“Todo el que es de la verdad escucha mi voz”
Evangelio según S. Juan 18, 33b-37
Pilato llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Meditación sobre el Evangelio
Va recibiendo gradualmente Pilato una fuerte presión de las autoridades político-religiosas judías para que crucifique a Jesús. No estaban ellos autorizados para dar muerte a nadie (Jn 18,31), pero su intención desde hacía tiempo era la de matarlo (Mt 12,14; Jn 5,18). Pilato está convencido de su inocencia (Jn 18,38b; 19,4) y de que se lo han entregado por envidia (Mt 27,18; Mc 15,10). Su mujer le ha advertido: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él» (Mt 27,19). Al no encontrar culpa en él, dice a todos que le dará un escarmiento y lo soltará (Lc 23,16.22). Lo mandó azotar, siendo maltratado y humillado por los soldados, quienes, además, lo coronan de espinas y se burlan de él… Y oyendo a los jefes de los sacerdotes y a los guardias gritar insistentemente «¡crucifícalo, crucifícalo!», y decir: «según nuestra ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios», Pilato se asustó aún más de lo que estaba (Jn 19,6-8), y lo introdujo de nuevo en el pretorio para preguntarle. Jesús le contesta, y desde ese momento Pilato trataba de soltarlo (Jn 19,12)… ¡Ay, no temas, Pilato, que la verdad que ves, si la sigues de corazón y actúas según ves, esa verdad te hará libre y te echará en brazos del Padre, que te rescatará! Pero al ir dando largas, la situación se desboca, y los judíos gritan: «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César»… Y Pilato titubea… Y cuando se titubea con la verdad, con lo que se ve que es justo, se entra en la tentación, que siempre merodea; que se va haciendo poderosa y comienza a escarbar en el egoísmo propio, y el tentado, debilitadas sus fuerzas, va cediendo a intereses, ambiciones, miedos y temores que le salen al paso. ¡Falta ya la fortaleza: la que de Dios vendría de haberse dado a su tiempo un paso adelante! El mal (el demonio, y los hombres que estúpidamente le sirven) va avanzando, tejiendo sus redes y tragando a cuantos, en su propia libertad, se van poniendo a tiro (“Sed sobrios y velad —nos dirá el apóstol Pedro—, que vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe sabiendo que vuestros hermanos del mundo entero están pasando por los mismos sufrimientos, por los mismos combates” —1Pe 5—).
En el interrogatorio, Jesús va respondiendo sin imponerse. Dios se ofrece, propone, facilita, no se impone: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?…». Se insinúa, pero respetando la libertad. En el Juicio Final sí se impondrá: «Venid, benditos de mi Padre…»; «Id, malditos, al fuego eterno…» (Mt 25). Jesús le ofrece una salida airosa a la que agarrarse: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»… Amor, amor y amor de parte de Jesús. Pilato se muestra esquivo y no quiere profundizar, dejando luego en el aire su pregunta: «¿Y qué es la verdad?» —versículo que sigue a este texto evangélico de hoy—. No busca sinceramente, de corazón, ni espera una respuesta, sino que, como el que echa avecillas a volar, se desconecta… de ahí que Jesús no le responda. Teniendo ante sí la Luz, la Verdad, el Amor, no se acogió; se dejó llevar por otras cosas… .
Jesús aclara: Yo soy rey, sí, pero mi reino no es de aquí. En mi reino todo sucede al contrario que en los de aquí: el rey es quien más ama; y quien más ama es quien más sirve a todos. En este mundo, el rey está en el vértice de la pirámide, encumbrado, por encima de todos. En mi reino la pirámide está invertida: el rey es quien soporta el peso de todos, quien se entrega a todos en amor para hacerles el bien, y, junto a él, sus ministros y su corte (“Y llamándolos Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» —Mt 20,25-28—; «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, pues lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis; y puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica» —Jn 13,12-15.17—). Así es mi reinado, y a hacer como yo os invito, porque quiero que viváis, y en el amor está la vida. Dios es amor; quien me ve a mí ve al Padre (Jn 14,9); yo, pues, soy amor, el amor visible, tangible, del Padre a vosotros, al mundo. Mi reinar es amar. En mi reino, amar es la delicia de todos cada día. Yo y los míos somos así, actuamos así, espejando al Padre. En la Tierra, con persecuciones, en medio de tribulaciones provocadas por los reacios al amor (a la Verdad), por los recalcitrantes en el egoísmo, que guerrean contra los míos azuzados por Satanás y sus demonios intentando hacerles la vida imposible. Pero no será así en el Cielo, adonde ellos no entrarán. Con mi amar y el de los míos aquí, sienten ellos denunciadas sus oscuras y torvas intenciones, pero recibirán a su pesar bienes a cambio de sus males, siendo así amados por si el Padre les concediera la conversión del corazón (como sucediera a Pablo a la muerte de Esteban…), ya que mientras haya vida habrá esperanza.
“Tened, pues, entre vosotros, los sentimientos propios de Cristo Jesús —nos exhorta san Pablo—, el cual, siendo de condición divina —siendo Dios—, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo y de su rango tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz —de malhechor—. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11).
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