“No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, hijos o tierras,, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, cien veces más y en la edad futura, vida eterna”
Evangelio según S. Narcos 10, 28-31
Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
Meditación sobre el Evangelio
P edro, Andrés, Santiago, etc., habían abandonado sus pocos haberes (leve esfuerzo para quien poco posee), para seguir al Maestro. No obstante, el Maestro hace constar que, en definitiva, es la caridad entregada con absoluta fe y con total abandono en Dios, la que constituye la vida y el Reino. Por eso, sin reparar en el reducido esfuerzo que suponía dejar cuatro trastos, fijóse en su voluntad clara y brillante, promesa en ciernes de una caridad y esperanza plenas, sacrificadas hasta la última sangre, para prorrumpir: Vosotros, los que me habéis seguido, conoceréis vuestra grandeza sobre todo lo terreno. Téngase presente que el Reino no está en proporción del esfuerzo, sino en proporción del amor. El rico es desdichado porque posee un obstáculo casi insalvable para ser corazón y niño; pero si salva el obstáculo, le calibrará Dios por su caridad y sencillez, por su esperanza filial.
Jesús nos estimula a lanzarnos al agua, a sumergirnos en una vida de caridad y esperanza, ciegos de fe. En el fondo donde os zambullisteis, hallaréis tales bienes que superan en cien doblado cuanto dejasteis.
Este cien doblado es variadísimo, extremadamente complejo. Su conjunto hace que aun la vida terrestre sea cien veces más grata que la que dejamos. Fundamentalmente, es una paz, una alegría, libertad interna, que manan dentro; protección del Padre, palpable, poderosa y rica; bienestar material, ni excesivo ni escaso, en esa justa medida que se adecua al hombre y calcula Dios; el gozo insuperable de amar y palparse amado por Dios y la familia del cielo; la compenetración con seres del mismo sentir y de idéntica raza divina, cuya amistad de uno vale por diez mil de los otros…
A la demanda del Padre responde con una proposición más extensa. Todo el que hubiere de posponer, renunciar, perder algo, por mantener las ideas del Evangelio, por observarlas simplemente o por realizarlas a la perfección, fiándose de Jesús y zambulléndose en su palabra, ése no perderá, sino que ganará muchísimo para la otra vida y muchísimo para la presente. Nombra la hacienda, porque versa el diálogo sobre ella; y aduce a la familia, por ser los afectos más íntimos y valiosos de este mundo.
Eso sí, entreveradas van con todos los dones míos las persecuciones suyas. Aceptar mi Evangelio, tomar una religión que es caridad, solivianta a todos los que repugna cualquier cosa que suene a religión, y a todos los que les altera una religión que sea distinta a la que ellos se manipulan. Aceptar mi Evangelio produce furor en todos los incompatibles con la caridad, o porque los descompone apearse de sus prerrogativas, o porque les apetece frenéticamente el mando y la opulencia, o porque se han casado con el dinero, o porque tratan de absorber a tales y a cuales exclusivamente a su servicio y monopolio. Tal sería la esposa absorbente, y el superior mandón, y la madre egoísta, y el jefe complacido en que los súbditos sean sus muñecos. Por eso dice el Maestro: Perded con ellos cuanto fuere menester, y entrad en la caridad a pesar de todos ellos. Cuanto perdáis yo os lo repondré con aumento; mas en medio de mis caricias y regalos, no faltarán sus zarpazos. Ellos a quitaros, yo a daros; ellos a robaros mil, yo a regalaros cien mil. Recibiréis el céntuplo ahora, con persecuciones, y después la vida eterna.
Señalando a los letrados del saber religioso; a los sacerdotes jefes (saduceos), todos ellos adinerados y poderosos; a la selección de los férvidos (fariseos), ajenos a la importancia de la caridad; a todos los que en vez de perder por el Evangelio, hacen perder a los que lo toman; a los que en vez de sufrir quebrantos por la caridad, quebrantan; a los individuos creadores de tempestades contra los genuinos del Maestro, exclamó: «Muchos de los tenidos por primeros, serán los últimos». «Y serán los primeros muchos de los últimos», los pobres, los míseros, los que lloran, los perseguidos (bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que padecen persecución…).
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