su corazón siempre se sintió en casa con las Canosianas. La llamada vocacional fue lenta y constante, un ejercicio diario de confianza en que Dios podría estar llamándola a la vida religiosa. Por un largo tiempo siguió dedicándose a la danza mientras se mantenía en contacto con las Hermanas. Su corazón se debatía entre dos mundos. “Estaba entre el mundo de la danza y el desarrollo de la vida espiritual, tenía que unirlos. Así es que me especialicé en danza sagrada. Fue entonces cuando empecé a dejar de controlar toda esta historia y a dejar que Dios hablara de ella”.
El año 2011 en sus 27 años, Monique entró al postulantado de las Canosianas y debió trasladarse para ello a Filipinas donde junto a otras jóvenes podría discernir la vida religiosa.
El 4 de julio de este año 2021, la Hna. Monique emitió sus votos perpetuos ante Cristo, su familia, sus amigos y sus Hermanas de toda la vida.
La vida como canosiana no podría ser más diferente a la vida como bailarina, pero para la Hna. Monique, las recompensas son aún mayores. “Todo lo que me ha llevado a este punto me sigue dando afirmación, valor, confianza, que todo estará bien si permanezco en Él, y seguir tranquilamente cada día con esa confianza es lo que me pide. Lo que me da a cambio es un amor infinito. Sólo me queda estar agradecida. Antes me daba bastante miedo, y estoy llegando a estar muy en paz sabiendo que es realmente Dios quien me llama a esta vida y que nunca me va a dejar, nunca me va a abandonar”, concluye.
Fuente: Catholic Leader
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