¿Reducir la población mundial salvará el planeta?
(Javier Lozano-Religión en Libertad) En estos últimos años y bajo el pretexto del cambio climático se ha vuelto a extender, con gran acogida entre las élites políticas y culturales, la idea de que en la Tierra viven demasiadas personas y que la reducción de la población es necesaria para salvar el planeta.
Este neomaltusianismo está calando nuevamente pese a que las predicciones que lanzaron en la década de 1960 y 1970, cuando esta ideología vivió un nuevo apogeo, se han demostrado erróneas y disparatadas.
El economista Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, ha sido uno de los últimos en alimentar públicamente la necesidad de reducir la población. Valorando los datos de la Oficina del Censo de EEUU sobre la ralentización del crecimiento de la población del país, el también columnista de The New York Times escribía: “¿Es la población estancada o en declive un gran problema económico? No tiene por qué serlo. De hecho, en un mundo de recursos limitados y problemas ambientales importantes, hay algo que decir a favor de una reducción de la presión demográfica”.
Con esta opinión Krugman se une a esta corriente ideológica que surgió en el siglo XVIII y que a pesar de sus errores repetidos una y otra vez sigue todavía hoy vigente y ganando espacio. Personas de relevancia mundial como Bill Gates llevan décadas defendiendo estas teorías e intentando ponerlas en práctica.
En un artículo publicado en la Foundation for Economic Education y recogido por Mercatornet, Saul Zimet analiza la falacia maltusiana de la que Krugman ahora se ha vuelto defensor.
Thomas Malthus, padre de una teoría que siglos después y pese a haber sido refutada sigue ganando adeptos
En primer lugar es importante conocer el origen de esta teoría. La idea de que una población humana más pequeña es necesaria por motivos medioambientales ha sido popular desde que el economista Thomas Malthus publicara en 1798 su Ensayo sobre el principio de población. En él argumentaba que cada parcela de tierra sólo podía producir una cantidad limitada de productos. Malthus supuso que si el crecimiento de la población continuaba sin una reducción drástica la gran mayoría de la humanidad inevitablemente moriría de hambre un siglo después de la publicación de su obra.
De hecho, a lo largo del siglo XIX, las predicciones de Malthus fueron refutadas de manera concluyente por las reducciones generalizadas tanto en la pobreza como en los precios de los alimentos a medida que la población continuaba aumentando.
Sin embargo, en las décadas de 1960 y 1970, cuando la población mundial era aproximadamente la mitad de lo que es hoy, las ideas maltusianas volvieron a cobrar importancia mundial. El biólogo de Stanford Paul Ehrlich se convirtió en una celebridad al alertar sobre el crecimiento de la población. Su libro de 1968, The Population Bomb, se convirtió en un éxito de ventas y obtuvo un gran altavoz en los medios de comunicación en los que afirmaba que no solo los alimentos, sino prácticamente todos los suministros de recursos naturales estaban al borde del colapso.
Sus predicciones incluían la muerte por inanición de cientos de millones antes de finales de la década de 1970 (incluidos 65 millones de estadounidenses), la ruina esencial de la India en su totalidad e incluso la inexistencia de Inglaterra para el año 2000. Pero quizás su pronóstico más llamativo, hecho en 1970, fue que “el colapso total de la capacidad del planeta para sostener a la humanidad” llegaría en 1985.
Otro caso muy llamativo y que con el tiempo se ha convertido en un gran bulo fue la novela antinatalista de Harry Harrison de 1966 Hagan sitio, hagan sitio, que sirvió de base para la película “Soylent Green” de 1973, donde presentaban un mundo horrendo para el año 1999, por culpa de la alta natalidad principalmente de los católicos.
En la novela de Harrison, que tuvo muchos adeptos, el planeta con 7.000 millones de personas en el año 1999, es un infierno… El calor sería insoportable, habría agua y electricidad en Nueva York solo a ratos, no habría combustible ni transportes, la comida estaría racionada, la gente haría cola por un vaso de cerveza; las galletas de algas subirían de precio cada día porque “cuantas más personas hay, más difícil resulta abastecerlas, cuanto más lejos hay que traer las algas, más caras”. Y los mensajes los llevarían mensajeros a pie, porque no quedaría gasolina.
Décadas después, ya en nuestros días, la ideología maltusiana se ha disfrazado principalmente de cambio climático. Y por ello activistas, supuestos expertos y hasta medios de comunicación abogan por familias con menos hijos, como si actualmente hubiera muchos, o directamente por evitar la concepción.
En 2017, El País y otros grandes periódicos publicaban un reportaje que titulaban: “Ten menos hijos si quieres luchar contra el cambio climático”.
“Dados los términos apocalípticos en los que algunos de nuestros políticos y medios de comunicación hablan sobre los riesgos del cambio climático, estos agoreros de la población contemporánea difícilmente pueden considerarse menos alarmistas que Malthus y Ehrlich”, explica Saul Zimet en su artículo.
Las predicciones de Malthus y Ehrlich resultaron ser tremendamente erróneas, y todo apunta a que la de los agoreros de hoy también. Aunque la población crece también evoluciona el ingenio humano, la tecnología y la ciencia.
Los precios de los alimentos han ido cayendo rápidamente desde que Malthus hizo sus predicciones en 1798, y la proporción de la población que vive en la pobreza absoluta ha caído aún más rápido.
Zimet recoge una investigación del economista Max Roser de la Universidad de Oxford, que dice que la ingesta global de calorías per cápita aumentó casi todos los años durante el período sobre el que Ehrlich hizo sus predicciones. Los datos muestran que entre 1961 y 2013, la ingesta de calorías per cápita aumentó de 2.196 kcal a 2.884 kcal, incluso cuando la población mundial casi se duplicó.
Sólo algunos ejemplos de avances científicos y en el cultivo desmontan estas teorías. Norman E. Borlaug fue un científico estadounidense de plantas cuya producción de cultivos de alto rendimiento y resistentes a las enfermedades le llevó a que le tildasen de responsable de la Revolución Verde.
Pero la innovación de Borlaug fue solo una de una larga tendencia de mejoras en la tecnología agrícola. A principios de ese siglo, en 1909-1910 se inventó el proceso Haber-Bosch por el cual Haber y Bosch obtuvieron un premio Nobel de Química. Su proceso facilitó la creación de fertilizantes sintéticos, lo que revolucionó las capacidades de los agricultores de todo el mundo y permitió alimentar a una población mucho mayor con la misma cantidad de tierras agrícolas.
A lo largo del siglo XIX, la industrialización también mejoró considerablemente la eficiencia de las tierras de cultivos. Peter Kropotkin en su obra publicada en 1892 La conquista del pan hablaba del impacto revolucionario que los invernaderos estaban teniendo en la agricultura: “Y, sin embargo, los hortelanos de París y Rouen trabajan tres veces más duro para obtener los mismos resultados que sus compañeros de trabajo en Guernsey o en Inglaterra”.
De este modo, Saul Zimet señala que “cada nuevo ser humano consumirá recursos, producirá emisiones de carbono y contaminará su medio ambiente hasta cierto punto. Pero cada nuevo ser humano también viene con una mente, fuente de posibles soluciones a estos problemas y muchos otros. Las personas cuya existencia futura temía Malthus conduciría a una hambruna masiva, en algunos casos, resultaron ser las mismas personas que revolucionarían la agricultura y prácticamente todas las demás industrias productivas”.
Las predicciones catastrofistas del futuro nunca tienen en cuenta las posibles variables futuras, ni los avances que se pueden conseguir. Por eso siempre yerran.
Julian Simon escribía en 1980 intentando desmontar las teorías maltusianas: “Agregar más personas a cualquier comunidad causa problemas, pero las personas también son el medio para resolverlos. El principal combustible para acelerar el progreso del mundo es nuestro acervo de conocimientos, y el freno es nuestra falta de imaginación. El recurso fundamental son las personas, personas capacitadas, enérgicas y esperanzadas, que ejercerán su voluntad e imaginación para su propio beneficio, así como con un espíritu de fe y preocupación social. Inevitablemente, no solo se beneficiarán a sí mismos, sino también a los pobres y al resto de nosotros”.
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