“¿Crees tú en el Hijo del hombre?”
Evangelio según San Juan 9, 1-3. 5-9, 13-17. 34-38
Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?”. Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo·. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé” (que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna, preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” unos decían: ·El mismo”. Otros decían: “No es él, pero se le parece”. Él respondía: “Soy yo”. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”. Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:”Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Él contestó: “Que es un profeta”. Le replicaron: “Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?”. Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”. Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él.
Meditación sobre el Evangelio
O pinaban los hebreos que los males físicos eran castigos de culpas cometidas; aquí como el lisiado lo era de nacimiento, juzgaban si sería sanción de alguna fechoría de sus padres. No había tal, les declaró, es que los males físicos cumplen un cometido: Manifestar a propósito de ellos las obras del Altísimo.
Ha rozado el Maestro el misterio de por qué existe el dolor, y sin entrar a dilucidarlo declara que es un pedestal de la gloria de Dios. El dolor es una escena a veces larga, una decoración entre las múltiples de la vida, donde campea un corazón hecho ternura de fe y grito de esperanza.
Hay hombres que con solo el soplo del Espíritu se doblegan y comban y pulen y adquieren la forma divina; otros en cambio son hierro que no les basta el fuego, que es la doctrina de Jesús, ni el soplo del Espíritu avivándola, ni las manos del Padre para forjarlos hijos. Entonces hace aparición el martillo y el yunque, y a fuerza de golpes se culmina la forja y se obtienen las obras de Dios.Mientras le dura la vida, Jesús, ha de darse prisa a sembrar y sembrar, a puntualizar su doctrina, a aprovechar toda coyuntura de propagar la verdad. Sabe que llamar la atención es jugarse la vida, pero a la par piensa que debe arriesgarse sin tasa, al presentir por el Espíritu que están sus días contados.
Luz del mundo, toda la luz, ha de manifestarse clarísima su doctrina para los venideros y ha de clavar hondo sus puntos, inamovibles, remachados, para que nadie los mueva. Que así es la doctrina de Jesús: Caridad con figura de hijo y ojos por ende de esperanza.Simbolizar en gestos las ideas y las curaciones, eran modos orientales. El Maestro así procede cuando lo estima pertinente. Tal sistema concuerda con su pensamiento, según el cual la obra divina en nosotros se cumple regularmente por un proceso de fe.La voluntad del ciego está presta; le favorece su infortunio (bienaventurados los que lloran), así como desfavorece al rico la holganza y opulencia (ay de vosotros los ricos). El pobre a poca voluntad que tenga, avanza hacia la luz, porque únicamente tiene que ganar y nada que perder. El rico o poderoso, aunque tanto ganaría avanzando, se retrae trabado por la impresión de lo que teme perder. Por eso de los pobres es el reino, mientras los ricos entran más difícilmente que por el ojo de una aguja.
Responde con fe el ciego. Se dio cuenta de que era el Maestro; el Espíritu le sopló en el alma y obedeció con presteza. Recobró la vista.Entre los fervorosos fariseos los había buenos que exclamaron: Si obra milagros es que viene de Dios. Pero los había rematados, obstinados, que atribuían al demonio lo más santo antes que reconocer que vivían equivocados o consentir en que debieran reformar su ascética y cambiar de ideario. Ellos se reputaban a sí mismos la norma de lo bueno; con tal peste se epidemian los virtuosos descentrados de la caridad y los mandamases que, obedecidos y no replicados, contraen la enfermedad terrible de creer que con ellos está siempre el acierto y la verdad. Erigen luego en doctrina tal principio.
Los obcecados de aquel día arguyeron que el milagro era nefando, puesto que se verificara en sábado. Otros les rebatieron que el milagro es la aprobación de Dios que mira a un hombre.
El ciego les rebatió certero, poniendo el dedo en la llaga: Eso sí que es pasmoso, que no sepáis si es de Dios; sorprendente que lo ignoren personas tan esclarecidas ante pruebas tan palmarias. Los preclaros del templo le vomitaron ultrajes y le zahirieron que, siendo un pingo de pecado, tratara de instruir en la virtud a los doctores de ella. Verdes de bilis, le excomulgaron.
Se enteró Jesús y desanduvo sus pasos para buscarlo. No desampara a los suyos, sino como una leona cuida a las ubres sus cachorros. Encontróse con él en la calle. Contempláronse. Pocos valientes encuentra Jesús; el ciego lo era. Su corazón era capaz de todo el mensaje; y se adelantó el Maestro para entregarle el tesoro del cielo: ¿Tú crees en el Hijo del Hombre?Significaba con esta frase al hombre extraordinario y único que esperaba Israel, al brazo de Dios. El ciego rebosaba tanta fe en Jesús que, con que se lo señale, creerá en ese Hijo del hombre. Jesús se señaló a sí mismo.
Una riada de luz y de emoción inundó al ciego, que cayó estremecido, vibrando con una fe perfecta, puesto que brotaba del amor: ¡Creo, Señor! Y le adoró.
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