“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”
Evangelio según S. Marcos 13, 24-32
Dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de una gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Meditación sobre el Evangelio
Mencionando una época hacia el fin del mundo en que todo esto alcanzará su punto álgido, extiéndase la advertencia a todos los momentos de cada vida en que la tempestad bramará con peculiar intensidad.
Emplea un lenguaje apocalíptico, modo de pintar un cuadro notando sólo las pinceladas más enérgicas.
En medio de tanta tenebrosidad, enciende un sol de seguridad y esperanza, apuntando a nuestro Padre del cielo, que vela en la altura, mide nuestras posibilidades y calcula nuestros músculos: No temáis, abreviará cuanto fuere preciso, para que no caigáis.
Encantadora solicitud del Padre, blanca luz sobre las sombras del cuadro. Los que viven en la caridad y en fe, sus hijos que en Él se reclinan, son sus amados por excelencia, sus elegidos; por nada del mundo se olvidará un momento de ellos, sino que subordina el universo a sus queridos. ¡Cuantísimo mira el Padre!, viendo al hijo que sufre y le suplica, silencia a la tempestad o la reduce.
Reitera que no crean jamás en otro Cristo; el único es él y ya fue y sigue desde el cielo. Se nombrarán Enviados del Altísimo, Iniciadores de órdenes nuevos que superen al evangelio…, lo que sea. ¡No les creáis! Ni que yo he vuelto a la tierra. Tampoco.
La vuelta mía no será tal que haya que ir comunicando la noticia ni montando una información. No. Será tan relampagueante, que invada todas las pupilas, lo mismo que un relámpago de horizonte a horizonte; tan repentino, tan resplandeciente, que nadie necesita contárselo al otro. Los males definitivos caerán entonces sobre los malos, con ese instinto con que los buitres olfatean de lejos los cadáveres.
Esta vuelta suya a la tierra, repite que irá precedida de enormes tribulaciones, las de a través de la historia, que con una intensificación peculiar se muestran en la postrera etapa.
Importa mucho a los discípulos que van a presenciar su derrota en la Pasión y luego su triunfo en la resurrección, saber que las derrotas continuarán sucedidas de triunfos, hasta la postrera, cuando estarán al filo de sucumbir los elegidos si Dios no abreviase las fechas. Para concluir con la plenitud del triunfo último definitivo.
Al presentarse Jesús, con su fuerza inmensa desplegada, con su potencia circundada de divinidad, destellando grandezas colosales, imponente majestad ante la que ningún adversario puede subsistir, temblarán azogados los enemigos, morderán los contrarios su fracaso, las hordas de los malos lamentarán agrios su equivocación y su ridículo.
¿A qué viene? Fíjase en sus queridos, en los que permanecieron fieles, en los que todo lo dieron por Él, «sus escogidos». Viene a recogerlos de dondequiera se encuentren, para asociarlos a su triunfo, encumbrarlos a su gloria, hacerlos partícipes de su Padre y herederos de una herencia fabulosa.
Magnífica descripción que nos conforta al contemplar su Pasión y vivir la nuestra, en las diversas persecuciones contra la doctrina verdadera que sostenemos. Terrible pensamiento para el malo, y deleitosa meditación para el que es todo de Jesús.
En vísperas de su Pasión fortalece nuestra esperanza, describiéndonos en sus líneas fundamentales toda la historia hasta el fin. En ella destaca la solicitud del Padre por sus elegidos, el fracaso de los malos y el triunfo de nuestro Cristo.
Con el símil de la higuera retorna a la ruina de Jerusalén. Lo mismo que las hojas anuncian en la higuera la inminente primavera, los ejércitos aproximándose a Jerusalén anuncian su ruina. Más aún, asegura que no habrán desaparecido todos los de la generación presente antes de que se cumpla su profecía: De los actualmente vivientes habrá quienes pervivan cuando la destrucción.
Los astros pasarán, la tierra pasará, mis palabras no pasarán. De una manera concluyente formula el Maestro que el día final del mundo será desconocido hasta su aparición. Tan desconocido que ni los ángeles lo saben ni el Maestro.
¡Gloriosa e inenarrable dignación, arranque de una caridad exclusivamente divina! Tomar nuestra naturaleza y vivir tan completamente en ella que fue enteramente como uno de nosotros.
Los ángeles en el cielo viven felices, saben dichosos ignorar, para mirar con alborozo a la caja de sorpresas que de cuando en cuando va destapándoles el Padre celestial.
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