Superó la bebida y el odio a Dios, y tenía otro reto: el de perseverar
(Religión en Libertad) Gabriel se educó en una familia cristiana. Iban a misa, pero no rezaban juntos. Durante el colegio y la enseñanza secundaria tuvo amistades “complicadas”, y en esa época murió su abuelo: “Lo pasé muy mal porque me sentía muy apegado a él y desgraciadamente no pudimos despedirnos”.
Tal cóctel emocional se transformó, en su mentalidad adolescente, en un cierto reproche hacia su abuelo: “Ese gran dolor me lo llevé al instituto“, explica a Découvrir Dieu.
Al llegar a la universidad las cosas cambiaron: “Comencé la buena vida. Salía mucho con los compañeros. Y bebía mucho, cada vez más, hasta acabar bebiendo todos los días“.
Con espurias razones, pero acudió
La disipación empezó a frenarse gracias a una amiga que le propuso hacer un retiro espiritual. Confiesa que su objetivo en esos ejercicios, “más que la oración”, era conocer alguna chica.
“Pero no podía escapar de los ratos de oración con los demás”, confiesa. Eso sí, su forma de rezar era algo particular… “Le decía al Señor: ‘Señor, tú no me escuchas, no te importa ni lo que vivo ni lo que digo’”.
En un momento del retiro, un hombre tomó el micrófono y le dejó estupefacto: “En esta asamblea hay un joven que perdió a su abuelo y nunca pudo decirle adiós. Su abuelo le dice adiós”.
“Con el corazón profundamente impactado”, relata Gabriel, “sentí el amor de Cristo, el amor de Dios por mí. Todo el odio que había abrigado contra Él en el pasado desapareció. ¡Veo que me ama, que soy amado por Él!”
Un sacrificio por la perseverancia
Tras esta experiencia y la conclusión de los ejercicios, su perspectiva había cambiado: “Me sentía feliz, me consideraba ‘un buen tipo’. Es lo que me decía a mí mismo”.
Al cabo de un par de semanas, “el fuego se extinguió”: “Sé que amo a Dios, pero perseverar es difícil. Vuelvo a beber mucho. Me siento abrumado, mi vida no se corresponde en el fondo a la que yo querría vivir: vivir del amor de Dios. Me siento atrapado por el mundo, pero sé que eso no es coherente con lo que quiero vivir con Dios”.
Gabriel tenía que optar entre volver a su existencia anterior o hacer lo que hiciese falta para perseverar en la senda que claramente había visto. Optó por la perseverancia.
“Me inscribo en un grupo de oración con estudiantes para no seguir solo y estar acompañado”, recuerda: “Pero este compromiso, importante para mí porque sé que ahí reencontraré el amor de Dios, sigue siendo difícil de mantener. Enseguida prefiero volver con mis compañeros y beber”.
Y así fue por un tiempo, pero la semilla estaba echada y germinó. Volvió al grupo: “Durante seis meses mantengo mi compromiso y quedo todas las semanas con ocho personas a quienes no necesariamente habría escogido como amigos, pero que me enseñaron a rezar y a mantener mi relación con Dios. Ahora llevo ya seis años en los que todos los días rezo. He aprendido a abandonarme completamente a Cristo, a decir ‘Señor, Tú sabes lo que es bueno para mí’. Y en vez de mirarme a mí mismo, miro a Cristo y a los demás. Es una gran felicidad, un abandono. Ahora le digo al Señor: ‘Confío en tus manos mi vocación, ya sea para ser sacerdote, o para amar a una mujer. A ti lo confío'”.
En ese “gran abandono“, concluye, ha encontrado “una alegría inmensa“.
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