“Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua”
Evangelio según S. Juan 19, 31-37
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Meditación sobre el Evangelio
N o podían trabajar en sábado, pero sí podían matar a un inocente en viernes… ¡Al Inocente! ¡Qué enormes contradicciones de la hipocresía de quienes no tienen caridad, que eligen a voluntad aferrarse a unas leyes y saltarse otras como este mandamiento directo de Dios: «No matarás» (Dt 5,17)! Están repletos de leyes y normas con apariencia de bondad, que incluso usan palabras de Dios, pero empleadas para su propio lucro y conveniencia… Ya dijo Cristo de ellos que “eran capaces de colar un mosquito y tragarse el camello” (Mt 23,24).
Este es en toda época el arte de quienes no poseen ni viven la caridad-amor-al-prójimo y, sobre todo, de los que, conociéndola, no quieren aceptarla en sus oscuros corazones llenos de doblez y malicia, aferrados a sí mismos con fino y sutil egoísmo, y de cumplimientos aparentes de los deseos divinos; de los que prefieren las tinieblas porque sus obras son malas y detestan la luz, no acercándose a ella para no verse acusados por sus propias obras; de los que, conociendo sus inclinaciones, obradores de iniquidad, en lugar de abrirse a Dios para que los sane y los salve, prefieren quedarse agazapados y acechantes para sacar ventaja en este mundo y que no se vea que sus obras no están hechas según Dios.
En la oración del Huerto de los olivos, Jesús fue escuchado por el Padre, y aunque no podía quitarle la pasión y muerte, sí lo fortaleció y le acortó el tiempo de sufrimiento agónico en la cruz, como se desprende de que Pilato, que entendía de flagelaciones, crucifixiones y padecimientos, y que conoció todo lo que sufrió Jesús, se sorprendiera de que hubiera muerto tan pronto cuando José de Arimatea fue a pedirle el cuerpo, y quiso comprobarlo personalmente preguntando al centurión (Mc 15,42-45). Por eso, al llegar a Jesús, lo encontraran ya muerto y no le quebraron las piernas. Juan, que estaba a los pies de la cruz junto a María Santísima, da escrupuloso testimonio de cuanto está viendo, y lo expone con rotundidad, limpieza y sinceridad de corazón, de forma que cualquiera que sea noble sabe en su interior que no hay mentira en sus palabras.
Jesús lo dio todo. Se vació. Se dio del todo, en amor a Dios y a los hombres; a ti y a mí. ¡Hasta la última gota de su sangre dio! (“Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad” —Sal 40—; “Todo está cumplido” —Jn 19—).
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