Santa Julia Billiart. Hacer creíble la bondad de Dios
Nació el 12 de julio de 1751 en Cuvilly (Francia), en una familia de agricultores y comerciantes bien acomodados. Era la penúltima de los siete hijos de Jean- François Billiart y su esposa, Marie-Louise-Antoinette Debraine.
Tuvo una infancia notable. A los siete años sabía todo el catecismo, y ya lo explicaba a sus compañeritos. También progresó en vida espiritual, de tal modo que el párroco le permitió recibir la Primera Comunión y la Confirmación a los 9 años, una edad muy temprana para esa época. En ese periodo hizo voto de castidad.
Poco a poco su familia se empobreció y Julia, con 16 años, tuvo que ayudar en las faenas del campo. Esto no la impidió sacar tiempo para fortalecerse en la oración diaria, y hacer todo el bien que podía, como visitar a los enfermos.
Algunos la denominan “la santa de Cuvilly”.
Herida por la penalidad
A los 20 años una tragedia cambió su vida: Un desalmado mató a su padre de un disparo, y ese incidente la afectó tanto que Julia perdió la movilidad de sus miembros inferiores. En poco tiempo quedó paralítica, y confinada a un lecho durante más de veinte años.
Con la gracia de Dios, llevó esa pérdida y sus limitaciones con admirable fortaleza. No se cansaba de alabar a Dios en sus penalidades. Siempre repetía: “¡Qué bueno es el buen Dios!”
En estas circunstancias pudo comulgar todos los días, desarrolló un excepcional don de oración y largos éxtasis. El resto del tiempo tenía su apostolado: Reunía en torno a su lecho a los niños para enseñarles el catecismo y bordaba ornamentos para la parroquia.
Revolución
En los aciagos tiempos del Terror, en la Revolución francesa, tuvo que andar fugitiva de un lado para otro, por haber defendido a su párroco y hospedar a otros perseguidos. Las buenas gentes, que admiraban su virtud, la pusieron a salvo transportándola en un carro a Compiègne. Como consecuencia de tantos trasiegos, enmudeció durante unos meses.
Un día oró: “Señor, en la tierra no hay posada para mí. ¿Quieres reservarme un rinconcito en el paraíso?”
En Amiens con Francisca Blin
Se refugió en casa del vizconde Blin de Bourdón, hasta que acabó la revolución y recobró el habla. Ahí trabó amistad con Francisca Blin de Bourdón, vizcondesa de Gizaincourt, alma muy caritativa que llegó a ser su colaboradora más cercana.
La vizcondesa, de entonces 38 años, tuvo una juventud piadosa, entregada a causas buenas. Padeció la cárcel durante el Terror con su familia. Solo escaparon a la muerte por la caída de Robespierre.
Julia no atrajo a Francisca a primera vista, por ser una pobre paralítica casi muda. Después la cautivó por sus extraordinarios dones espirituales. Su santidad tenía imán, atraía. Un grupo selecto de jóvenes damas de alcurnia, amigas de la vizcondesa, se reunía con frecuencia en torno a su lecho. Julia les enseñaba cómo conducir su vida interior, mientras ellas se consagraban generosamente a la causa de Dios y de los pobres.
Mística y fundadora
Con Julia iniciaron una experiencia de vida religiosa, con ejercicios propios de la vida de comunidad. Pero faltó constancia: de estas primeras discípulas solo quedó Francisca.
Quienes trataron a Julia ese tiempo apreciaron su espíritu religioso, y por su ejemplo hicieron gran labor apostólica en torno.
Ya en 1793, Julia había tenido la visión de una cruz y de un grupo de mujeres a sus pies, con hábito desconocido. Una locución divina le explicó: Ellas integrarían un Instituto marcado con la cruz.
Como estalló otra persecución, vivió con familia Doria en Bettencourt. Ahí conoció al P. José Varin, superior de los “Padres de la Fe” (jesuitas). Con su asesoría, Francisca y ella fundaron en Amiens la Congregación de Nuestra Señora, bajo los auspicios del Obispo, para la formación espiritual de niños pobres, y religiosas catequistas. Julia puso especial dedicación a la formación de estas maestras, ayudada por la Madre S. José (Francisca).
El P. Varin les dio unas reglas a modo de prueba. En vista de la difusión, se dispuso que gobernara una superiora General, responsable de visitar las casas, de nombrar superioras locales, de establecer las devociones. Julia estableció que entre sus religiosas no habría distinción entre religiosas y legas. Con primeras postulantes abrieron orfanato y comenzaron a formar catequistas.
Julia era una enamorada del Corazón de Jesús, y propagó mucho su devoción, como había hecho antes Santa Margarita María.
Animaba también a las Hermanas al celo apostólico: “Hijas mías, pensad cuán pocos sacerdotes hay actualmente y cuántos niños pobres se debaten en la ignorancia. Tenemos que luchar por ganarlos para Cristo”.
Curación milagrosa
En 1804 Julia fue llevada paralítica, a una misión popular. Su confesor, el P. Enfantin, la invitó a unirse a una novena que él hacía ‘por una intención particular’. Cuando llegó el quinto día, fiesta del Sagrado Corazón, el sacerdote le dijo: “Madre, si tiene fe, dé un paso en honor al Sagrado Corazón de Jesús”. Ella obedeció y vio que podía caminar.
Ya curada, en octubre de ese mismo año ella y tres mujeres más hicieron los votos religiosos.
Julia pudo viajar y extender mejor la obra, y nuevos conventos en Namur, Gante y Tournai. Ayudó todo lo que pudo a los «Padres de la Fe» en sus misiones.
Discordias entre hermanos
En esa época floreciente, de expansión y ausencia del Padre Varin, quedó como sustituto el abad de Sambucy de St. Estève.
Este sacerdote pretendió reformular las Constituciones, y acomodarlas a las antiguas Órdenes monásticas. Julia se opuso.
Por despecho, él sembró dudas respecto a la Orden, y alejó de ella a muchas personas, entre ellas influyó en el obispo de Amiens, monseñor Demandoix, quien instó a la fundadora a abandonar la diócesis.
Antes de dejar Amiens, la madre Julia expuso la cuestión ante todas sus religiosas, dejándolas en total libertad de quedarse ahí o seguirla. Todas menos dos eligieron acompañarla.
Así, invitadas por el Obispo Pisani de la Gaude, se retiraron a Namur, y ese convento se convirtió en la casa matriz del instituto en el invierno de 1809.
Últimos años
Pasado el tiempo, el Obispo de Amiens descubrió el engaño y pidió el regreso de la Madre. Ella volvió, reintentó fundar ahí, pero no halló quien la secundase. Esa empresa fracasó. De ahí regresó a Namur donde quedó ya para siempre.
De 1804 a 1816 Santa Julia fundó 15 conventos, realizó 120 viajes y mantuvo amplia correspondencia con sus hijas. Procuró formar bien a las religiosas, antes de que ella faltase. Por favor de Dios, ninguno de sus conventos sufrió por las guerras napoleónicas.
En enero de 1816 empeoró su salud, y tras tres meses de dolor llevado con enorme paciencia, falleció el 8 de abril recitando el Magníficat.
El rasgo principal de santa Julia es su ardiente caridad, que brota de una fe entusiasta, y se manifiesta en su sed por el que sufre, y su ardor por las almas. Ese amor, que se expresa, como dijimos, en esa jaculatoria tan suya: “Oh, qu’il est bon, le bon Dieu”.
San Pío X la beatificó el 13 de mayo de 1906, y San Pablo VI la canonizó el 22 de julio de 1969.
Oración
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a santa Maria Rosa Julia Billiart para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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