“Le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”
Evangelio según San Lucas 2, 21-24
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Meditación sobre el Evangelio
Eran fieles a la voluntad de Dios, manifestada entonces en el cumplimiento de lo prescrito por la Ley dada a Moisés. No nos exime Dios de lo que conlleva ordinariamente la vida en cada época, pueblo o nación, con sus costumbres, tradiciones, leyes, y no hace excepción con María, José y Jesús, nacido como un israelita más. Y no sólo eso, sino que observamos en el evangelio cómo en esa cotidianidad de vida es como ellos van desarrollando y ejercitando la fe, la esperanza y la caridad. Lo mismo ocurre con nosotros, que vamos aprendiendo a amar a todos, comenzando por los que nos rodean; a fiarnos y poner, para lo grande y lo pequeño, nuestra confianza y esperanza en Dios nuestro Padre.
Siguiendo la Ley, a los ocho días circuncidan al niño; aquí Jesús derrama sus primeras gotas de sangre. Y a los cuarenta días del nacimiento viajan a Jerusalén; era cuando a María tocaba purificarse (¡ella, que es la purísima, la sin mancha ni pecado!), y al niño ser consagrado al Señor (¡él, consagrado desde la eternidad como el Hijo de Dios Altísimo…!). Su ofrenda, la que prevé la Ley para personas poco adineradas: “Un par de tórtolas o dos pichones” (Lev 12,1-8). Sobresalen en la Ley dada por Dios a Moisés muchos matices de caridad —aquí, al que menos tiene se le pide menos ofrenda—. No podía ser de otra manera, siendo Dios amor. Pero, habiendo sido “dada la Ley por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,17), y será él, salido del seno del Padre, quien haga de la caridad la única Ley: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12.17; 13,33b-35; cf Rom 13,8-10; Gál 5,14; Mt 25,31-46).
No hay, en los acontecimientos narrados, pompa ni boato por ser quienes son, sino total naturalidad. Para Dios, lo extraordinario va en el corazón, no en la exterioridad. Pasan desapercibidos, como unos más, salvo para aquellos que, guiados por el Espíritu, detectan lo sobrenatural y extraordinario escondido en lo natural y ordinario.
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