Firma Luis Argüello: En la escuela de una fragilidad iluminada
(Ecclesia) La pandemia nos está enseñando la lección de la fragilidad, nos ayuda a ser humildes y a abrirnos a quien viene en ayuda de nuestra debilidad. Esta nueva acogida del Espíritu, en un piso más profundo del corazón, nos permite experimentar lo que el apóstol Pablo escribe en el mismo capítulo 8 de la carta a los Romanos: «A los que aman a Dios todo les sirve para el bien». ¿En este «todo» se incluyen también los males que nos afligen y causan miles de víctimas? ¿Dios quiere el mal? El padre R. Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ya reflexionó el pasado Viernes Santo sobre el lugar de Dios en la pandemia y nos invitó a mirar a Cristo en la cruz, víctima con las víctimas, y a recibir una luz que nos ayude a descubrir las consecuencias salvíficas de todo sufrimiento unido al sacrificio de Jesús.
Desde esta asombrosa y, por qué no decirlo escandalosa sabiduría de la cruz, resaltamos alguna de las enseñanzas de la pandemia, como el mejor homenaje a miles de víctimas que han padecido sus daños y perjuicios. Pues su padecimiento, incluida la muerte de tantísimos, unido al sacrificio de Cristo, genera un potencial redentor que hemos de acoger, no como una especie de compensación a las víctimas por nuestra parte, ni de precio maldito por la suya, sino como expresión de nuestra fe en el Misterio pascual. La resurrección del Crucificado es razón de nuestra esperanza en la victoria sobre la muerte y fuente de caridad siempre renovada mientras peregrinamos en el tiempo.
1ª lección: El don de la vida. Una enseñanza general que la escuela de la fragilidad nos ofrece, iluminada por el Misterio pascual, es el redescubrimiento de lo esencial. Y en esta mirada a lo esencial aparece el don de la vida. Los miles de muertos, los rostros conocidos de enfermos y fallecidos y el miedo a formar parte de esa lista de números anónimos en los medios de comunicación, ha afirmado, en cada uno de nosotros y en nuestros seres queridos, el esencial don de la vida. Este don, tantas veces poco agradecido, se ve amenazado por la muerte ocasionada por una enfermedad contagiosa y aun sin cura. Surgen las sombras del sinsentido, y la tentación de apuñar el don contradice y oculta aun más el significado de este regalo inmenso: la vida es un don. Sí, la vida humana, acogida como un don, se comparte y ofrece en don de sí y de esa manera descifra su secreto, pues la persona es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). Vida y don; don y respuesta al amor recibido; respuesta y libertad que se apropia o entrega el don; libertad y plenitud siempre deseada; plenitud y vida eterna como culminación del don, nos ayudan a comprender quiénes somos y a descubrir la fuente de alegrías y sufrimientos que experimentamos y provocamos.
Para profundizar en la lección: ¿Doy gracias por la vida recibida en mí y en los que me rodean? ¿Cuido la vida? ¿A quién y para qué entrego mi vida? ¿Tengo conciencia de ser peregrino hacia la Plenitud del Don?
2ª lección: La Eucaristía del Domingo. Una de las propuestas más seguidas en el estado de alarma ha sido «quédate en casa», lo que ha llevado consigo la paralización de muchas actividades y, en la vida eclesial, la suspensión casi total de la celebración de la Eucaristía para la inmensa mayoría del pueblo de Dios. Esta situación ha suscitado el seguimiento de la Eucaristía por los medios de comunicación y un crecimiento de la oración familiar y la lectura de la Palabra. Ha crecido el deseo de la Eucaristía pero también los riesgos de un acercamiento devocional y desencarnado. El pueblo de Dios ha vivido un sorprendente ayuno eucarístico. Éste puede ser fructífero, si iluminada la situación por el Misterio pascual, que en la celebración sacramental se hace acontecimiento real, se reconoce como pueblo de la Eucaristía que experimenta que sin el Domingo no puede vivir. La escuela de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, comulgada y adorada, nos ayuda a descubrir otras presencias suyas, en la Palabra, el cuerpo eclesial y los pobres, y a una mirada transfigurada sobre la realidad para contemplar su misteriosa vocación de plenitud del cuerpo de Cristo.
El Domingo, día del Señor y de la Iglesia, es también día de la humanidad y la creación nuevas. Día de descanso semanal de las personas y también de la tierra. Durante las últimas décadas, el descanso dominical se ha visto afectado por la presión del comercio y de la producción y por una frenética vivencia del fin de semana. El confinamiento de la pandemia, sin duda con muchas consecuencias negativas para la economía de nuestra sociedad, ha ayudado a la interrupción del imparable ritmo del trabajo y el consumo, a descubrir otras perspectivas en las relaciones familiares y vecinales y en la forma de mirar lo que nos rodea. El silencio en la ciudad ha ayudado a escuchar otros sonidos, incluso en el propio interior. La escuela iluminada de esta fragilidad ¿podría ayudarnos a recuperar como sociedad el Domingo? Podríamos de manera periódica vivir «un confinamiento dominical», un domingo sin coche o sin exceder una cierta distancia, sin tiendas ni trabajos productivos, donde todos estuviéramos llamados a buscar actividades de familiaridad y cercanía, espirituales y artísticas. No cesamos de repetir que necesitamos cambiar nuestra forma de vida y no lo hacemos. La vivencia católica del Domingo puede ayudar a la recuperación social de una jornada que invite a replantear el sentido de la interrelación entre vida, afectos, trabajo, fiesta y descanso. El confinamiento ha sido obligatorio, esta iniciativa dominical solo puede plantearse desde el testimonio del pueblo del Domingo que atraiga la libertad de nuestros conciudadanos.
Para profundizar en la lección: ¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿Qué significa el Domingo, último día del fin de semana o primer día de un tiempo de permanente renovación y testimonio hasta que Él vuelva? ¿Crees posible una nueva manera de vivir, de producir y consumir?
3ª lección. La familia-Iglesia doméstica. Confinados, hemos convivido extensa e intensamente. La mayor parte de la población en familia. Suspendidas las actividades de las parroquias, la familia ha adquirido una singular relevancia como Iglesia doméstica. También el hogar ha sido convocado a ser aula de la escuela y patio de juegos; en la familia se ha cuidado a enfermos ante las dificultades hospitalarias. Los vecinos, en muchos casos, han sido reconocidos y desde las ventanas y balcones se ha homenajeado a los servidores del bien común. También ha habido conflictos y se ha experimentado la paciencia y el perdón. Muchas familias han vivido la experiencia de la muerte de seres queridos en una lejanía acrecentadora del dolor. La distancia con otros miembros de la familia ha dado la ocasión para incrementar encuentros telemáticos casi diarios y conversaciones más largas de lo acostumbrado. En la escuela de la fragilidad de nuestras familias y comunidades, iluminados por el Misterio pascual, cómo no subrayar el valor de la familia en la Iglesia y en la sociedad. En la Iglesia estamos llamados a crecer en una comprensión de la parroquia —casa entre las casas— como familia de familias, y a convertir a la familia en clave decisiva en la transmisión de la fe y en la acción social. La familia en la sociedad desvinculada, que elogia al individuo para bien del poder, está llamada de nuevo a jugar un papel muy importante en la crisis económica. Su protagonismo adquiere mayor importancia en este momento de dificultades en la gestión del Estado del bienestar, que tantas veces, so capa de ayuda, quiere sustituir a la familia en sus derechos y responsabilidades básicas en la vida, educación y cuidados de sus miembros. Lo aprendido ha de impulsarnos a promover y acompañar la vocación al matrimonio y a convocar y cuidar a las familias de nuestras comunidades.
Para profundizar en la lección: ¿Cuidas tu vida familiar? ¿Tu presencia y actividad en la Iglesia es personal o familiar? ¿Intentáis en vuestra familia hacer familia de familias?
4ª Lección: Los cuidados, niños y mayores. La vulnerabilidad de la vida humana parece haber sido descubierta en este tiempo. Todos nos hemos sentido frágiles ante la sola posibilidad del contagio. Niños y mayores han sido protagonistas indeseados de esta condición débil. Especialmente las personas mayores en la soledad de sus viviendas o en las residencias. Los niños han tenido que compaginar en la vivienda familiar, a veces muy pequeña, escuela, hogar y juegos. Han surgido fuertes polémicas en torno a la atención de los ancianos contagiados y, reconociendo el desbordamiento del sistema sanitario, algunas situaciones han dado pie a pensar en posibles «descartes» de algunas personas mayores. Emerge con fuerza la importancia de «los cuidados» como nueva expresión del bienestar. En la escuela de esta fragilidad iluminada, volvemos nuestra mirada a la familia como sujeto primordial de los cuidados en la acogida de la vida, el crecimiento y la ancianidad. La sociedad de los cuidados no puede dejarse solo en manos de instituciones públicas o privadas, precisa de un renovado protagonismo de la familia, que ha de contar con el apoyo de las administraciones y empresas a través del salario familiar, el apoyo de los servicios sociales y sanitarios, la reorganización de horarios laborales, el reconocimiento social de la maternidad y los cuidados en el seno de la propia familia.
Para profundizar en la lección: ¿Por qué las familias llevan a los ancianos a residencias? ¿Podríamos pensar en un sistema de cuidados que uniera el trabajo gratuito propio de la familia y la remuneración pública de parte de esa dedicación?
5ª Lección: La fraternidad. El coronavirus no conoce fronteras y ha provocado una pandemia global. La búsqueda de soluciones sanitarias es también global. La dependencia provocada por la COVID-19 nos ha hecho caer en la cuenta de que somos interdependientes. Las fronteras se han cerrado y, al grito de «sálvese quien pueda», también surgen desconfianzas y rechazos. El mismo virus que nos une en la fragilidad, pone también de manifiesto la abismal diferencia entre los pueblos para responder a este problema. La crisis económica ha movilizado la solidaridad pero el sufrimiento causado por las carencias se vive de manera muy desigual. Algunos viven el dilema «o contagio o hambre». Escuchamos apelaciones a la unidad de acción y a reconocernos cuerpo y fraternidad. En la escuela de esta fragilidad iluminada, entramos en diálogo con nuestros contemporáneos para ofrecerles nuestra fe en el Padre de todos, fundamento de la fraternidad. Damos también testimonio de lo que significa ser cuerpo y agradecemos la misericordia que nos permite seguir diciendo padrenuestro a pesar de nuestras divisiones y conflictos y de la tentación de cerrarnos a nuestra propia carne. Esta vinculación desborda nuestras fronteras y nos convoca a una catolicidad del corazón y de la solidaridad.
Para profundizar en la lección: ¿Cómo unes la oración del padrenuestro con la fraternidad ejercitada?
6ª lección: La naturaleza. La pandemia ha irrumpido sin que sepamos bien sus causas. En la naturaleza hay virus y bacterias con sus aportaciones y amenazas. La relación del hombre con la creación ha posibilitado enormes logros de progreso científico y desarrollo económico, junto con unas consecuencias de contaminación y destrucción. Hemos vivido una suerte de desilusión respecto a los logros conseguidos. La ciencia también es frágil y la naturaleza ambivalente. En la escuela de esta fragilidad iluminada, experimentamos la llamada al cuidado de la creación sin idolatrar la naturaleza. El sentido del progreso también debe de ser reflexionado en una perspectiva de una ecología humana integral, poniendo en relación al horizonte de mayor humanidad que quisiéramos lograr con los medios a emplear.
Para profundizar en la lección: ¿Qué significado das al cuidado y dominio de la creación? ¿Unes el progreso personal, económico y social con la llamada a la santidad?
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