Pablo, hermano del sacerdote muerto en La Paloma: «Este sufrimiento se puede vivir con alegría»
(Religión en Libertad-Javier Lozano) La tragedia en la parroquia de La Paloma de Madrid ha llenado numerosas páginas y espacios de radio y televisión durante los últimos días. La explosión y la muerte de cuatro personas, entre ellas un cura joven y otro feligrés padre de cuatro hijos pequeños, ha provocado gran consternación. Pero este suceso ha tenido una consecuencia inesperada: en grandes medios y agencias de noticias se ha colado el Kerigma, que Cristo ha muerto y ha resucitado gracias a los testimonios de las familias de los fallecidos, de los sacerdotes de la parroquia y con la propia vida de estos jóvenes fallecidos que se ha ido conociendo.
Estas historias están sacudiendo muchas conciencias en un momento en el que España y el resto del mundo está inmersa en una histórica pandemia que está dejando un enorme sufrimiento y cientos de miles de muertos. Por ello, hablar de la muerte, la resurrección y la esperanza cristiana ha supuesto un bálsamo para bastantes personas, no sólo creyentes.
Uno de estos testimonios ha sido el del padre Pablo Pérez Ayala, hermano pequeño de Rubén, el también sacerdote fallecido debido a las heridas de la explosión. Ambos se formaron juntos en el Seminario Redemptoris Mater de Madrid, vinculado al Camino Neocatecumenal, aunque precisamente el menor de los hermanos ingresó en el seminario dos años antes que Rubén, que había sido ordenado hace apenas siete meses por el cardenal Osoro en La Almudena.
EFE, agencia pública de noticias de España y la más importante de lengua hispana, ha entrevistado a este sacerdote, que recuerda que su hermano Rubén estaba íntimamente vinculado a esta parroquia de la Virgen de la Paloma, cuna de numerosas vocaciones de todo tipo. Allí fue bautizado, hizo la comunión y la confirmación, estuvo destinado como seminarista, y más tarde como diácono y presbítero.
Rubén Pérez, sacerdote fallecido en la explosión de La Paloma en su primera misa junto a su hermano Pablo.
“Rubén y yo hemos compartido habitación hasta que yo entré al seminario. Siempre nos hemos peleado y nos hemos reconciliado. Nos ha unido el vínculo del sacerdocio”, agrega. Aunque Pablo es dos años menor que su hermano, Rubén se resistió a su vocación sacerdotal por no hacer lo mismo que su hermano pequeño. Pero acabó viendo que Dios le llamaba a entregar así su vida.
El milagro y el consuelo de las familias
El padre Pablo tuvo la “gracia” de poder despedirse junto a su familia de su hermano en el hospital antes de fallecer. Le pudo dar la unción de enfermos y la indulgencia plenaria. Rezó a su lado y pudo besarle antes de que les dejara. Y junto a ellos sus padres y hermanos. “En este tiempo del Covid para mí eso fue un milagro, que pudiéramos pasar, estar con él, darle un beso….”, asegura.
De este modo, este joven sacerdote afirma convencido que “nosotros tenemos la certeza de que si todavía no están en el cielo, pronto lo estarán. Y eso es lo que nos consuela a todos. A la familia de Sara, a la de David…”.
Porque asegura que “sin la fe que nosotros tenemos en que Cristo ha vencido la muerte, que ha resucitado, sin la fe, la muerte es el infierno”. Y más precisamente en la situación actual del mundo con tanta gente muriendo sola por el Covid. Por ello, asegura que todos estos meses en la parroquia “hemos rezado por ellos, por los feligreses que están muriendo, amigos, gente cercana… es una palabra desde la fe”.
Además, el padre Pablo ha querido acordarse de los otros dos fallecidos, un trabajador que pasaba por la calle y otro hombre que se dirigía a Cáritas a solicitar ayuda. “Estamos rezando por ellos, no nos centramos sólo en lo nuestro. Lo que hemos aprendido es la generosidad de entregarnos a todos, esto es lo que hemos vivido en la Iglesia”.
Profundizando más en estas preguntas existenciales, el hermano del fallecido insistía en que “sin esta fe esta muerte no tiene sentido, pero para nosotros la muerte tiene el sentido de que van a estar con Cristo, que van a estar con el Padre, que van a estar sosteniéndonos”.
“Se puede vivir con alegría”
Recordando a las mujeres e hijos de dos de los fallecidos cita la Escritura: “el Señor no abandona al huérfano y a la viuda”. “Van a estar profundamente confortados. Se lo decía a la familia de Sara y de David, que son a los que conozco: ‘estoy para lo que necesitéis’. Yo he visto que el Señor me ha dado una entereza que no viene de mí”, agrega el padre Pablo Pérez.
Además, hace una exhortación para todos, para los que han sufrido el accidente pero también para los que viven este tiempo de pandemia: “Apoyados en la resurrección del Señor este sufrimiento se puede vivir con alegría”.
“Van a decir, ¿este hombre está loco? ¿Está diciendo que con alegría? Pues sí, con la alegría de que Cristo vive, de que Cristo ha pasado por lo mismo que nosotros, que Cristo ha muerto y que Cristo ha resucitado”, cuenta poco después de haber enterrado a su hermano.
Pablo Pérez Ayala específica que las familias “estamos tristes en la carne, es decir, no voy a volver a besar y a abrazar a mi hermano, pero estamos alegres de que ya está con el Padre, aunque no lo pueda asegurar porque no estoy allí, pero lo pienso. Si no lo están, pronto lo estarán”.
Así vivió el trágico suceso
En cuanto al suceso de la explosión, Pablo afirma que estaba en su casa cuando recibió una llamada preguntándole por su hermano. Él no tenía ni idea de qué había ocurrido, fue entonces cuando supo que había explotado el edificio parroquial.
“Me vestí, salí corriendo para allá y me encontré en la glorieta a los padres de Sara, la viuda de David. Estuvimos combatiendo, viendo a ver qué pasaba. No pudimos acceder a la zona de la Paloma, como es lógico y estuvimos juntos rezando”, relata este joven religioso.
En el mismo lugar de los hechos les dijeron que su hermano Rubén había salido por su propio pie con quemaduras en la pierna y en el abdomen, por lo que en cierto modo se quedaron algo más tranquilos. Sin embargo, “resultó que no había salido por su propio pie. Había salido solo pero nos dijeron que parece ser que arrastrándose. Nadie sabe cómo”.
El padre Pablo también cuenta que los médicos les dijeron que su hermano debía haber llegado muerto al hospital debido a la gravedad de las heridas. “Tu hermano es muy fuerte, ha estado luchando sin parar”, le dijeron.
En todo momento la oración fue lo que sostuvo a Pablo y a las familias de estas dos víctimas de la parroquia. De camino al hospital recuerda ir rezando el Rosario con la gente que le acompañaba e “iba diciendo a la Virgen María que le ayudara”.
En el hospital quiso darle la unción de enfermos, y aunque le dijeron que sería el capellán, se empeñó en impartir este sacramento a su hermano. “Recé el Ave María, puede que rezara 1.000 avemarías en ese momento diciendo: ‘que pueda pasar a verlo’. Le pude dar la unción de enfermos, la indulgencia plenaria y pudimos despedirle toda la familia”.
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