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“Puede que no alcance a ser santa, pero sí conozco el infierno y no lo quiero nunca más en mi vida”

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Este es el impresionante testimonio de vida, búsqueda, conversión y renacer de Mª Lidia Miralles Prats.

Nació en un entorno católico, en el que la fe era sostenida por las madres y para los hombres suponía una mera tradición. Creció en un ambiente multicultural, en el que todo lo racional e intelectual era muy valorado. Lo más importante era cultivar la educación, “se veneraba el intelecto“. Recuerda “pocas muñecas y muchos juegos de mecano”, el interés por la investigación, la lectura, la psicología o el arte, y la apertura de mente, lo cual implicaba aceptar todo tipo de religiones y rechazar todo aquello que no fuera demostrable.

Sus días más felices tenían que ver con la brillantez en la universidad o en el trabajo. La felicidad la encontraba en la apariencia física, el éxito profesional, la posición social, en definitiva en todos los logros materiales posibles en este mundo.

Cuestionarse el sentido de la vida a los 8 años

La sensación de vacío, sin embargo, estaba presente en ella desde muy niña. Con solo 8 años recuerda haber pensado “la vida no puede ser solo esto”. Un precoz sentido de trascendencia que la perseguiría durante mucho tiempo en forma de enigma sin resolver. La educación, la formación, los valores que le habían inculcado sus padres, y en particular la fe de las mujeres en su familia, no cayeron del todo en tierra baldía, pero los frutos tardarían en llegar.

Pasó de una familia de espíritu conservador a quedar cegada por la novedad del progresismo con el que sería su primer marido. Lidia habla con una sensatez y sinceridad arrolladoras de lo que en su pasado le fue llevando desde lo más alto, en apariencia, y al más profundo vacío, en esencia.

En su persistente búsqueda viajó, progresó en el trabajo, se introdujo en las confusas alternativas de la llamada ‘nueva era‘, hizo teatro, tuvo nuevas relaciones… En retrospectiva, admite que todo lo que buscaba, todo lo que iba encontrando, era para satisfacer su ego, para alimentar su yo, para sostener su soberbia y para distraerse de la permanente sensación de sinsentido de la vida.

Nada era suficiente

Porque el centro era su ‘yo’, y nada le daba respuestas concluyentes.

Un día de excursión, visitando una exposición, se sintió interpelada por la frase de Santa Teresa de Jesús: ‘nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta’. Lo siguiente fue hacer el camino de Santiago. Lidia seguía a su ritmo, totalmente volcada en su mundo laboral. En ese frenesí, antes de un evento profesional, decidió tomarse un respiro. “Buscaba descanso y paz”, asegura Lidia. Se encontraba en un balneario cuando vivió una experiencia sobrenatural. De aquel episodio, lo que más nítidamente recuerda es una paz profunda y desconocida, y también decirle a Dios no me dejes morir así”. Por eso lo siguiente fue hacer una lista de todas las personas a las que tenía que pedir perdón.

A pesar de estos sucesos, Lidia seguía su trayectoria profesional y su trabajo, de nuevo, llenaba todo. O eso pensaba. Dios puso de nuevo otra persona importante en su vida: Carlota Ruiz de Dulanto. Con ella accedió a asistir a unas catequesis del Camino Neocatecumental. De nuevo, la razón imperaba en la percepción que Lidia tenía de todas las cosas. “Salí corriendo de aquello”, recuerda. Pero Dios ya estaba empeñado en irle aclarando las cosas.

El principio de la mujer nueva

Las “causalidades” no dejaron de sucederse y también se acabó por desmoronar aquello que ella consideraba totalmente controlado en su vida: Su trabajo y su salud., Finalmente, Lidia se rindió a las evidencias. Por eso, ahora asegura que “Dios me fue conquistando poco a poco, científicamente, con hechos concretos”, afirma con determinación

Mª Lidia Miralles Prats cambió de profesión, empezó a trabajar como voluntaria en un Centro de Orientación Familiar (COF), y descubrió el sentido del sufrimiento y la manera de entenderlo junto a sus pacientes.

“La búsqueda desde el yo es siempre insaciable”, afirma Lidia. Nunca nada es suficiente para sentirse llena si se pretende solo desde dentro, desde uno mismo. Sin embargo, “si se busca hacia afuera, cuando uno se dona a los otros, siempre sobra“, asegura.

Santidad sí, infierno no

Ahora aspira a la santidad. “Como todos, quiero ser santa,,, ¡qué fuerte ¿no?!”, exclama Lidia. Y también lo explica: “puede que aún no sepa lo que es la santidad, pero sí conozco el infierno y no lo quiero nunca más en mi vida”.

Si quieres conocer todos los detalles de esta historia de vida, búsqueda y conversión, no te pierdas el generoso testimonio de Lidia para Mater Mundi TV.

 

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