El estudio que demuestra los miles de católicos en Auschwitz que perseveraron en su fe
(Religión en Libertad-Javier Lozano) Este lunes 27 de enero se ha celebrado el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Durante estos días se han celebrado distintos actos en todo el mundo y con presencia de jefes de Estado y altos mandatarios.
Millones de judíos fueron asesinados en masa en campos de concentración nazi como el de Auschwitz-Birkenau, pero en dichos lugares de presidio y exterminio también hubo muchos católicos que padecieron y murieron. Algunos de ellos son ya santos para la Iglesia Católica: los dos casos más conocidos son los de San Maximiliano Kolbe y Edith Stein (Santa Benedicta de la Cruz).
La presencia de católicos en el campo
Sus historias son conocidas y están perfectamente documentadas, pero no así la de otros muchos católicos que pasaron por Auschwitz. Y para ello Teresa Wontor-Cichy, historiadora especializada en Auschwitz del Museo Estatal Birkenau, ha publicado un estudio general sobre las prácticas religiosas entre prisioneros cristianos de este campo de exterminio.
“Aunque la mayoría de los deportados a Auschwitz desde la Europa ocupada eran judíos, el campo se abrió originariamente para prisioneros polacos y también acogió a combatientes de la resistencia católica de Francia, Alemania, Bélgica y otros países”.
Hasta ahora, afirma esta historiadora a Catholic News Service, este aspecto se había estudiado muy poco, más allá de los santos citados anteriormente y que fueron asesinados en 1941 y 1942. Sin embargo, Wontor-Cichy ha señalado que miles de católicos laicos también mantuvieron firmemente su fe en el campo, donde los nazis acabarían matando a 1,2 millones de personas.
“Hasta ahora sus devociones religiosas tan sólo se conocían a través de memorias o artículos ocasionales; ahora es posible documentarlos más completamente”, afirma la historiadora. Además, señala que “dado que el 95% de los archivos del campo fueron destruidos es imposible decir cuántos cristianos estuvieron aquí. Pero las afiliaciones religiosas se registraron cuando los prisioneros llegaron y murieron”. Los católicos de mayor mayor número provenían principalmente de Polonia, pero también había de Francia, Alemania, Países Bajos, Eslovaquia y la URSS.
El desafío de los sacerdotes a las normas nazis
La historiadora relata que la dispensa de los sacramentos había sido “estrictamente prohibido” bajo penas de muerte por los comandantes nazis en Auschwitz-Birkenau, pero a pesar de ello los sacerdotes que se encontraban presos los administraban en secreto proporcionando así “una forma de apoyo espiritual y psicológico” y un “sentido de comunidad”.
Entre la documentación recogida y ahora organizada aparece el trabajo de distintos sacerdotes que dejaron detallado su trabajo pastoral tras haber logrado sobrevivir a este campo. Entre estos testimonios estaba el del sacerdote polaco Adam Zieba y o el que fuera más tarde cardenal y arzobispo de Lusaka, Adam Kozlowiecki.
San Maximiliano Kolbe es quizás el preso católico más conocido que fue asesinado en Auschwitz
Ocultaban objetos litúrgicos y devocionales
Teresa Wontor-Cichy explica también que muchos prisioneros que anteriormente no creían recurrieron a la oración durante su cautiverio en el campo de concentración “buscando instintivamente el contacto” con sacerdotes o monjas católicas a los que los guardias del campo llamaban de manera burlesca “pffafen” y a los que asignaban los trabajos más duros. Y es que presos católicos fueron deportados a dicho campo durante toda la guerra por delitos políticos o cuando otros campos estaban llenos.
En su estudio, esta historiadora también muestra cómo muchos prisioneros católicos mostraron “gran determinación” para ocultar objetos litúrgicos y devocionales en Auschwitz como por ejemplo crear rosarios hechos de pan duro.
Por otro lado, también aparece cómo los administradores de este campo de exterminio habían intentado disuadir las celebraciones navideñas de 1944 instalando un árbol de Navidad en el patio decorado con cadáveres, pero pone el ejemplo de un sacerdote, el padre Wladyslaw Grohs, que celebró misa y escuchó confesiones en su barracón. Y es que aunque hubo prisioneros que “dudaron de la providencia de Dios” otros muchos también se aferraron a Él durante el encarcelamiento.
(140)