Se salvó de Afganistán por una Medalla de la Milagrosa, perdió sus piernas pero ganó una conversión
(Javier Lozano-Cari Filii) Colin Faust es un héroe nacional EEUU. Este sargento de la Infantería de Marina participó en algunas de las misiones más peligrosas en Afganistán como explorador avanzado. Lo que nunca hubiera imaginado es que ni sus sofisticadas armas ni sus compañeros pudieran salvarlo de un artefacto explosivo que le hizo volar por los aires y le arrancó las piernas. Fue la Medalla Milagrosa que llevaba encima la que le salvó la vida. Y eso que ni siquiera era católico cuando ocurrió aquel suceso que le cambiaría la vida.
Precisamente, este viernes se celebraba la fiesta de la Medalla Milagrosa, la petición que la Virgen hizo en París en 1830 a Santa Catalina Labouré, una devoción muy viva y actual cuyos frutos son cuantiosos y sus testimonios aún más.
El de este marine de EEUU es un ejemplo más de la fuerza de esta Medalla Milagrosa. Faust recuerda que la llevaba puesta aquel 15 de octubre 2010 aunque no era católico. Tenía 21 años cuando su pie izquierdo pisó un IED (artefacto explosivo improvisado), conocido popularmente como “bomba caminera”.
La explosión lo elevó varios metros hacia arriba y asegura recordar el verse suspendido en el aire. Su rifle apareció a 100 metros de distancia. “Recuerdo estar extremadamente confundido… sin saber lo que acababa de pasar”, cuenta Colin a Catholic News Service.
Así, relata que su “primera reacción, mi instinto por la razón que sea, fue recitar una oración. Ni siquiera recuerdo lo que dije”.
Pero sí que recordaba perfectamente lo que portaba en aquel instante: una Medalla Milagrosa que le había dado su abuela católica, cuyo hermano era sacerdote y fue quien le dio esta medalla.
Hasta ese momento este marine no había pensado mucho en aquel objeto mariano que llevaba en el frente de guerra. Pero ahora es una medalla que venera y que ve como una clara señal de Dios.
De hecho, fue lo único que le quedó de lo que llevaba puesto el día de la explosión. Desde ese momento llevó la Medalla Milagrosa cada día durante siete años. Ahora la guarda para entregársela a su hijo cuando sea más mayor.
Cuando Faust recuerda aquel suceso ve todavía hoy muchas razones por las que su vida podría haber acabado en Afganistán, y no fue así.
En primer lugar este militar fácilmente podría haberse desangrado si no hubiera sido por la rápida atención médica de un médico de la Marina, quien le aplicó torniquetes en ambas piernas y en su brazo izquierdo.
En segundo lugar, el helicóptero de evacuación médica tuvo que abandonar debido a la artillería pesada de los talibán que rodeaba la posición del soldado herido.
En tercer lugar, un médico trató de ponerle una inyección de morfina para aliviar su dolor, pero desistió del esfuerzo cuando la jeringuilla falló. Más tarde, Colin Faust se enteró de que la explosión debería haberle matado debido a la cantidad de sangre que había perdido.
Y por último, el peligro final llegó cuando un grupo de soldados lo colocó sobre una lona y corrió hacia una posición segura mientras recibían numeroso fuego enemigo.
Por ello, este exmarine afirma convencido de que la Medalla Milagrosa le ha servido como un recordatorio concreto de que Dios y María lo estaban cuidando.
De hecho, Faust había sido criado como luterano en Minnesota y según creció su relación con Dios era totalmente “tibia”. Pero fue tras la explosión cuando se volvió hacia Dios, gracias precisamente a la Virgen. Y así fue como fue profundizando en la fe hasta unirse a la Iglesia Católica durante la Vigilia Pascual de 2018 cuando tenía 29 años.
En este proceso providencial, tras el accidente conoció a la que sería su esposa, católica practicante, lo que también fue acercándole a la Iglesia. Fue en un momento crucial, en plena recuperación de las numerosas secuelas que le dejó esta mina.
Cuando Colin conoció a Julia había pasado ya por numerosas cirugías y más de dos años de rehabilitación. La parte inferior de su pierna izquierda se perdió en la explosión y su pierna derecha resultó gravemente dañada mientras que su brazo izquierdo resultó también muy herido.
Se casaron el 15 de octubre de 2016, fecha del aniversario de la explosión y tienen un bebé. Por mucho que a Faust le guste ser marido y padre, su principal pasión es la fe. Está cursando una licenciatura en teología de la Escuela de Divinidad del Seminario de San Pablo.
La devoción mariana es una parte de su fe. Reza el Rosario cada día y se ha consagrado al Inmaculado Corazón de María. Además, afirma que un pasaje del Evangelio marca su vida: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Sin duda, Faust ha llevado una cruz en el sufrimiento de años de cirugía y rehabilitación, y de tener que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. Pero la forma en que habla de eso ahora indica que ha eliminado la autocompasión de su vida. Ha sido reemplazada por una profunda sabiduría por la que ha pagado un alto precio.
“Una paz gozosa reina en el alma cuando uno se da cuenta de que todos los dolores, sufrimientos y momentos de prueba en esta vida no carecen de sentido, sino que se convierten en el medio de santificación propia y ajena cuando se une a Cristo”, asegura este exmarine.
Artículo adaptado del original publicado en Cari Filii News.
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