“Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo; pronto lo glorificará”
Evangelio según S. Juan 13, 21-27a. 30-33. 36-38
Estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: «Aquel a quien le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde y voy, no podéis ir vosotros”. Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Meditación sobre el Evangelio
A féctale tremendamente a Jesús la ingratitud y maldad de Judas; tanto le ha querido, tanto soñado por él ¡y se le ha trocado en áspid! Espantosa voluntad la humana, capaz de tales infamias. Hombres hay que son malignos, les prodigarás mil favores y te corresponderán a la postre con traición; hombres venenosos, no les infligiste ningún daño y segregan daños para ti y para otros. Parecen incapaces de bien; de mala que se hizo su voluntad, volvióse incapaz de bien. Como Judas, amistado con los sacerdotes y asiduos del templo, incluso entre los amigos de iglesias proliferan estos ejemplares venenosos.
Amó Jesús a Judas hasta el final y le buscó sin reposo; retiénelo a su lado como apóstol y siéntalo a su vera en la última cena de ambas vidas.
Desde lejos Pedro hace señas a Juan. Comprende éste y se decide a dilucidar quién es el traidor. Es cuando apoya su cabeza en el pecho del Maestro; bajito le pregunta, con zalema. En sus atenciones a todos, extremábase Jesús aquella noche con Judas; el mejor bocado del plato iba a obsequiárselo. Respondióle a Juan: Aquel a quien le obsequie con el pedazo que voy a mojar. Empapó cuidadosamente en salsa una tajada de cordero y con fineza se la alargó a Judas. Fue el último esfuerzo de Dios. Satanás entró de lleno en Judas a partir de aquel instante. Con la marcha de Judas nota Jesús una sensación de alivio y liberación, junto con una exaltación jubilosa que le inunda, porque se va a consumar su obra en la tierra. Se ha dado marcha al engranaje que dentro de unas horas le causará la muerte. Exclama: Es mi glorificación.
Su gloria es cumplir la obra del Padre y dar la vida por sus ovejas: «Por eso mi Padre me ama». Pronto el Padre lo tendrá en sus brazos, para siempre, y frente a todo cuanto le vilipendien los hombres, se alzarán las glorificaciones a él, inmarcesibles, del Padre. Glorificaciones eternas, dichosísimas. Suspirarán hacia él todos los buenos, ni podrán causarle ulteriores perjuicios los malos. El Padre ha sido glorificado en él, ha descansado en su amor, ha disfrutado mirando su bellísima caridad, se ha extasiado con su esperanza y filial comunicación, ha vibrado sacudido de emoción contemplando cómo le cuidaba a sus pequeños que peregrinan por la tierra.
Pedro se ha quedado impresionado con la noticia que les da Jesús sobre su marcha. Como le contesta el Maestro que no le podrá seguir, sino después, Pedro imaginando calabozos, huídas o peligros, muestra su determinación de acompañarle hasta la muerte.Comprendió Jesús su lealtad; pero había que ir educándolo en la caridad que les lega, y en la esperanza que ora, y en el Padre que cobija: Caerás, Simón, caerás. No es el seguimiento de Cristo un problema de músculos ni de virilidad ni de carácter ni de lealtad humana; es una vida de caridad y esperanza. Pedro en la actualidad no entiende.
Sus caídas, sus fracasos, sus debilidades, le irán disponiendo para captar y asimilar el evangelio.
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