“Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos”
Evangelio según S. Lucas 19, 45-48
Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”». Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.
Meditación sobre el Evangelio
E l que tiene mucha caridad sabe cómo el amor es capaz de irritarse terriblemente. Al fin y al cabo, esa es la razón del infierno. Se irrita el amor contra los que conculcan al débil, machacan al prójimo, envenenan los ánimos, escandalizan al niño, arrebatan la verdad a los que la buscan, desamparan al pueblo. A los unos les dice Jesús: «Malditos, al fuego»; a los otros: «Que les aten un peñasco al cuello»; a los otros: «que son hijos del demonio», etc. La caridad es brava; se mata por su amor. Por eso los que no aman son cobardes mientras puedan salir perdiendo; no se meten donde acaso zumben palos; abandonan a los demás a su suerte; miran por sí; son los que buscan su vida: «el que la busca la perderá».
Robaban a los hijos la casa de su Padre; robaban al Padre la casa donde estar con sus hijos. Lo que se construyó para el amor, lo usurparon para la codicia; con pretexto de servir a Dios, se servían a sí mismos y engordaban sus bolsillos, lucrándose de lo sagrado. Hacían feria de Dios. Donde los hombres debían crecer en amor, crecían en sordidez; donde debían ser unión de Padre e hijo, era chalaneo; con lo que debían criarse hijos de Dios, se criaban ladrones. Era una irrisión del Padre, una expoliación de los hijos, un escarnio.
El amor se levantó como la ola de una tempestad, para barrer aquella canalla. Por eso Jesús trenzó deprisa el látigo, volcó las mesas, los llamó ladrones. En la Escritura Dios apostrofó igual: «Hacéis daño al prójimo y luego concurrís a mi Casa; ¿acaso es mi Casa una cueva de ladrones?» (Jer 7, 1-11). La fuerza psicológica de un hombre, en ocasiones, es enorme; así aquí con Jesús. Si a ello se añade un apoyarle parte del público y una influencia sobrenatural, es fácil explicarse el éxito. Nuestras obras obtienen a veces un resultado superior a los medios puestos en acción, porque Dios está con nosotros.
Se rehicieron más tarde los gerentes del Templo y se le enfrentaron. No estaban dispuestos a que un particular tomase tales iniciativas; debería someterse y respetar. Celosos de su autoridad, no se cuidan del amor ni de la verdad; la verdad son ellos ¡desdichada pretensión!
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