Elías y Eliseo. Cap. 12 parte 3
Os presentamos un programa más de ‘Conociendo las Escrituras’ presentado por Beatriz Ozores. En este capítulo explicaremos cómo en Horeb Dios le dijo a Elías que ungiera a Eliseo como profeta para que ocupara su lugar. En su camino de regreso, Elías encontró a Eliseo arando el campo y le echó su manto por encima, mostrando así que Eliseo continuaría su misión profética. Eliseo se despidió precipitadamente de los suyos y le siguió. Elías continuó su misión unos cuantos años más junto a Eliseo, como si éste fuera un aprendiz de profeta.
Pero llegó un momento en que ambos supieron que Elías estaba a punto de ser arrebatado. De hecho, todos los profetas de Dios lo sabían. Tres veces dio Elías a Eliseo la posibilidad de que no le siguiera, pero Eliseo replicó: “Por vida del Señor y por tu misma vida, que no te he de abandonar ”. Cuando llegaron al Jordán, Elías golpeó el agua con su manto y se formó un camino seco a través del río (un milagro similar al que hizo Moisés, otro profeta que también había pasado cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí).
Los dos profetas cruzaron el río y en el otro lado Elías dijo finalmente lo que ambos pensaban: “Cuando hubieron pasado dijo Elías a Eliseo: -Pide qué he de hacer por ti antes de que sea arrebatado de tu lado. Contestó Eliseo: -Por favor, que yo reciba dos partes de tu espíritu. Él contestó: -Has pedido algo muy difícil. Si me ves cuando sea arrebatado de tu lado, se te concederá; y si no, no sucederá” (2 R 2, 9-10). “Dos partes” era la herencia del hijo primogénito. Eliseo estaba pidiendo convertirse en heredero y sucesor de Elías. Lo que pedía no era precisamente un privilegio: Elías había pasado la mayor parte de su vida amenazado de muerte por los crueles reyes de Israel. Pero era lo que podía pedir un profeta, si lo único que le movía era un ardiente amor de Dios.
“Ellos iban andando y hablando y de pronto un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ambos, y Elías fue arrebatado a los cielos en un torbellino. Eliseo lo veía y gritaba: – ¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel! Y ya no lo vio más” (2 R 2, 11-12). “¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!” (2 R 2, 12). Entonces Eliseo rasgó sus propias vestiduras y se puso el manto de Elías. De regreso de la asombrosa visión de Elías siendo arrebatado al cielo, Eliseo llegó otra vez al Jordán. “¿Dónde está el Señor, Dios de Elías?”, dijo. Y golpeó las aguas con el manto, y de nuevo apareció un camino seco. Eliseo había heredado el espíritu de Elías.
Lo vemos confirmado en los milagros que realiza: divide el Jordán, hace que el aceite dure indefinidamente10 y resucita a un joven11, lo mismo que había hecho Eliseo. La amenaza de los asirios Pero incluso con profetas como Elías o Eliseo que llamaban a la conversión a Dios, el pueblo de Israel todavía adoraba a los falsos dioses. También Judá tenía muchos adoradores de ídolos, pero, excepto algunos intentos de reforma, Israel nunca volvió realmente al culto del verdadero Dios. Mientras tanto crecía cada vez más una inquietante amenaza que venía del nordeste. Los asirios estaban extendiendo rápidamente su imperio y no tardarían mucho en poner a Israel entre sus objetivos. En la antigüedad, todas las conquistas eran terribles y sangrientas, pero los asirios eran más crueles de lo habitual.
Su arte y literatura muestran un verdadero deleite en la guerra y el asesinato, como si masacrar fuera su deporte nacional. La conquista era el principal motivo de gloria para los reyes asirios. En la coronación de los reyes, los sacerdotes informaban solemnemente al nuevo rey lo que los dioses esperaban de él: “¡Expande tu territorio!”. La conquista era un deber religioso del rey. Para Israel, lo peor de los asirios era su cruel política de conquista, con la que se aseguraban que no hubiera rebeliones. Los asirios deportaban a toda la población de la provincia conquistada y la enviaban a vivir a una tierra extraña, o incluso la dispersaban por todo su imperio.
Esperaban que los refugiados deportados ya no tuvieran ni los recursos ni el espíritu para rebelarse contra el imperio. La capital de Asiria era Nínive, una ciudad enorme de cientos de miles de habitantes. La ciudad era más rica de lo que nadie podía imaginar, gracias a los botines que había acumulado con sus conquistas. Para las personas de Israel y Judá, que vivían en constante temor de un ataque asirio, Nínive era el símbolo de todo lo malvado del mundo, como vimos en la historia de Jonás.
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