Creí que no necesitaba a María pero ella me escogió
Así es como una Virgen peregrina cambió mi vida
(Aleteia) Yo no elegí a María. No fui yo. Tal vez me hubiera gustado elegirla, pero no lo hice. No lo intenté siquiera, no lo sentía. Pensé que no la necesitaba, que no me hacía falta. Ahora, pasados los años, lo tengo claro. No sé bien cómo lo hizo, pero fue Ella la que me eligió a mí. Y me sacó de mi rutina, de mis hábitos, de mis miedos. Me abrazó por la espalda cuando yo no la buscaba.
Me habló de una forma tan sencilla… en lo pequeño, en una imagen peregrina que no conocía hasta ese momento, en una tierra extraña.
Y me dirigió su palabra, esa que sólo se escucha con el corazón, no con los oídos, porque es una brisa suave que apenas se siente. Debió gritarme entonces, a su manera, porque yo estaba sordo. Me habló sin palabras, me abrazó con brazos de ángel. Encendió un fuego dentro de mi alma, un fuego que yo hasta entonces desconocía. Me dijo que me quería sin yo saber lo que era el amor. No me lo había planteado. No sabía muy bien quiénes me amaban. Me eligió Ella, cuando yo no la había elegido.
Pensé que me bastaban mis fuerzas…
Yo no la necesitaba, pensaba en mi interior. Me bastaban mis fuerzas, mis planes, mis propósitos. Me bastaba mi espalda para llevar las cargas. Y mis talentos y mis dones.
Ella no era necesaria en mi vida. No me sentía débil siendo joven. Tenía la vida desplegada a mis pies y pensaba que yo solo me valía.
Aún no había sufrido la derrota ni me había herido la soledad. Pensé que sin Ella mi vida sería más fácil. Me equivocaba.
Ella sabía que solo no podría subir las cumbres y se quedó a mi lado. Permaneció junto a mí en forma de abrazo, de Virgen de madera.
Ella calmó mis miedos
En mis manos se irguió con fuerza por encima de todos los vientos que llenaban de temor mis pasos. Calmó mis miedos e hizo surgir la esperanza.
Un día, al bajar de un monte, me quebré en llanto y dije que sí, que necesitaba su abrazo en mi espalda y su mano en la mía.
Me adentré callado en su jardín sagrado. Con mis manos torpes, con mis pies ruidosos. Quise hacer silencio, no lo conseguía.
Pero poco a poco Ella calmó mis voces y mis gritos. Y logró que mi canto fuera melodía tenue.
La Virgen se quedó conmigo
Y me quedé con Ella. O fue al revés, Ella se quedó a mí prendida, mientras yo huía de mí mismo, de mis planes, de mi tierra.
Se enraizó en mi alma con fe inamovible. Y quebró mis resistencias y mis negaciones. Se abalanzó sobre mí mientras corría y detuvo mis prisas.
Es mi Madre princesa, mi niña bella, el espejo de la verdad, el sol naciente. Es la calma cálida que recorre mis huesos. La soledad poblada en la que me hablaba con voz queda y llena de canto.
Aprendí su lenguaje de signos y de guiños sagrados. Me enseñó en su jardín los caminos más secretos.
María me llevó a Jesús
Me condujo a su Hijo y me reveló sus sueños. Cuando yo no quería ser sacerdote Ella me lo dijo al oído.
Y yo me negué arguyendo mil buenas razones. El mundo me necesitaba de otra forma o era yo el que se resistía a asumir un camino nunca pensado.
Y me dejé querer como un niño en mi llanto suave. Ese que brota en mi alma cada vez que me quiebro. Al escuchar su voz de nuevo, o la de Jesús gritando.
Siento que soy yo el que ha sido buscado, amado, perseguido. Yo no busqué nada y me encontraron.
No pretendí ser nada y me lo dieron hecho. No quise seguir este camino y me vi caminando por sendas nunca pensadas.
Es mi Madre
Hoy miro a María de nuevo, conmovido y ciego. Ella es mi Madre, mi Niña más querida, la que me dice al oído que siempre estará conmigo.
Ya no temo la soledad de un mundo lleno de presencias extrañas y desconocidas.
Mis miedos profundos a veces me turban. La tomo en mis brazos, Virgen de madera, y sonrío con paz en el alma, me sostiene su mirada.
¿Acaso no es Ella la que me abraza sin que yo lo pretenda? Vigila mi espalda mientras cargo con piedras. Y confía en mi ingenuidad que Ella sostiene en sus manos.
Abraza mi llanto a punto de dormirme. Y me recuerda que no estoy solo. Es mi madre en mi Madre. Las dos unidas, sostienen mi mano a punto de dormirme.
Y me recuerdan que sólo vale la pena la vida que se entrega. Y que el camino es seguro, vaya donde vaya.
Que Ella y ella estarán conmigo a cada paso. Sienta lo que sienta. No importa. Todo va a salir bien, me susurran.
En mi llanto se dibuja su sonrisa y en mis miedos su esperanza, llena de un hondo abrazo. Así me calmo.
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