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Lunes Vigilia de Navidad 24-12-2018

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“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de los alto”

Evangelio según S. Lucas 1, 67-69

Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y el “juramento que juró a nuestro padre Abrahán”, para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

 

Meditación sobre el Evangelio

Determinante para Zacarías fue cumplir en su momento, por encima de tradiciones y costumbres, la orden que le diera el ángel (“… y le pondrás por nombre Juan” —Lc 1,13—), escribiendo en una tablilla: “Juan es su nombre”. De inmediato se le soltó la lengua y bendecía, agradecido, a Dios. En su sordera y mudez, Dios no lo abandonó a su suerte. Interiormente, el Espíritu fue actuando en él haciéndole recordar trozos de salmos y escritos de los profetas que, unidos a las palabras de Gabriel en su aparición, dibujaban el plan salvador de Dios para con su pueblo desde antiguo, del que su hijo Juan iba a formar parte. Fue comprendiendo en su corazón, seguramente anonadado por su falta de fe ante las palabras del ángel, el gran regalo que Dios le hacía, suscitando en él un profundo agradecimiento lleno de adoración. De seguro que mucho meditó y rumió Zacarías todo esto en su ‘aislamiento’, iluminado su corazón, ya abierto y entregado, por el Espíritu Santo, el cual, una vez desatada su lengua, lo hizo exclamar espontáneamente y proclamar este hermosísimo cántico a la Misericordia divina, que la Iglesia denomina “el Benedictus”.

“Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”. Será Juan quien vaya preparando los caminos para que llegue el Señor redimiendo, curando, liberando, salvando, reconciliando al hombre con Dios. Con nuestra naturalidad de vida empapada de evangelio, nosotros vamos siendo sal, luz y fermento (“Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo” —Mt 5—) en medio de tantos que pueden, si Él lo concede, conocer a Dios, a Jesús, a través de nuestro vivir. Estaríamos siendo para ellos —muchos apartados, incluso contrarios a Dios por no conocer al verdadero— evangelio no escrito con palabras, sino en clave de vida; de vida sencilla, amando en medio del mundo.

Seríamos “esa voz que grita en el desierto preparando el camino del Señor, allanando senderos, rellenando valles, rebajando montes y colinas, enderezando lo torcido y haciendo de lo escabroso camino llano, para que toda carne vea y experimente la salvación de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (cf Lc 3,4-6= Is 40,3-5; 1Tim 2,4). Esto se irá haciendo realidad si vivimos desde el amor; sólo así “brillará nuestra luz delante de los hombres de manera que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos” (cf Mt 5,16).

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