“¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!”
Evangelio según S. Lucas 11, 47-54
Dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis mausoleos. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los matarán y perseguirán”; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!» Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.
Meditación sobre el Evangelio
Os venís a pareceros a vuestros antepasados, que mataban a los profetas, porque les reprendían su religión falsa, desprovista de caridad («¿no son estas las palabras que proclamó Dios por medio de los antiguos profetas?» Zac 7). En tal grado os parecéis, apuntó con ironía, que es para pensar si los sepulcros que construís a los profetas, so capa de honrarlos, son más bien para ayudar a vuestros progenitores a enterrarlos. Ellos clavaban el hacha, vosotros caváis la tumba.
Pues bien, sabed que hay generaciones en que, llena la copa de Dios, se vierte de ira y escarmiento. A cada uno juzga según sus obras; pero la paciencia de Dios, como aguarda con misericordia a cada uno para que vuelva, calla también en la historia del mundo. No deshace al individuo tras cada pecado, ni a una nación, tras cada generación pecadora; mas, de vez en cuando, la riada contenida se desborda, arrasando una generación que permaneció desalmada y llevó a su colmo la iniquidad heredada.
Entonces, para el que tiene ojos, se muestra ostentosamente el desagrado divino, como una tempestad encarcelada que un día explota con el estruendo de un volcán. Así, predice Jesús, sucederá en esta generación, a la que se ajusticiará por su rebeldía; y en ella, simbólicamente, a todos los que llevan sus manos manchadas de sangre del prójimo, de injusticias, desde la infamia con Abel hasta la infamia con Zacarías.
Y lo peor es que, sentándose en las cátedras, inculcan unas doctrinas con las que caben estas vilezas; y arrogándose la gracia exclusiva de adoctrinar, cierran con vallas de acero el camino de la caridad. A quien lo enseña y trate de despejar el paso, amordazarán con el poder de que disponen; se atribuyen a sí mismos la omnipotencia sobre la verdad, y el pueblo simple, se la concede. Ellos, que desconocen y desprecian la caridad, organizan una religión sin ella, o con un leve espolvoreo. Apoderándose de la puerta, ni entran ni dejan entrar.
La requisitoria fue dura, la lección descarnada. Escocidos, enfurecidos, taimados, se aprestaron unos y otros a terminar con Jesús. Era menester acosarlo sin descanso, fatigarlo con preguntas de toda especie, hasta atraparlo en un deslizamiento. Gente perversa, al amparo de sus rodillas ante Dios, es la generación de la serpiente que hasta hoy se continúa.
Hay otra gente gemela, igualmente perversa, que ahorra a su traición, las rodillas ante Dios. Son dos caras de la misma iniquidad.
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