Fátima y la élite mundial
A la vuelta de una visita al santuario de Fátima con mi familia los pasados 12 y 13 de agosto recibí una llamada un tanto enigmática. Había decidido ir en esas fechas a Cova da Iria en Portugal y que justo hacía dos años que había muerto mi madre. Ella tenía mucha devoción a Nuestra Virgen del Rosario de Fátima y me enseñó desde pequeño el poder de la oración. Era pues un acto de gratitud y a la vez una peregrinación para recibir las gracias espirituales que concede nuestra Madre cuando nos acercamos a Ella con sencillez y bondad en nuestro corazón.
Desde la primera de sus apariciones, el 13 de mayo de 1917, la Virgen reveló el poder del Santo Rosario. Los acontecimientos históricos del siglo XX así lo confirman ya que pueden analizarse de una forma sorprendente, a la luz de los mensajes de Fátima. Siempre me llamó la atención aquella frase pronunciada por la Virgen a unos humildes pastorcitos llamados Lucía, Jacinta y Francisco en la que les decían que cuando rezasen el rosario después de contemplar cada misterio lo siguiente: “Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva a todas las almas al cielo, especialmente a las más necesitadas”.
La llamada misteriosa que recibí a mi regreso de Fátima se refería a la necesidad de orar por la conversión de la élite mundial. Las palabras exactas de mi interlocutora, una excelente periodista mexicana, fueron concretamente las siguientes: “Debemos reparar, desagraviar y orar por la conversión de los poderosos”. La verdad es que yo había rezado en la pequeña Capelinha de Fátima por mi familia, por mis amigos, por sus proyectos, por la paz en el mundo, por la Iglesia, pero no se me había ocurrido rezar por la salvación de las almas de los componentes de la élite global cuyo objetivo final es establecer el llamado Nuevo Orden Mundial.
La cosmovisión y antivalores opuestos radicalmente al espíritu del Evangelio de Jesús de Nazaret que promueve cierta élite mundial, con políticas contrarias a la vida, a la custodia de la creación, a la preservación de la naturaleza humana y a la construcción de la civilización del amor, parecen más bien objeto de denuncia y de rechazo que de compasión y oración. Sin embargo, nuestra Madre en el cielo, nos insta a rezar por su conversión como ayuda para conseguir el bien, la justicia y la paz en nuestro mundo.
Los estudios más autorizados sobre las apariciones de la Virgen de Fátima dejan claro que los últimos mensajes se relacionan con las fuerzas del mal desatadas en el mundo en nuestro tiempo y en la vida misma en la Iglesia, alejando a las almas de la verdad de la fe, y por lo tanto, del Amor Divino que fluye del Sagrado Corazón de Jesús. En el mismo mensaje de advertencia que sobre la apostasía de los hombres-es decir, sobre su alejamiento de Dios y el abandono total de la vida de la fe-pronuncia nuestra Señora del Carmen de Garabandal en los inicios de la década de los años 60 en una aldea remota de Cantabria en España.
La oración. Y la fe contra el mal
La fe en Dios se expresa necesariamente en el amor a Dios. Y es precisamente en Fátima donde tres humildes pastorcitos recibieron los instrumentos por los cuales la Madre de Dios conduce al mundo frente a la grave crisis de la apostasía generalizada, ante la guerra y el aparente triunfo del mal. Dichos medios son la fe, la oración, la penitencia y la reparación. En Garabandal unas niñas sencillas recibieron también el mensaje sobre el valor incalculable de la adoración a Dios a través de la Eucaristía. Por lo tanto, los citados medios para combatir el mal en el mundo también son válidos para pedir por la conversión de la élite globalista mundial y de los poderosos, así como para orar por la fidelidad de las altas jerarquías y de los sacerdotes y consagrados en la propia Iglesia Católica que se enfrentan al desalentador desafío de una apostasía generalizada de la fe.
Todo ello es necesario en estos tiempos definitivos en que los movimientos por un gobierno mundial unificado y totalizador, así como ciertos movimientos dentro de la misma Iglesia, ignoran la ley moral porque no tienen su fundamento en Dios en su plan para nuestra salvación eterna.
Ideologías emergentes como el transhumanismo o el posthumanismo que proponen la posibilidad de diseñar biotecnológicamente al ser humano sin ningún tipo de límites, haciendo de la persona un ser transgénero o transespecie, dinamitan la esencia permanente y universal de la naturaleza humana basada en si dignidad, libertad, singularidad y exclusividad, y nos hacen pensar que debemos instaurar urgentemente, a nivel global, unos principios y una ética universal que se basen en el bien común y en la ley natural inscrita en nuestra conciencia. En alguna ocasión ya me he referido a ello proponiendo un humanismo avanzado que conecte nuestra mente a nuestro corazón, que esté abierto a la trascendencia y que se sustente en nuestra inteligencia espiritual centrada en el amor a nuestros semejantes y a Dios.
La corrupción de ciertas élites mundiales causada por el ansia desaforada de poder absoluto, la codicia desmesurada y el afán de dinero sucio, la instigación de conflictos que configuran la presente guerra mundial híbrida, las prácticas relacionadas con abusos sexuales a menores y a personas indefensas, así como ciertos rituales luciferinos que millones de jóvenes reproducen inconscientemente a través de determinados estilos musicales y de videojuegos, la adopción de simbolismos iluministas en sus cuerpos y en el espacio público, la degradación de las personas a través de las drogas, el sexo adictivo y el control de sus mentes, todas esas acciones provenientes del mal, no pueden ni deben vencer. Es urgente una conversión hacia el bien de las élites mundiales y de los ciudadanos de nuestra casa común, el Planeta Tierra.
Tenemos que hacer comprensible a nuestro mundo la belleza del bien. Necesitamos ofrecer esperanza. Y eso únicamente lo conseguiremos a través de una espiritualidad basada en el amor y en una conversión integral de las élites mundiales y de cada uno de nosotros para transformar nuestras vidas imitando a Cristo. En este sentido, el Espíritu Santo, es nuestro maestro interior y un guía extraordinario para alcanzar paulatinamente dicha transformación que ofrezca la mejor versión de nosotros mismos. En estos momentos históricos, si queremos alcanzar la paz y la vida eterna, es realmente importante atender al conocimiento profético y al mensaje de fe y de conversión personal que nos ha querido transmitir nuestra Madre en Fátima.
(Albert Cortina, artículo publicado en el periódico La Razón)
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