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Capítulo 15-2ªparte. El éxito de los Macabeos y el fin del Antiguo Testamento

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Os presentamos un programa más de los videos que Mater Mundi TV dedica a la divulgación y a la formación. En este nuevo capítulo de ‘Conociendo las Escrituras’ presentado por Beatriz Ozores se explicará cómo al principio la resistencia era individual y desorganizada. Pero pronto una familia se convirtió en abanderada de la revuelta. Un anciano sacerdote llamado Matatías y sus cinco hijos huyeron a los montes y comenzaron a organizar la resistencia. Era obviamente un esfuerzo inútil: nunca podrían vencer al poder del imperio más grande del mundo.

La única razón para resistir estaba en que era preferible morir que ser infieles a Dios. A pesar de ello, contra todo pronóstico, la revuelta tuvo éxito. Confiando en Dios, los hijos de Matatías comenzaron a conquistar poco a poco el territorio. Judas Macabeo, el soldado más capacitado de todos ellos, cosechó tremendas victorias frente a los ejércitos paganos. En tres años, los fieles judíos fueron capaces de purificar y reedificar el Templo.

Las familias judías todavía hoy celebran este acontecimiento con la fiesta de Hanukkah (de las luces). Tras la muerte de Judas, las victorias continuaron con sus hermanos y los reyes paganos se vieron forzados a pactar con los Macabeos, nombre con el que se llamaba a Judas y sus hermanos. En poco tiempo éstos controlaron la mayor parte de Judá. Desde allí fueron ganando terreno con sus victorias hasta que conquistaron casi todo el territorio del antiguo reino de David e hicieron alianzas con Esparta y Roma, un poder naciente en el oeste.

Los reyes griegos se vieron forzados a admitir los hechos; Israel era un poder independiente. Alrededor de 125 años antes del nacimiento de Cristo, un Israel independiente había sido finalmente restaurado. ¿Era esto el cumplimiento de todas las profecías? Ciertamente, a muchos fieles judíos eso es lo que les debió parecer. Israel había sido reunido de nuevo y se había deshecho de los grilletes de los opresores. Todo lo que se necesitaba para completar el cumplimiento de las profecías era un rey de la descendencia de David, una rama del tronco de Jesé.  Los dos libros de los Macabeos son valiosos desde el punto de vista histórico, pero son igualmente valiosos por lo que nos dicen sobre lo que creían los judíos. Escritos aproximadamente un siglo antes del nacimiento de Cristo, nos dan una visión de la vida judía justo antes de la Encarnación del Señor.

1. “Israel” es el resto fiel

Para los autores de los libros de los Macabeos, el nombre “Israel” no se refiere a todo aquel que tiene sangre judía, sino que significa el pueblo que era fiel a Dios, a menudo una pequeña minoría.

“Redactó [Antíoco Epífanes] un decreto para todo su reino en estos términos y nombró inspectores para todo el pueblo. Además obligó a las ciudades de Judá, una por una, a que ofrecieran sacrificios. Mucha gente del pueblo, que había abandonado la Ley, se unió a ellos causando males en el país y obligando a Israel a esconderse en cualquier clase de refugios” (1 M 1, 51-53).

Muchos del pueblo de Judá ofrecieron sacrificios, pero “Israel” se escondió. El autor hace una clara distin- ción: sólo los que rehusaron quebrantar la ley pueden ser llamados “Israel”.

Este es exactamente el significado de “Israel” que san Pablo usa con frecuencia en el Nuevo Testamento.

“Porque no todos los descendientes de Israel son Israel, ni todos son hijos por ser descen- dientes de Abrahán según la carne… Es decir, no son hijos de Dios los que son hijos de la carne, sino que son considerados descendencia los hijos de la promesa” (Rm 9, 6-8).

“Israel” significaba todo el pueblo que era fiel a Dios. Pero como el Nuevo Testamento extendía el Reino de Dios a todas las naciones, toda persona de cualquier raza está ahora llamada a entrar en la Familia de Dios, sin distinción entre judío y gentil.

Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. Si vosotros sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa. (Ga 3, 28-29)

“Israel” es tipo (figura) de la Iglesia.

2. Los justos que han muerto resucitarán con una recompensa eterna

En el tiempo en que fueron escritos los libros de los Macabeos, muchos judíos creían en la resurrección de los muertos (aunque no todo el mundo creía en ella; incluso en tiempos de Jesús, los saduceos todavía negaban la resurrección). Después de la muerte los hombres serán juzgados por Dios.

Pues incluso si al presente yo escapara del castigo de los hombres, no huiría de las manos del Todopoderoso, ni vivo ni muerto. (2 M 6, 26)

Los que han sido fieles a los mandamientos de Dios tendrán como recompensa la vida eterna.

Estando en el último suspiro dijo: -Tú, malvado, nos borras de la vida presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida nueva y eterna a quienes hemos muerto por sus leyes. (2 M 7, 9)

Esta vida eterna supondría la resurrección del cuerpo, tal como los cristianos confiesan en el Credo de los Apóstoles.

Después de éste comenzó a ser torturado el tercero, y, cuando se lo mandaron, sacó inmedia- tamente la lengua y extendió voluntariamente las manos. Y dijo con dignidad: -De Dios he recibido estos miembros, y, por sus leyes, los desprecio; pero espero obtenerlos nuevamente de Él. (2 M 7, 10-11)

Sin embargo, los malvados no tendrán parte en la recompensa eterna.

Y cuando estaba en las últimas habló de este modo: -Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios da de ser resucitados de nuevo por Él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida. (2 M 7, 14)

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3. Más vale morir mártir que apostatar

Como los santos de Dios esperan recibir la vida eterna como recompensa, preferían perder esta vida que apartarse de Dios. La apostasía —el pecado de apartarse del culto al verdadero Dios— nunca merece la pena, por muy atractiva que los tiranos la quieran hacer. Cuando comparamos la brevedad de esta vida con la eternidad, nos damos cuenta que no hay nada en la tierra que merezca cambiarse por algo que pueda llevar a perder la vida eterna.

De esta forma el rey mismo y los que le acompañaban quedaron admirados de la valentía del joven, como si no diera ninguna importancia a los tormentos. (2 M 7, 12)

Porque ahora nuestros hermanos, tras haber soportado un breve tormento, han adquirido la promesa de Dios de una vida eterna; pero tú sufrirás por el juicio de Dios el justo castigo de tu soberbia. (2 M 7, 36)

La fe en la creación “de la nada” está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con miseri- cordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes… Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia (2 M 7, 22-23.28). (CIgC 297)

4. Dios juzga a su pueblo como un padre juzga a su hijo

El pueblo de Dios puede sufrir de vez en cuando, pero los sufrimientos son motivados porque Israel tiene necesidad de disciplina, no porque Dios se esté vengando de la infidelidad del pueblo.

“Pues nosotros sufrimos por nuestros pecados, y si el Señor viviente se ha irritado con nosotros por un breve tiempo para castigarnos y corregirnos, de nuevo se reconciliará con sus siervos” (2 M 7, 32-33).

5. Es justo y saludable rezar por los difuntos

Cuando Judas Macabeo vio que algunos de sus soldados habían muerto llevando amuletos paganos, pidió a Dios que les perdonara su pecado. Aunque habían muerto, no consideró su condición como algo definitivo.

Pero debajo de las túnicas de cada uno de los muertos encontraron objetos sagrados pertene- cientes a los ídolos de Yamnia que la Ley prohíbe a los judíos. Se hizo evidente a todos que aquellos habían caído por esta causa. Entonces, todos, después de alabar los designios del Señor juez justo que hace manifiestas las cosas ocultas, recurrieron a la oración pidiendo que el pecado cometido fuese completamente perdonado. El valeroso Judas exhortó a la multitud a mantenerse sin pecado, tras haber contemplado con sus ojos lo sucedido por el pecado de los que habían caído. Y, haciendo una colecta entre sus hombres de hasta dos mil dracmas de plata, la envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado, obrando recta y noblemente al pensar en la resurrección. Porque si no hubiese estado convencido de que los caídos resucitarían, habría sido superfluo e inútil rezar por los muertos. Pero si pensaba en la bellísima recompensa reservada a los que se duermen piadosamente, su pensamiento era santo y devoto. Por eso hizo el sacrificio expiatorio por los difuntos, para que fueran perdo- nados sus pecados. (2 M 12, 40-46)

Por su fe firme en la resurrección, Judas hizo lo que pudo para expiar por el pecado de los soldados que habían muerto. Esto implica que todavía podemos ayudar a los difuntos con nuestras oraciones, algo que está en la base de la doctrina cristiana sobre el Purgatorio.

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