Miquel, 18 años y con cáncer: «Pedí a Jesús ser una herramienta para acercar a la gente al Cielo»
(Religión en Libertad) “Reflexión con Dios de hace un año“.
La firma Miquel, 18 años, en su cuenta de Instagram. Dice así:
“La verdad es que hace unos meses mi amistad y amor hacía el Señor habían crecido a lo bestia.
»Rezaba mucho, le trataba más e intentaba darme a los demás. Estaba en un momento bastante bueno de mi vida. Ya tenía mis planes montados, mi fútbol, mi oración, mi Misa, mis estudios, mis amigos, las puestas a las que iría, el viaje de fin de curso…
»Literalmente todo.
»Solo me faltó una cosa. Preguntar a Dios qué le parecían mis planes. Quizás esto de ‘mis’ planes tenía que cambiar para convertirse en los planes del Señor. Pero yo no me daba cuenta.
»El fin de semana antes de ingresar en el hospital me fui de retiro. Allí me di cuenta de una cosa y se lo pedí a Jesús, le pedí que me convirtiera en una herramienta para acercar a la gente al Cielo, que me ayudara a dejar las cosas de la tierra y subir con Él a la cruz.
»Y Dios escuchó mi petición, sonrió y me la regaló. Solo una semana después me diagnosticaban tres tumores en el pulmón“.
“Nunca en mi vida he sido más feliz”
La historia sobrecoge, pero aún más el giro que imprime su autor al relato:
“Desde entonces todo ha sido felicidad, he visto más claro que nunca que en una familia las alegrías se multiplican y las penas se dividen.
»Jesús me ha pedido que me convierta en un Cirineo, que le ayude a cargar con la Cruz y que con esto haga que la gente se acerque un poco más al Cielo. Hay muchísima gente que reza para que ocurra un milagro.
»Desde mi punto de vista, el milagro ya ha ocurrido. Jesús está tocando el corazón de muchísimas personas y les está acercando a su Padre. Y cuando veo eso desde el hospital todo mi dolor y sufrimiento cobra sentido y me hace ser feliz.
»Cada día estoy un poco más enamorado de Jesús y de esta Cruz que me ha dado. También noto todo el apoyo de mi familia, de mis amigos, conocidos, del colegio o hasta de gente que ni me conoce. Así que no tengo ningún miedo en afirmar que sí, nunca en mi vida he sido más feliz“.
El camino al hospital y al Calvario
Miquel Feliu Wennberg vive en Sant Cugat del Vallés (Barcelona) y estudia un doble grado de Derecho y Global Governance. Antes de la enfermedad, rebosaba salud y ganas de ejercicio: “Disfrutaba practicando casi cualquier deporte que alguien me propusiera. Jugaba en un equipo de fútbol, ya que el fútbol es mi gran pasión desde pequeño”, explica a ReL.
De hecho, en algunas de las fotos que ha subido a su perfil le vemos retomando los entrenamientos a mediados de septiembre, pensando en el momento “mágico” de volver a salir al terreno de juego a competir, tras el tiempo que el tratamiento le ha mantenido alejado del balón.
Todo empezó en diciembre de 2018 con un tumor benigno en el pie que “se quedó en nada, un pequeño aviso del cielo”.
Al cabo de unos meses, un dolor en el pecho, muy intenso y acompañado de tos, que sentía de vez en cuando le llevó al hospital de nuevo. Era el mes de julio y no le encontraron nada, pero una crisis mayor con fiebre alta y asfixia provocó su ingreso el 29 de septiembre (“día del Arcángel San Miquel, mi santo… bonita coincidencia”): “Un pulmón lleno de líquido que no me deja respirar, y tres masas tumorales de grandes dimensiones. Unos días después me diagnostican un sarcoma de Ewing y toca empezar una quimio de urgencia debido a que mi estado de salud cae en picado. Consiguen salvarme, pero el pronóstico es muy malo. Pasa un año, y 15 ciclos de quimio y 40 tandas de radio después, aquí seguimos, con un pronóstico igual de malo, pero con las mismas ganas de luchar que el primer día”, comenta con ánimo.
“Si aquel día me hubiera ido al Cielo…”
En otro de sus posts, Miquel expresa cómo cambió su vida aquel 11 de octubre en el que recibió el diagnóstico:
“Dejé de vivir siguiendo los estándares de la sociedad, y empecé a disfrutar de las cosas pequeñas, de cada pequeño momento que me regalaba la vida. Asimilé que cada día que viviera de más, era un regalo, y que no lo podía malgastar. Me empecé a dar cuenta de las cosas que realmente importan en esta vida, aprendí a hacer las cosas que quería porque quería y a decir que no cuando había que decirlo.
»Si ese 29 de septiembre, o unos días después, me hubiera ido al Cielo, mi paso por esta tierra hubiera sido testimonial. Ahora lucho cada día para hacer de mi una mejor persona, para hacer más feliz la vida de los que me rodean y para intentar hacer de este mundo, aunque sea desde la cama de un hospital, una mesa en un bar, un campo de fútbol, un aula o una capilla, un sitio mejor para vivir.
»Hoy pido especialmente para que todos aprendamos a ser más reales, más nosotros, sin importarnos con quién estemos. Sin olvidar que la meta es el Cielo, y que allí nos esperan con muchísimas ganas a todos“.
El ejemplo paterno
Le preguntamos por el origen de esta serenidad que impresiona: “Desde pequeño mis padres me han educado en la fe y en los valores cristianos, me han enseñado a querer, a ser generoso, a escuchar, a pedir perdón, a rezar… Primero con las palabras y más adelante con el ejemplo. Al principio uno reza y va a misa por inercia, porque es lo que toca, después le toca decidir si realmente quiere seguir por este camino. Y allí es donde mis padres entran de lleno. Al ver su fe, su amor y confianza en Jesús, yo pensaba: ‘Algún día quiero ser como ellos, algún día quiero sentir lo que ellos sienten y creer como ellos creen’. Por eso le pedía Dios que aumentara mi fe, y le trataba todo lo bien que yo sabía, y todo lo bien que mis padres me habían enseñado”.
Y a raíz de su problema ha aprendido mucho más: “Después de la enfermedad ya es otra historia, Dios me ha enseñado más en un año de enfermedad que en 17 perfectamente sano. Me faltaba abrir de par en par las puertas a Dios. Fui a un cole de la labor del Opus Dei, y desde hace muchos años recibo formación en un centro del Opus Dei, que también ha sido relevante en el desarrollo de mi fe“.
La paradoja
Tuvo que ser duro, en los albores de la juventud y cuando todo le sonreía, recibir un mazazo así. Miquel lo confirma: “Nunca te imaginas que eso de lo que tantas veces has oído hablar te pueda pasar. Los humanos, y los jóvenes especialmente, cometemos el error de creernos inmortales e inmunes a todo. Y humanamente hablando, somos tan poca cosa… Un coche no frena a tiempo y no hace falta nada más para no contarlo. Hoy una pandemia mundial, mañana ve a saber… podría ser casi cualquier cosa”.
Lo que más llama la atención de su relato, que acumula miles de likes, es que sitúe en ese instante dramático el origen de su felicidad. ¿No es paradójico? Sí, dice, pero “justamente esta es la gracia, que si no lo explicas con la fe de por medio, no tiene una explicación lógica. Ahora miro atrás, y son tantas cosas que encajan a la perfección… Y te das cuenta de lo grandes y exageradamente perfectos que son los planes de Dios. Ahora veo la enfermedad como un medio de santificación, y como un medio para acercar a la gente a Dios y acercar a la gente al cielo, empezando por mí“.
“Me siento feliz“, anuncia, “me siento querido, porque he aprendido a amar, no solo a Dios, a todo el mundo, amar sin excepciones, amar sin medida. He aprendido a vivir de verdad, no a medio gas, sino con la máxima intensidad que la vida nos permite, con la marcha 6ª siempre puesta. Pero la clave de todo, esta claramente en el amor, sin ninguna duda. El hombre esta hecho para amar y ser amado. Cuando consigue esto de verdad, ya tiene casi todo hecho”.
Miquel encuentra su fuerza en el Evangelio, que lee con asiduidad, pero también cuando reza, o en misa, o en los consejos que recibe… “O en una canción que suena en un momento determinado, en las palabras de tu madre, en una película…. Dios está entre nosotros, y creo que se expresa por cosas cotidianas de la vida, y obviamente en la oración”.
La certeza de Dios y del cielo es su gran fortaleza: “Sin eso, mi enfermedad pierde todo el sentido. La fe es el motor que empuja a seguir viviendo, y a seguir viviendo con alegría”.
Dar gracias y ser generosos
Le pedimos a Miquel, desde la madurez que ha ganado en estos doce meses de lucha, un mensaje para la gente de su edad, y lo que nos devuelve es una reflexión válida para cualquier etapa de la vida: “La vida puede cambiar de un día a otro, lo hace cuando menos te lo esperas, y hay que estar preparado para todo lo que pueda llegar.
»Les pediría que aprendan a valorar las pequeñas cosas del día a día, la comida, una ducha caliente, el poder hacer deporte, el dormir en su cama, una charla con un amigo, el tener la libertad de hacer lo que les guste, porque un día todo esto se puede perder, y la frase de que ‘no valoras lo que tienes hasta que lo pierdes’ cobra todo el sentido del mundo. Probablemente hay alguna persona en el mundo pidiéndole a Dios por todo lo que nosotros tenemos. Demos gracias, valorémoslo, y seamos generosos”.
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