“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios”
Evangelio según S. Lucas 9, 18-22
Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Meditación sobre el Evangelio
Desperdigados con frecuencia sus discípulos entre la gente, conversando con sus respectivas familias y amigos, podría sacarse de charlas, rumores y comentarios, cuál iba siendo la idea que el público se formaba de Jesús.
Los rumores circulantes componen un resultado desolador. Se le tiene por un profeta; tal cual, no importa; escuetamente un profeta. Unos lo identifican con un personaje bíblico revivido, otros con uno nuevo dotado de profecía. Aunque le habían aclamado por Mesías en tal o cual ocasión, había resultado un arranque pasajero, etéreo, reducido adelante a límites más modestos.
Dolor de Jesús. Es cierto que Él no se había proclamado Mesías de forma manifiesta, pero lo habían proclamado con elocuencia mil signos acompañados de luces de arriba. A nadie había dicho que era Isaías, Jeremías, Elías, Juan, y no obstante por deducciones habían venido a juzgarle tal. ¿Cómo por deducciones más lógicas no habían venido a juzgar lo que era en verdad?
Mundanizados en su idea religiosa, en su concepción mesiánica, juzgaban la religión tan terrena y tan política, tan administradora de la tierra y dominante, que el Mesías sería su arquetipo y principio, hombre triunfador y rayo de poderío. Hoy día también entre cristianos pervive esta inclinación hacia un reino mundano; con ligeras variantes.
Se les quedó mirando, dulce y firme preparado a lo peor y esperando lo bueno:«¿Vosotros quién pensáis que soy yo?». No duró mucho la suspensión. Simón se adelantó a responder contundente: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Viviente».
No era oportuno declarar desnudamente al auditorio que Jesús era el Mesías; puesto que estaban los ánimos en contra de un Mesías de su estilo y las oposiciones empezaban a agravarse. Dejar que los hechos se deslizaran y fueran hablando por sí mismos a los buenos; el Padre celestial les hablaría a su tiempo.
Está asaltado, invadido estos días con el pensamiento de la Pasión. Le preocupa por añadidura la repercusión desalentadora, como desengaño, que pueda originar en sus discípulos; por eso les previene, repetidamente, para que sepan ver en ella, cuando suceda, un plan premeditado del Padre.
No argüirá la pasión pequeñez de Jesús, sino grandeza; puesto que manifestará cómo Dios le iluminaba, adornándolo con profecía. Argüirá grandeza a si mismo, porque pudiendo huir a tiempo, no huye, sino que se mantiene hasta la muerte al lado de la Verdad. Si da su vida es voluntariamente, por buscar bien de los hombres, y es una muerte preludio de una inmediata resurrección. Estas y muchas más cosas iban envueltas en su predecirles la Pasión.
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