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Domingo 4ª semana de Cuaresma. 14-03-2021

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“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”

Evangelio según S. Juan 3, 14-21

Dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto. Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios. Éste es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

 

Meditación sobre el Evangelio

C omo para los israelitas mordidos de víboras fue salud dirigir la mirada a la serpiente de metal colgada de una estaca por Moisés, así Jesús, alzado a la vista del mundo, será salud para quien le mire. Jesús, empero, no es su figura externa, sino la salvación de Dios que viene en su boca, en sus obras y en su sangre. La doctrina de su boca y de sus obras, a quien la acepta, se le trueca en misericordia de Dios, merecida por su sangre. Es el Padre quien primero nos ama; mas su amor no se ejerce sin Jesús; como después respecto de muchos no se ejerce sin nosotros; para que no solo Él, sino los hijos seamos Dios para los Hombres.

Jesús está levantado a la faz del mundo por la voluntad del Padre y a él se convierten de continuo las miradas. Es preciso que esté en alto, porque así pueden oírle, escucharle, y quien quiera que le crea obtenga la vida eterna. Lo que particularmente figuró esta elevación de Cristo fue la cruz, porque es una elevación material, signo de un enarbolamiento luminoso. Yérguese el pabilo sobre la vela; mas yérguese sobre todo cuando, sin variar de nivel, se esclarece con la llama. La Palabra del Padre bajarla a la tierra es subirla a nuestra mirada; y retenida, chisporroteando a través de la historia, es permanecer Jesús en alto, para que los que se entreguen a su luz, vivan la vida que no acaba.

En la muerte de Cristo queda especialmente exaltada su doctrina, sellada con la muerte. Su doctrina es el amor, a Dios y a los hombres; hasta la muerte le ha llevado tal amor, ha entregado la vida por ellos, «nadie tiene más amor que quien ama hasta perder la vida». Es necesario que sea izada esta caridad en el patíbulo, para que acaben de enterarse, para que quien la crea y la tome hasta morir, tenga vida eterna: «Este es mi mandamiento que os améis como yo os he amado», «en eso se encierra toda la Ley de Dios».
Le encargó el Padre a Jesús que nos amara como el Padre le amaba a Él: «como el Padre me amó, yo os amé». «Porque el Padre amó al mundo de tal manera que le entregó a su Hijo Unigénito», para que fuese su sangre, redentora; y fuese con ellos su palabra; creyéndola, se salvarían del barro y del demonio, transformándose en hijos de Dios.

Muchos se condenan, máss a contra corriente del Padre. El Padre es una corriente de amor; ellos reman a la contra, se meten por corrientes del mundo y del demonio que trabajan en opuesta dirección; ellos son los que se precipitan a su perdición, saliéndose de la corriente divina de la Palabra de Jesús.
Quien no se arroja en Jesús, él mismo se condena; porque en Jesús va la vida: Y Jesús es caridad; quien desdeña la caridad, desdeña a Jesús; quien desconoce la caridad, desconoce a Jesús. Porque Jesús es la palabra del Padre y «su palabra es que nos amemos los unos a los otros según que nos dio mandamiento de ello» (1 Jn 4). Por eso andan tantos en tinieblas, «porque quien no ama a su hermano, en las tinieblas está y en las tinieblas anda» (1 Jn 2).

Los hombres se condenan a sí mismos cuando rehúsan tomar la luz: «amaron más las tinieblas». No quieren la caridad que el evangelio enseña, sino otras religiosidades; porque muchos son egoístas empedernidos y no quieren salir de su egoísmo; cuando les traes la lámpara encendida, soplan y la apagan, para no reconocer que son malos y no tener que salir del egoísmo en que se instalaron. El egoísmo se apellida codicia, ambición, dinero, honores, comodidad, nombradía, mando, y cien otras formas de quedarse en sí mismo. Egoísmo también son quienes se habituaron de tal modo a no amar al hombre, que no se molestarán en cambiar su corazón de piedra por un corazón de carne; y maldecirán como irreligiosa, peligrosa y perniciosa, la doctrina que inculque amor al hombre.

No formularán su oposición de cara, sino con las ambigüedades propias de la mentira, y con la inquina subterránea de quien no tiene razón; y con golpes de estado en las ideas, tratando de prevalecer no por razones, sino por mandobles. «Todo el que obra mal, aborrece la luz». La gran batalla del demonio contra Dios, contra la Iglesia, la libra el demonio en el terreno de la verdad: sacarlos de la verdad y meter sus fervores en la mentira. Es la lucha entre la luz y las tinieblas. Los saca de la luz sacándoles del evangelio, imbuyéndoles enseñanzas de hombres, haciéndoles cambiar la caridad y esperanza por otros modos de religiosidad, aparentes pero vacíos. De ahí el lamento de Jesús que recorre el evangelio y apunta a los tiempos futuros. Los hombres son necios, cuando se dejan embaucar por el padre de la mentira.

La verdad es la caridad, la nuestra y la de Dios; la nuestra que nos hace hermanos; la de Dios que nos hace hijos y nos llena de esperanza.

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