La sensible experiencia de Dios que comparten dos curas apasionados por el esquí
(Portaluz) Hacia el amanecer, todo estaba en silencio, salvo por el canto de los pájaros en los árboles. Una ardilla se escabulló sobre la nieve blanca para encontrar un nuevo árbol al que subirse. El sol naciente proyectaba un tono rosado sobre las montañas en la distancia…
Hay unos 10 minutos desde la base de la Montaña Bryce (Virginia, U.S.A.) hasta su cima. En el telesilla a los esquiadores sólo los acompaña el suave zumbido de los cables por encima de la cabeza y el viento que sopla. Allí, rodeado por las montañas Blue Ridge, el padre Michael Isenberg se encuentra con Dios. “Somos llamados a encontrarnos con Dios en la soledad y la tranquilidad”, dice el padre Isenberg. “Muchas veces Dios habla en el silencio, y encontrar ese silencio le permite entrar realmente en nuestra vida, nos permite dejarle entrar”.
El padre Isenberg, director de vocaciones de la diócesis de Arlington, disfruta yendo a esquiar con otros sacerdotes locales en sus días libres. A menudo viaja a zonas de esquí de Pensilvania o de los alrededores, pero en un día del pasado mes de febrero, él y padre Thomas Cavanaugh, vicario parroquial de la iglesia de San Juan Apóstol en Leesburg, visitaron la montaña Bryce.
Hacia el amanecer, todo estaba en silencio, salvo por el canto de los pájaros en los árboles. Una ardilla se escabulló sobre la nieve blanca para encontrar un nuevo árbol al que subirse. El sol naciente proyectaba un tono rosado sobre las montañas en la distancia y comenzaba a derretir la sólida capa de hielo sobre la nieve. Los padres Isenberg y Cavanaugh se acercaron en una camioneta Ford roja, todavía vestidos con sus ropas de sacerdotes, y comenzaron a inspeccionar las laderas. La montaña, vacía de otros esquiadores y practicantes de snowboard, parecía dispuesta solo para ellos. “Viniendo aquí, puedes tomarte un momento para detenerte; ves las hermosas montañas y eres capaz de empaparte de ellas” cuenta el padre Isenberg al periódico de la diócesis, el Arlington Catholic Herald. “Hay algo hermoso en contemplar toda la creación de Dios, y el esquí es un deporte que te permite asimilarlo todo”, añadió.
Pronto, ambos sacerdotes se pusieron su equipo de esquí -chaquetas, pantalones, botas, cascos-, pero hacía suficiente calor como para dejar las chaquetas ligeramente desabrochadas. Con sus cuellos romanos visibles, no había duda de que estos dos esquiadores eran sacerdotes. El padre Cavanaugh comenta que muchos se sorprenden al ver que un cura practica este deporte. “Me preguntan: ¿A los curas se les permite esquiar? Sí, se nos permite hacer todo tipo de cosas cuando podemos escapar del monasterio”, vuelve a responder, riendo.
Alrededor de una hora después de comenzar el día, el cielo se oscureció cuando un sistema de tormentas ingresó por las montañas desde el oeste. Mientras caía una lluvia constante sobre la montaña, el padre Isenberg estaba feliz. Podía tomarse ese tiempo para contemplar con gozo la creación de Dios. “Mientras subía por el ascensor, pude ver las montañas y el paisaje circundante y me maravillé de su belleza, cubierta de nieve… y realmente en todo eso, encontré el silencio de Dios”, confidencia.
Luego, impusieron un ritmo a ese día … Subir la montaña en el telesilla, bajarla esquiando y repetir. Cada carrera es un intento de hacerlo mejor y en muchos sentidos es similar a la vida espiritual comenta el padre Isenberg: “Repetimos en la vida espiritual de muchas maneras, en el sentido de que profundizamos cada vez más en Nuestro Señor y su vida (…) El esquí es sólo otra forma de profundizar”.
El padre Cavanaugh admite que no es tan apasionado al esquí como el padre Isenberg. Es fácil ponerse nervioso en las pistas, dice, especialmente en las más avanzadas. “Deja que los esquís hagan su trabajo”, le dijo una vez el padre Isenberg. “Confié en él y le dije que de acuerdo”, agregó el padre Cavanaugh, explicando cómo mientras descendía a toda velocidad por las pistas iba gritando a todo pulmón. “Probablemente parecía un loco. Luego me di cuenta de que estaba bien, y en cierto modo fue una lección para mí sobre la oración. Que podemos confiar en que, si hablamos con Dios, si nos dirigimos a Dios en la oración, si nos rendimos a Él y le confiamos nuestros corazones, Él hará todo el trabajo. Jesús hace todo el trabajo; nosotros sólo cooperamos con su gracia”.
Al mediodía, la temperatura había subido lo suficiente y el hielo se había derretido. Los sacerdotes recogieron su equipo de esquí y se dirigieron a la Misión de Nuestra Señora de Shenandoah, situada junto a la montaña. Allí celebraron su misa diaria.
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