“Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños”
Evangelio según S. Mateo 18, 12-14
Dijo Jesús a sus discípulos: «¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la pérdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».
Meditación sobre el Evangelio
Les acababa de hablar de los pequeños y les aplica la preciosa parábola de la oveja perdida.
Insignificante para el mundo era aquel que se perdió; uno más: ¿Qué importa si se perdió, pues quedan muchos? ¿Qué importa un garbanzo negro en la olla? Mas no es tal para Dios; lo mismo que un pastor deja el rebaño y camina en busca de la extraviada, así Dios. Le interesa tanto como si no se acordase de las noventa y nueve restantes.
Lo más entrañable nuestro, lo más íntimo y último, es ser hijos, vivir de la corriente vital que pasa del Padre a nosotros, latir nuestro corazón impulsado por los latidos del suyo, ser de Él.
El pecado es separarse, porque con el amor no se compadece desunión. La separación es más o menos grande según los actos y actitudes del hombre, pero no llega a ser total e irrevocable más que la que se consuma con la muerte.
Mira Dios su peligro y se estremece. Le necesita su corazón y parte tras él, infatigable hasta que se hace con uno.
Y si la encuentra, la explosión de júbilo es sin par. Lo que no habría sido, de no encontrarla, aunque continuase con las noventa y nueve. El gozo de poseerlas no fulguraría con el estrépito de recobrar la perdida. Eso le pasa a Dios; es el Padre, vuestro Padre celestial, que no soporta que un pequeñín se le pierda. Apreciadlo vosotros como Él.
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