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Sábado de la 21ª semana del Tiempo Ordinario.- 31-08-2024

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“Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”

Evangelio según S. Mateo 25, 14-30

Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, volvió el señor de aquellos siervos y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil, echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y rechinar de dientes”».

Meditación sobre el Evangelio

Desigual cantidad de talentos deposita Dios en cada hombre, posibilidades diversas de rentar, conforme la diversa capacidad. Cada cual es capaz según la elección de Dios; esta elección es su dilección, que siendo con todos enorme, es en cada uno distinta.

Como un señor que se despide de la servidumbre por largo tiempo, así parece vivir el Señor en la lejanía de un viaje. Para los de poco o ningún espíritu, resulta una ausencia total; pues ni le ven ni le recuerdan. Para los de mucho espíritu, no es total; pues conviven en oración y comunicación íntima. Todavía es una ausencia, porque su cercanía es de fe y están suspirando por contemplarle sin penumbras, cara a cara.

Todos disponemos con qué producir riquezas al Señor. ¿Qué riquezas busca?: A mí y a sus hijos. ¿Cómo me logra a mí?: Si me transformo en divino. Debo producir en mí su Espíritu, para ser suyo. Y su Espíritu es Amor. Me transformo amando, dándome a sus hijos. Dándome le gano riquezas, pues lo que das al hijo es como si lo dieses al padre, máxime si el padre está lejos y tienes a tu lado a los hijos. Hijos queridísimos, toda su ilusión.
Te dotó de medios con que se los cuidaras y consolaras, se los alegrases y les sirvieres. Cuando venga y te interrogue cómo realizaste los talentos que te entregó, tú, mostrándole a sus hijos, rientes, sanos, rollizos, guapos, sabios, amantísimos, divinos…, le dirás: « ¡Mira!».

A todos confiere Dios modos y medios de producir alegrías, consuelos, bienestar; a todos suministró maneras de causar dichas, favores, y remediar pobrezas y llantos. A unos más, a otros menos, equipó a todos con talentos para mucho bien.

Por qué a uno dos, a otro cinco, a otro veinte, es un secreto suyo anexo a una predilección singular. El ideal es aplicarse a rendir con tal afán que ni un céntimo quede sin producir su bien al mundo.

Todos los bienes del mundo, todos los talentos naturales e incluso carismas, son «lo poco», en comparación de cuando Dios se abra en nosotros como se abre el gozo en unas pupilas o la vida en la primavera.

Conforme instruyó en otra ocasión (administrador infiel), nos prueba con valores de poca monta; tales son los de la tierra. Si correspondemos fielmente, nos confía los verdaderamente valiosos, las cantidades ingentes y el oro sublime, que es El mimo, su fortuna inmensa. Tan grande es que no cabe en nuestra atención. Por un lado nos asigna una cantidad desmesurada para que la poseamos y gobernemos («te pondré al frente de lo mucho»); por otro lado nos zambulle en su felicidad oceánica que no podemos abarcar, aunque sí ser abarcados por ella: «Entra en el gozo de tu Señor».

El miserable que invalidó su talento y lo dejó inoperante, retrata a tantos que se alistan al servicio de Dios, mas no según Cristo. Se enrolan entre los servidores del Altísimo, con una religión de temor y espanto, con idea de un Señor terrible; se aplican a su vasallaje con reverencia y miedo, sin infantilidad, ni gozo, ni confianza; fórmense un concepto tenebroso, con aplacamientos, desagravios, postraciones, faquirismos; dedícanse a mirar por su pellejo, guardadores de su alma con siete llaves y triple muralla; encierran los talentos para no pecar y sepultan su potencia de mil favores al prójimo, con tal de salvarse ellos.

Al cabo de los años, cuando el Señor les pide cuenta, creen tenerla buena porque guardaron muy guardada su alma, dejándola inútil en la tierra, improductiva. Enterraron a millares, horas para consolar, oportunidades para socorrer, facultades de encender a muchos luz, capacidades para promover paz, bienestar y auge. Enterraron talentos de plata y oro que rentarían fortunas al prójimo.

Quítanle al sin-caridad todos los dones del cielo. Eternamente sin ellos. El réprobo queda despojado de virtualidad divina. Empobrécenlo del todo y lo arrojan a las tinieblas de su desamor, entre los tenebrosos sin alma, país del llanto y de la rabia.

Su talento no se pierde; pasa al que lo sabe aprovechar. Es procedimiento de Dios tener algunos tan predilectos que sean sus principales colaboradores en la promoción del reino, en la multiplicación de hijos, en el servicio de todos, maravillosos miembros de Cristo. Cuando hay que sufrir lo que otros no soportarían, cárgalo Dios sobre ellos; cuando cruces pesadas que otros no llevarían, llévansela ellos o la porción más abrumadora. Toman éstos sobre sus espaldas lo suyo y lo de muchos. Auténtica reserva de Dios y descanso suyo.

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