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Sábado 23º del Tiempo Ordinario. 11-09-2021

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“¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica”

Evangelio según S. Lucas 6, 43-49

Decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica, se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Meditación sobre el Evangelio

P roclaman que son de Dios, profesan que son de Cristo y consagrados a la santidad; pero, «no todo el que dice Señor, Señor, es del reino de los cielos». Vendrán con amores de Dios, con solemnidades religiosas, con desagravios al Altísimo. ¿Dónde está vuestra caridad?, replicarás: «Si alguno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, miente». Incluso podrán haber realizado milagros, poseer un carisma que expulse demonios; nada de eso les servirá. «Lo hicimos en tu nombre». «Apartaos de mí, los que cometéis la iniquidad». ¿Y quién comete iniquidad, sino quien carece de caridad, puesto que ella «es la ley y los profetas» y «plenitud de la ley es la caridad?» (Rom 13).
Amor a los hombres y esperanza tierna en el Padre es la doctrina de Jesús; lo acaba de exponer. Muchos no la tragarán; continuarán en una religiosidad de otro estilo: Pues esos se perderán, asevera Jesús; porque aunque exclaman «Señor, Señor» como en su tiempo, resulta una iniquidad toda vida que no corre por los cauces del Maestro. Por eso, oídlo bien y retenedlo para siempre. Muchos persistirán en su religiosidad antigua, en piedad tradicional, en ascética ideada por hombres, en modos de santidad convenidos.

Sobre tales cosas edificarán su subida a Dios y nunca llegarán; todos los años vuelta a construir, vuelta a empezar, y pasarán la vida sin llenarse del Espíritu, sin el roce de sus alas, sin advertir un crecimiento que no realizan, sin progreso en esperanza, en intimidad divina, en comunicárseles Dios, edificando siempre y siempre vuelta a empezar, porque siempre anda por tierra como edificio derrumbado. Es que construyen sobre arena, sobre terreno movedizo, sobre fundamento sin fundamento. Pero quien toma las palabras de Jesús y se cree la caridad, ése vive a Jesús porque es la Palabra del Padre; vive al Padre que viene en su Palabra; vive al Espíritu, porque suspira con el mismo Suspiro del Padre y del Hijo; crece cada día su estar poseído del Padre, cada día su latido hacia Dios y hacia los hombres; percibe claramente un crecimiento, y cuando corren los meses y los años cual torrentes que todo lo acaban, lo borran, lo conmueven, persiste cada vez más enhiesta su fe, su caridad y esperanza, como un bastión edificado sobre la roca.

Alta torre cada vez más alta, que asentando sus pies en el suelo esconde su cabeza en el cielo; afirmada sobre la roca que es Cristo, se abisma más y más en el cielo que es el Padre. No andaba vacilante como acostumbran los no enterados; pues aun entre sabios existe un ignorar, dudar y nada concluir. La fe es la luz de Dios, clara y firme, sin oscilación ni titubeo. Quien vive a Dios, no habla tecleando dudas y opiniones; proyecta la verdad pura y palpitante. Jesús el primero y más que todos era así, incomparable.

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