Ángel, el sacerdote que de niño rompió su hucha niño para los misioneros
(Religión en Libertad) El sacerdote español Ángel Luis Lorente lleva más de 30 años como misionero, habiendo servido en Perú, Cuba, Estados Unidos y en estos momentos en México, donde colabora en la Vicaría de los Laicos para el Mundo de la Archidiócesis de México. Precisamente en este momento, en plena pandemia de coronavirus y con tantas personas contagiadas, enfermas, solas o que han perdido un ser querido es cuando este religioso ha vuelto a redescubrir su vocación como misionero, llevándole hasta el extremo de estar al servicio total a los demás.
En estas últimas semanas, padre Llorente no sólo ha estado pendiente de la feligresía sino que se ha centrado en el propio clero y las religiosas de la diócesis que en estos meses también están sufriendo grandes penalidades. Y para ello ha trabajado de manera incansable para conseguir que le donen comida y otros elementos de primera necesidad para cientos de sacerdotes y monjas.
Una vocación surgida desde muy niño
En una entrevista con el semanario mexicano Desde la Fe, el padre Ángel Luis se remonta a su infancia para recordar cómo se forjó su vocación y cómo ahora ha vuelto a revivir ese momento con la pandemia.
“En tercero de primaria tuve mi vocación muy clara, pues llegó a mi escuela un misionero europeo, que estuvo de servicio en África. Nos explicó cómo ayudaban a evangelizar a las personas y que nos pedían nuestra colaboración para dar alimento y educación a niños de ese continente”, relata este sacerdote.
Al llegar a su casa, rompió su “cochinito”, la hucha en la que guardaba sus ahorros, para dar todo su dinero a los misioneros. Su madre no le creyó hasta que vio con sus ojos como el pequeño Ángel Luis entregó todo su dinero a este misionero.
“Darlo todo”
“Creo que ese gesto fue determinante en mi vocación: ese darlo todo. Si estás dispuesto a renunciar a todo por Dios, entonces Dios nunca se deja vencer en generosidad. Cuando tú más le das, Él te da aún más, y cuando le das todo a Él, Él te lo da todo”, afirma.
Tres meses más tarde le llegó una casa de aquel misionero al que había dado sus ahorras. “Estaba acompañadas de la foto de un niño africano al que había bautizado con mi nombre. En ese momento decidí que iba a ser sacerdote”, añade.
Su primera experiencia misionera
Su primera experiencia misionera, como diacono, fue muy difícil, reconoce el sacerdote, ya que “uno viene de un mundo donde todo es muy fácil, desde obtener agua, hasta prender la luz”.
De hecho, cuenta que llegó “a una zona indígena en los Andes peruanos. Al principio, mi problema fue el olor, no había acceso al agua ni recursos para bañarse”. El sacerdote asegura que el aroma le impedía comer, pues el alimento le sabía igual que a lo que olía el ambiente.
Al tercer día le dijo a su obispo que quería regresar, pero la misión era “llegar y quemar las naves”, es decir, un viaje sin retorno. “Sin embargo, al cuarto día se me quitó lo quisquilloso porque yo olía igual de mal”, recuerda el sacerdote.
“Esa fue una de las experiencias más bellas de mi vida, porque la gente me entregó su riqueza, que fue su corazón, y eso es lo más valioso que le puede pasar a cualquier ser humano“, rememora.
Esta entrega acabaría llevándolo a ser director de Cáritas de las Selvas del Amazonas, pero poco después tuvo que volver a España, fue enviado a Roma a estudiar y de vuelta llegó a Cuba, aunque poco después fue expulsado por el régimen castrista.
La importancia de darse
Y tras un nuevo paso por Roma finalmente llegó a México, donde se encuentra desde hace nueve años. En este país trabaja con políticos, empresarios y periodistas, por considerarlos sectores que pueden incidir en un cambio social.
“Por mi vocación misionera siempre me ha tocado vivir situaciones de necesidad, de crisis o de emergencia y siempre he estado pronto a darme. Como misionero, uno va dejando pedacitos de su corazón en los sitios donde servimos“, concluye este sacerdote español.
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