“Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”
Evangelio según S. Mateo 19, 27-29
Dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?» Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna».
Meditación sobre el Evangelio
Jesús nos estimula a lanzarnos al agua, a sumergirnos en una vida de caridad y esperanza, ciegos de fe. Todo el que hubiere de posponer, renunciar, perder algo, por mantener las ideas del Evangelio, por observarlas simplemente o por realizarlas a la perfección, fiándose de Jesús y zambulléndose en su palabra, ése no perderá, sino que ganará muchísimo para la otra vida y muchísimo para la presente. Nombra la hacienda, porque versa el diálogo sobre ella; y aduce a la familia, por ser los afectos más íntimos y valiosos de este mundo.
Al dinero abundante le profesa antipatía Jesús. A la familia no; por el contrario, siendo la caridad la doctrina esencial, ha de principiar por los más próximos, depurando nuestro afecto, haciéndolo más encendido, más fino, más servicial, más asiduo. El Evangelio ha de llevar al padre a ser más padre, al hijo a ser el mejor hijo y más a su lado, al esposo a superar en afecto y dedicación a todos los esposos.
Sería abominable equiparar la familia al dinero, como dos obstáculos de la caridad. Abominable suponer que Cristo mira lo mismo que a las riquezas, con aversión, a los hijos, encargando a sus padres que los despidan cuanto antes; a la esposa, aconsejando al esposo que se desprenda de ella; a los padres, persuadiendo al hijo que los abandone o que los cuiden los menos cristianos.
Resultaría una monstruosidad. Jesús permaneció hasta el último día con su madre; si no con la continuidad de Nazaret, sí con la asiduidad de hijo y madre que se ven a menudo, cuidando el uno del otro y acompañándose cuanto pueden; a duras penas, por el bien de la predicación, se separaban.
Refiérese a cuando los parientes, instituciones, congregaciones, amigos, carreras o cualesquiera seres particulares o colectivos se obstinen contra nuestra caridad, nuestro llevar luz, nuestro proporcionar bienes… Por vivir el Evangelio, pospón incluso a tus hijos si es preciso, a tu mujer si es preciso, a tu carrera, a cuanto fuere más valioso y más tuyo. Yo te prometo que lo recobrarás con creces; no plata por plata, sino oro por plata y trigo por centeno, y por balde de agua un surtidor.
Eso sí, entreveradas van con todos los dones míos las persecuciones suyas. Aceptar mi Evangelio, tomar una religión que es caridad, solivianta a todos los que repugna cualquier cosa que suene a religión, y a todos los que les altera una religión que sea distinta a la que ellos se manipulan.
Por eso dice el Maestro: Perded con ellos cuanto fuere menester, y entrad en la caridad a pesar de todos ellos. Cuanto perdáis yo os lo repondré con aumento; mas en medio de mis caricias y regalos, no faltarán sus zarpazos. Ellos a quitaros, yo a daros; ellos a robaros mil, yo a regalaros cien mil. Recibiréis el céntuplo ahora, con persecuciones, y después la vida eterna.
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