Siempre se asoció a María con las flores pero ¿cómo y cuándo se declaró mayo «mes de María»?
(Pablo.J.Ginés-Cari Filii) En Europa mayo es el mes de las flores y la celebración del esplendor de la primavera. Los antiguos griegos lo dedicaban a Artemisa (diosa ligada a la fertilidad) y los romanos a Flora, otra diosa de vegetación y fertilidad. En la Roma antigua, el 27 o 28 de abril empezaba la fiesta de Floralia, de carácter plebeyo y licencioso, que podía durar hasta 6 días en la época del Imperio.
Los medievales asociaron ya María y flores
En la cultura cristiana, la veneración a María, como Madre y como Dama, enseguida la asoció con las flores. Si las madres, hermanas y amadas aprecian las flores, ¿cómo no regalarlas a la Virgen María?
En la Edad Media, nació la devoción del Rosario, una oración repetitiva que se presenta a María como un ramillete de flores orantes.
Recuerda Antonio Sanfrancesco en un reportaje en Famiglia Cristiana que ya Alfonso X el Sabio, en sus Cantigas de Santa María del s.XIII, alababa a María como “Rosa de rosas, flor de flores, mujer entre mujeres, dama única, luz de los santos y de los cielos lejos (…)”.
También el beato dominico Enrique Susón de Costanza (1295-1366), místico alemán, hablaba así de la Virgen María en su Libro de la Eterna Sabiduría: “Bendito sea el amanecer, sobre todas las criaturas, y bendito el prado florido de rojo, rosas de tu bello rostro, adornadas con la flor rojo rubí de la Sabiduría Eterna!».
Las devociones del s.XVI y XVII
En Roma, San Felipe Neri (1515-1595) enseñó a los jóvenes a los que acogía a rodear de flores la imagen de la Virgen, a cantarle alabanzas y a ofrecer actos de mortificación en su honor. Muchos de ellos eran huérfanos y podían ver en Virgen a una madre siempre buena y cercana.
En 1677, el noviciado de Fiesole, en Italia, fundó una especie de hermandad llamada “Comunella” que en la que «habiendo llegado las fiestas de mayo y escuchando anteayer a muchos seglares que empezaron a cantar mejor y a celebrar a las criaturas que amaban, decidimos que nosotros también queríamos cantar a la Santísima Virgen María». Combinaban oración, letanías y entrega de flores a estatuas de la Virgen.
El mes de María casi oficial: nace en el s.XVIII
Según la Enciclopedia Católica, la devoción de que la Iglesia considere mayo como mes de María se fortaleció en entornos clericales en Roma en el siglo XVIII en el ámbito estudiantil de los jesuitas.
Con el buen tiempo y acercándose el final de los exámenes, muchos estudiantes se entregaban al desenfreno. El padre Latomia, del Colegio Romano de la Compañía de Jesús, quiso contrarrestarlo con un voto de dedicación del mes a la Virgen. Desde Roma se extendió a los colegios jesuitas de todo el mundo latino y de allí a las iglesias. Se entrelazaron con otras devociones marianas locales de la primavera.
Giuseppe Maria Mazzolari, jesuita de familia noble y vida virtuosa, publicó en Parma, bajo su seudónimo de Mariano Partenio, un texto llamado “El mes de María o el mes de mayo consagrado a María, con el ejercicio de diversas flores de virtud propuestas a los verdaderos devotos de ella”. Animaba a vivir la devoción mariana no necesariamente en los templos, sino en los lugares cotidianos.
Lo que proponía era:
– rezar ante una imagen de la Virgen (preferiblemente el Rosario)
– meditar los misterios eternos
– entrega de flores
Otro sacerdote jesuita, Alfonso Muzzarelli, en 1785 publicó “El mes de María”, con propuestas similares. En el siglo XVIII, pues, se difundió la devoción tanto en parroquias como en hogares.
Tras la II Guerra Mundial, la fiesta oficial
En 1945 Pío XII confirmó oficialmente que mayo fuera “el mes de María” y lo hizo culminar creando la fiesta de María Reina el 31 de mayo.
Pero tras el Concilio Vaticano II, esta fiesta mariana se pospuso para el 22 de agosto, mientras que el 31 de mayo se reservó para la fiesta de la Visitación de María.
La devoción de mayo siempre se quiso enlazar con el rezo del Rosario, especialmente en las familias. En la encíclica ‘Ingruentium malorum‘ de 1951, sobre el rezo del Rosario en familia, Pío XII escribió: «Es sobre todo en la familia donde queremos que la costumbre del Santo Rosario se difunda por todas partes, se conserve religiosamente y se desarrolle cada vez más. De hecho, será en vano intentar remediar los vacilantes destinos de la vida civil, si la sociedad doméstica, principio y fundamento del consorcio humano, no vuelve a las normas del Evangelio. Para lograr tan ardua tarea, afirmamos que el rezo del Santo Rosario en familia es un medio muy eficaz”.
Una encíclica sobre el mes de mayo en 1965
En la encíclica Mense Maio del 29 de abril de 1965, Pablo VI escribía: “el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia.”.
Y en su encíclica Marialis Cultus, sobre la devoción mariana, insistió en la importancia del rosario: “debe ser considerada una de las ‘oraciones en común’ más excelentes y efectivas que el cristiano Se invita a la familia a actuar. De hecho, nos encanta pensar y esperamos sinceramente que, cuando el encuentro familiar se convierta en un momento de oración, el Rosario es su expresión más bienvenida“.
Finalizamos recordando las palabras de Mense Maio de 1965:
“Al acercarse el mes de mayo, consagrado por la piedad de los fieles a María Santísima, se llena de gozo Nuestro ánimo con el pensamiento del conmovedor espectáculo de fe y de amor que dentro de poco se ofrecerá en todas partes de la tierra en honor de la Reina del Cielo. […]”
“Nos es por tanto muy grata y consoladora esta práctica tan honrosa para la Virgen y tan rica de frutos espirituales para el pueblo cristiano. Porque María es siempre camino que conduce a Cristo. Todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María sino un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí abajo tienen el deber y experimentan sin cesar la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de vida?”
(323)