Laura, novia camino a los altares que murió con 23 años: «Abrazando la cruz=viviendo la aventura»
(Religión en Libertad-Javier Lozano) Laura Vincenzi era una joven italiana de Ferrara, enamorada y comprometida con Guido, con quien pretendía casarse y formar una familia. Pero un sarcoma irrumpió en la vida de esta chica de la Acción Católica provocándole la muerte el 4 de abril de 1987 cuando aún no había cumplido los 24 años. El proceso de beatificación de la ya “sierva de Dios” comenzó en 2016 y este mes de marzo inició su labor la Comisión Histórica que recoge los testimonios y numerosos escritos de una católica que abrazó la cruz y el sufrimiento.
Esta joven era una católica entregada y comprometida en la Acción Católica Juvenil y en un retiro al que acudió junto a su hermana en julio de 1982 conoció a Guido Boffi, con quien se comprometió un año después. Debido a que él vivía en Roma se ha conservado una enorme correspondencia que muestra claramente la espiritualidad de Laura y que quedó reflejada en el libro Lettere di una fidanzata (Cartas de una novia).
Boffi, ahora de 60 años, recuerda al diario Avvenire, que Laura percibió “que no éramos dos, sino tres experimentando la presencia de Dios. Su crecimiento fue más allá de nuestra relación, tanto horizontal como verticalmente, gracias a la adhesión a los sacramentos”.
En septiembre de 1984 Laura Vincenzi fue diagnosticada de un sarcoma sinovial en el pie izquierdo, que año y medio después tuvo que ser amputado. Ni la quimioterapia ni otros tratamientos frenaron el cáncer, que acabó llegando a los pulmones. Acabaría muriendo en casa rodeada de su familia el 4 de abril de 1987.
Laura Vincenzi estaba comprometida con Guido, al que conoció en un retiro espiritual
Pero en todo momento esta joven afrontó el sufrimiento junto a Dios y lo resumía así: “Abrazando la cruz=viviendo la aventura”.
“En este mar tormentoso, Laura encarnó lo que san Juan Pablo II escribió en la carta apostólica Salvifici doloris, de 1984: abrazar el sufrimiento como participación en la acción salvífica de Jesús”, escribe el que era su prometido.
“Esta evolución lo puso en blanco y negro en las cartas que me envió: creció en el amor en una adhesión cada vez más convencida a la voluntad de Dios, aceptando el sufrimiento como un misterio. Su experiencia nos hace reflexionar sobre la Pasión y sobre la participación de Laura y muchos otros en los dolores de Cristo”, agrega Guido.
De cara al avance de su proceso de beatificación la Acción Católica de Ferrara ha presentado una canción sobre esta sierva de Dios, “Laura cante insieme a noi”, un testimonio de fe sobre su vida y su muerte.
“El verdadero escollo de una enfermedad como el sarcoma no es la posible pérdida de un miembro, sino simplemente quedarse atascado, psicológicamente paralizado en este deseo de entregarse, en esta capacidad de expresar la vida y el amor que es posible, muy posible, incluso sin pie ni pierna o sin ojos, porque Dios está con nosotros: Dios que se hace a sí mismo, se convierte en nuestras piernas, en nuestros ojos, en nuestro guía”, escribía Laura.
Una entrega a Dios en la enfermedad
Cuando la enfermedad le fue diagnosticada decidió no huir del sufrimiento sino afrontarlo directamente. “Como hija de Dios, como prometida y como hija, expreso mi voluntad de REACCIONAR, de LUCHAR, de ¡VIVIR! Dios me llama a vivir, Guido me quiere viva, mis padres también necesitan una Laura vital y vibrante”, dejaba escrito en aquel momento.
Ella siguió estudiando y siendo catequista, pero nuevamente al ver la enfermedad escribía: “El Señor debe ayudarme a mantener la situación bajo control porque no quiero ser esclava del miedo, sino a lo sumo, vivir con el mal, que significa amar a pesar del dolor y todos sus matices (el malestar, la incertidumbre de cómo va a terminar…)”.
Pero aún así el sarcoma no hizo que se centrara en si misma ni la llevo a caer en el autocompadecimiento. Y en estos numerosos escritos que dejó confesaba que “en este período siento una gran llamada a estar atenta a los demás, a las situaciones de los demás. Quizás sea una consecuencia lógica de la elección de no encerrarnos en nosotros mismos, de no permitir que nuestra situación nos lleve a un continuo ‘llanto por nosotros mismos’”.
Siguiendo con este tiempo de prueba Laura se sentía llamada a vivir el hoy, centrarse plenamente en el presente: “Para mí, entonces, se trata de cambiar la perspectiva: de seguir amando la Vida, amar las cosas bellas porque vienen de Dios y yo soy un reflejo de Dios, pero de un amor que es libre, que se desprende, de un amor que es solo una respuesta al don de la vida, a cada día que el Señor me da y me llama a vivir”.
Tampoco se escondía ante su posible muerte y que Dios permitiera este desenlace para ella porque la vida eterna –afirmaba también- es “la realidad real a la que todos estamos llamados”.
En la recta final de la enfermedad confesaba a sus amigos los dos posibles caminos “maravillosos” que tenía por delante: recuperarse, graduarse y casarse con Guido o morir e ir al cielo.
Un mensaje a su prometido
Esta joven novia vivió y murió enamorada de su prometido y poco antes de morir le dejó un recordatorio escrito para cuando “me vaya”.
Así decía:
“- Seguiré viva, amándote, interpelándote, rezando por ti.
-Estaré en la Gloria… pero me gustaría mucho que siguieras siendo un buen hijo de Dios, que te mantuvieras en una dimensión de verticalidad: oración, escucha de la Palabra, vigilancia, testimonio.
– Siempre te ayudaré con la fuerza de Dios: seré tu ángel de la guarda.
– Esperaré para abrazarte de nuevo.
– Sé que no será fácil para ti, mi amor, o que al menos será diferente… pero lo daré todo y tal vez desde el más allá te pueda dar una ayuda mayor que la que yo puedo darte ahora humanamente.
-Estoy segura de que lo conseguirás: tengo gran confianza en ti como persona, en tus recursos personales. Porque es cierto que nos ayudamos, pero no somos indispensables”.
Su testamento espiritual
En el funeral de Laura, el obispo Monseñor Luigi Maverna leyó la oración escrita por Laura unos días antes de morir y que le envió a través del párroco de Tresigallo, y que con el tiempo se ha convertido en el testamento espiritual de esta sierva de Dios:
“Señor Dios, te agradezco los hermosos dones que me has regalado en estos casi veinticuatro años de vida: te agradezco ante todo la vida que me has dado y que amo; te doy las gracias porque te me has dado a conocer y eres un padre para mí, un padre fiel que no me abandona; te agradezco por la familia en la que vivo donde puedo respirar tu amor, y finalmente te agradezco porque a través del bien de mi novio me haces sentir lo mucho que me quieres.
Señor, en mi corta vida he entendido que la vida es un camino duro, sembrado de dificultades, pero que solo se trabaja por el bien del hombre. También he aprendido que las situaciones aparentemente más críticas, la pérdida de una pierna, dos largas e intensas quimioterapias, la caída momentánea del cabello, las duras conversaciones con los médicos, si se viven con espíritu de confianza pueden convertirse en momentos de verdadera gracia, animados por esa libertad y seguridad de quien ya no tiene miedo porque ha puesto todo su confianza en ti.
Así es Señor como has venido a conocerme y me has estado ayudando desde hace dos años a vivir con una salud precaria; que has refinado el amor entre mi novio y yo en un crisol de sufrimiento físico y espiritual… y sigues brindándome, día tras día, el sustento necesario y, en los mejores momentos, la esperanza y las ganas de luchar y soñando cosas buenas para mi vida y la de los demás.
Por favor, Señor, ayúdame cada día a sonreír a la vida que se me da, enséñame a saber desapegarme cada vez más de mí misma, a acoger con amor y delicadeza el don de los demás que son el reflejo de tu presencia. Aumenta mi fe Señor, fortalécela, porque sin tu apoyo todo es tan difícil; guarda mi serenidad y mi natural optimismo; ayúdame Señor a encarnar cada día más y más mi llamada y tu voluntad, pero sobre todo Señor, que mis ojos permanezcan siempre atraídos por lo que realmente importa, y que es la certeza del Reino, de la eternidad junto a ti, con respecto al cual todo lo terrenal es efímero y de poca trascendencia.
Da serenidad y paz, Señor, a los que me aman, especialmente a mi prometido, a los que no amo lo suficiente, a los que sufren en la enfermedad y en el espíritu, a los que se dedican a tu servicio en la Iglesia como ministros y bautizados, a los que te buscan, a los que aún no te han conocido. Amén.
Laura. 1987”.
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