“El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí·, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros”
Evangelio según S. Lucas 17, 20-25
Los fariseos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Jesús les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros». Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».
Meditación sobre el Evangelio
Es torpeza, lo mismo de gente devota que de mundanos, considerar el reino de Dios al estilo del mundo, ideando su armazón a modo de imperios magníficos, ansiando su invasión a paso de marchas triunfales e irrumpiendo con estrépito avasallador. Cuando algo de esto sucede, baten palmas y consideran que empieza a cumplirse el advenimiento del reino. Con marcada intensidad, lo juzgaban de este modo sus contemporáneos, hasta el punto de que hoy le interrogan sobre cuándo, ese reino que predica, empieza a existir.
El Maestro contesta que, el reino de su mensaje, no aparece como un meteoro rutilante, que se pueda señalar con el índice. Nace callado en las almas, se extiende silencioso y se multiplica sin estrépito como la virtud; como la savia en el árbol, que se mueve con la primavera, e insensiblemente lo cambia en semanas, cubriéndolo de hojas. No es la nevada de una noche, que se descubre al abrir el balcón por la mañana; es la lenta floración del valle, que lo cubre de hojas y colores, silenciosa y mansa.
El reino es primordialmente un fenómeno interior, un acontecimiento íntimo del ánimo, el cual va sintiendo como siente Dios, amando como ama Dios, enramado de esperanza, punteando en el desierto quedamente, hasta transformar las arenas en vergel; vergel de felicidad y de espíritu; pues doquiera aparezca uno del reino, se forma en su derredor un espacio de felicidad, al ser el amor y la esperanza, manantiales de ella, para el dueño y para los que se acercan.
No viene el reino con aparato y pompa. El deseo de verme, sobre todo de verme triunfador, os inclinará a pensar, enseguida, que esta o aquella es la señal de que estoy en la tierra y de que estoy para llegar. No os precipitéis. Volveré, en efecto, con grandeza y majestad a concluir la obra, a dar cima al reino; será ello al revés de ahora. Como un relámpago que en la noche ocupa el cielo, como un rayo que deslumbra. No habrá que buscarme, pues mi presencia arrebatará la atención de todo el mundo. Pero esto entonces, no ahora. Aquello será el fin; hoy es otra cosa.
La etapa del reino en la tierra, consiste en una caridad que remedia penas a todos; pero las hay. En una esperanza que sobrenada en cualesquiera sinsabores; pero los hay. En una fe que brilla amorosa en medio de noches del ánimo; pero las hay. Por disposición sabia del Padre, así discurre el reino en los individuos y en la humanidad, a través de los siglos; no es un triunfo exterior que circunde como un clima y nos envuelva, sino que va brotando a chorros desde cada uno. Es el Espíritu un venero, más o menos a presión, que mora dentro y estalla en surtidor´.
Pero el Padre organiza su plan misterioso, aun con demonios y lanzas y lágrimas y sangre. Jesús, el primero, pasará esa experiencia: «Es necesario que padezca mucho y sea reprobado por sus contemporáneos». Como su caridad y esperanza fue sometida en ocasiones a sangre, igual los suyos.
No es un reino aparatoso, exento de contradicción y de dolor, libre de climas hostiles; sino que es un crecimiento de lirios entre cardos, de grama entre pedruscos, de rosas entre espinas, hasta ir invadiendo mayores y mayores porciones de tierra. Ellas son el reino de Dios, fragancia que le recrea, colorido que le extasía, tipos de rosas peregrinas obtenidas por mil combinaciones, juego de colores especialmente estético sobre el fondo de una tierra huraña y montaraz.
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