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Martes de la 14ª semana del Tiempo Ordinario. Feria.- 9-07-2024

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“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies, que mande trabajadores a su mies”

Evangelio según S. Mateo 9, 32-38

Le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: «Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como vejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Meditación sobre el Evangelio

En admiración la gente ante Jesús. De cerrazón en cerrazón los llamados «selectos» (fariseos) ante Jesús. Lo que para unos es luz, para otros, tinieblas; lo que para unos es salud, para otros, condenación. Así es siempre su evangelio, señal de contradicción.

Aun entre los que se tienen por religiosos, hay feroces contradictores. Les estomaga la caridad, hasta cubrirla de barro e inmundicia; su predicación la tildan de error, y sus milagros, del demonio. ¡Terrible obstinación! En cambio los sencillos exclamaban: «Jamás se ha visto cosa igual». Es que «reveló Dios sus cosas a los pequeños y las ocultó a los grandes».

Pocos lograrán percatarse de la intensidad compleja de este afanarse Cristo. Ternura inmensa enlutada por el infortunio del pueblo, atribulada por los hijos sin Padre, por los que pudiendo serlo, yacen en orfandad, añorando un ideal que sueña y que no es, que era fácil y se impide; ansia sin satisfacer, ovejas apaleadas, desatendidas, hambrientas y sin pastos, sedientas y sin agua: no había más que dársela y retozarían; mieses numerosas del Padre que se quedan sin segar, desanimada la gente, abatida de esperar en vano algo que no les dan, de buscar en la religión algo grande que desaparece como un espejismo. Pasan los predicadores distribuyendo una religión birriosa, un Dios que no es, una conducta que ni convence, ni soluciona la vida, ni mejora al individuo, ni es para todos, ni luminosa y alegre, ni aproxima a los hombres, ni los intima con Dios, ni sirve para el tiempo… La gente estaba harta de tanta monserga, solos y decaídos, tirando de una religión onerosa y cargante, a la que iban soportando.

A Cristo se le conmovían las entrañas compadecidas de tan enorme desventura, tan fácil de convertir en dicha, de tal miseria tan fácil de trocar en opulencia. Pero él no daba a basto; él solo era poco, viviría poco y no llegaba más que a pocos sitios. El pueblo es sencillo, dispuesto para la religión que Él ofrecía; no había más que dársela e irían cayendo como caen las espigas secas en el brazo de la hoz.

Se le iban los ojos tras tanto bien posible y a la mano, suspiró con hondura porque le faltaban convencidos que fueran a por ellos, hombres luminarias que les llevasen luz, hombres caridad que enseñasen amor, el cual prendería como fuego en la mies y correría la llama enarbolando su bandera en cada espiga. Qué fácil extender la religión verdadera si hubiese pastores que no lo impidiesen a cayazos, o si hubiese muchos que apretasen sus brazos ardidos de certeza y claridad.

«Rogad». Adonde no llegan vuestras manos llega vuestro aliento; adonde no llegan vuestros pasos, llega vuestra oración. Dios es quien hace la obra, vosotros sois los ayudantes. Sus brazos todo lo abarcan, sus manos todo lo sostienen, sus ojos todo lo ven, sus dedos se actúan simultáneamente en todos los resortes; Él es quien hace la obra; en los tiempos pretéritos, en la región remota, en el oscuro rincón, en las naciones poderosas, en los pueblos atrasados, a cada hombre le habla, le trabaja, lo conduce; a todos alcanza y a cada uno, enciende el sol, sopla el viento, revuelve al remolino, pinta cada flor, desprende la hoja de la rama y engrana las gotas, mece las olas al mar y lleva cada mota de polvo por el aire, viste sus escamas al pez y su velludo al oso y sus plumas al pajarito, y con mayor esmero se insinúa al hombre, le guía, lo ilumina, lo consuela y lo duerme, le prepara alimento, lo dispone en la tierra para el cielo; del barro saca un hombre, de cada hombre trabaja por sacar un ser divino, hijo suyo.

Nos tomó a los hombres para los hombres, para iluminarlos, redimirlos, divinizarlos. Nos llamó para esta labor a la madre, con su prole; al jefe, con sus súbditos; al amigo, con sus amigos; al rico, con el pobre; al vecino con sus vecinos; al cura, con su parroquia; al que sabe, con el que no sabe; a todos con cada uno y a cada uno con todos a los que alcance.

Pero esta conexión de actividad amorosa la tiene rota el demonio; rompió la caridad y desconectó a los hombres. Viene Cristo a rehacer lo deshecho; junta colaboradores, obreros de esta obra, redentores de esta perdición. Unos cuantos se le juntaron. Miró al mundo inacabable de hombres como mieses que esperan a los segadores y sollozó: «pocos somos».

Más Jesús se repone, sabe que Dios es el que hace la obra: ayudadle con los pies, con las manos, con las palabras, con las espaldas, con todo; y cuando advirtáis que sois enanos para cometido tan gigante, pocos para tantísimos, ayudad pidiéndole. Pidiéndole, ¿qué?; con lágrimas, con ansias, con amores, por vuestros hermanos. Él puede suplir vuestra deficiencia, bastarse más Él solo con que le desatéis. Desatarle ¿qué, cómo?

Hay intervenciones que Él no puede sino impulsado por vuestra súplica; hay posibilidades suyas gigantescas que no se actúa sino por vuestra rogativa insistente, vuestro latido que invoca, vuestro lloro infantil que porfía. ¿Por qué?; no hace el caso revelarlo ahora. Pero, creedme y rogad. Empezad por rogar que mande más operarios a la mies; así no seréis vosotros solos a trabajar, sino muchos más, ni vosotros solos a insistir, sino muchos más cuando éstos, a su vez, amen y, angustiados porque no llegan a todo, corran a pedir, y a pedir para que Dios más se baste solo y para que envíe más operarios a la mies.

Equipó Jesús a los doce con la fuerza de milagros y poder sobre demonios; quien de veras trabaja con Jesús, vence todo.

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