Elisa Fuksas, cineasta recién bautizada: «La fe me ha ayudado a entender que no todo depende de mí»
(Religión en Libertad) Elisa Fuksas es hija del célebre arquitecto Massimiliano Fuksas y ha heredado su talento artístico, aunque ella lo vuelca en la escritura y en el cine. Llamó la atención de los críticos con Nina (2012) y La App (2019), una película de Netflix.
En las jornadas de los autores de la Mostra de Venecia de este año ha presentado iSola, un singular documental rodado con su móvil en el que ella es la protagonista. Cuenta cómo vivió dos experiencias simultáneas en el tiempo que tuvo que pasar en soledad: el confinamiento por el covid y el cáncer de tiroides que le diagnosticaron el Miércoles de Ceniza.
Todo ello coincide con la publicación de su primera novela, Ama e fai quello che vuoi, un título que toma prestado de la célebre sentencia de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras“. En ella, la protagonista, al recibir una propuesta de matrimonio, repara en que no está bautizada e inicia el camino que le llevará al sacramento.
Es la historia de su propia conversión. Se bautizó en Florencia la noche de Pascua de 2019. Ella, que “en las ceremonias religiosas de parientes o amigos estaba con la boca cerrada, orgullosa de no conocer una sola oración, de no saber la diferencia entre Dios, Jesús y el Espíritu Santo”. Pero, explica a Io Donna, “luego la vida va por donde le place”.
De esas inquietudes religiosas y de otras cosas ha conversado con Simonetta Sciandivasci en Il Foglio:
¿Tienes un momento, Dios?
En su libro todo pasa temprano por la mañana. Al alba. A veces incluso antes. Alberto Moravia decía que se debe escribir en cuanto nos despertamos, porque en ese momento estamos incontaminados y, además, el teléfono no suena a esas horas.
Así que, dado que el libro está acabado, por la mañana temprano llamo a Elisa Fuksas; la llamo con las primeras luces del día y ella me responde enseguida, desde Venecia; me parece que lleve despierta horas y no responde al teléfono con el habitual Pronto! sino que dice “gracias por la puntualidad”. Le respondo que he llamado con seis minutos de retraso y me dice que un retraso (si es leve) es una forma de cortesía, es la posibilidad que damos a los demás de equivocarse, de tener un imprevisto, de no ser perfectos, el modo con el que aliviamos la presión de las expectativas. ¡Y yo que solo me había demorado porque me estaba tomando el café!
Pero tiene razón. En su libro escribe: “Es necesario el azar para que sucedan las cosas para las que estamos destinados”. Ama e fai quel che vuoi (Marsilio) es su primera novela, o eso dice, puesto que ha escrito varios libros, después de haber trabajado como arquitecto un tiempo (porque sí, es la hija de Massimiliano Fuksas) y haberlo dejado, y haber rodado películas, anuncios y documentales.
Esta novela es la historia de su conversión, de esa vez en que una persona a la que conocía desde hacía poco le dijo que quería casarse con ella, y entonces ella respondió que él ya estaba casado, y él le había dicho que había pasado mucho tempo y que se casaría con ella en la iglesia y ella había pensado: “Joder, si no estoy bautizada“. Y después empezó a pensar en ello, en él, en Dios, la iglesia, el matrimonio de sus padres, que se han casado dos veces, la primera en un gimnasio, cuando ella era muy pequeña y la segunda en una iglesia, cuando ella era ya adulta.
-Ha escrito que las iglesias son naturales para usted. ¡Qué fuerte!
-Quería decir que en ellas me siento como en casa. De pequeña las visitaba con mi padre; para él eran el lugar donde podías ver un Caravaggio o el retablo más bello de Europa. Él tiene esa mirada, llamémosla, técnica.
-¿De gran estrella?
-De arquitecto.
-¿Lo dice porque es su hija y entonces acorta las distancias?
-No, al contrario. Cuando él trabajaba en la Nuvola [el Centro de Congresos y Hotel Roma EUR ‘la Nuvola’], decidí hacer un documental para establecer una relación con él. Y no porque él sea un persona huidiza o distraída, sino porque las únicas relaciones que consigo establecer con amigos, novios y familiares son esas en las que hay de por medio una producción: tengo que hacer algo con alguien y por alguien. La acción tiene que estar unida a las intenciones. Ese documental es un acto de amor y de conexión.
-¿Por qué abandonó la arquitectura?
-Porque la arquitectura es el sentido de la vida de mi padre, no el mío.
-¿Le sabe mal no recoger su herencia?
-Mucho, pero no consigo hacerlo.
-¿Qué consigue hacer?
-No lo sé, tal vez nada. Una de las cosas que más temo en el mundo es la pregunta: ¿qué haces? No sé qué responder. Normalmente suelo decir: “Escribo”, pero no sé si es mi oficio. Ciertamente, no es el único.
-Alain de Botton escribió que el arquitecto es el verdadero filósofo de nuestro tiempo y que la arquitectura es una disciplina que conecta todas las otras, las hace dialogar.
-Tiene razón. La arquitectura tiene algo sagrado porque es la expresión de la voluntad colectiva del hombre. La interpreta, resume el aire de una época o, por lo menos, se esfuerza en unir los infinitos aires de una época, los infinitos espíritus del tiempo en el que vivimos. Nunca hay una atmósfera que nos implique a todos y en la que podamos movernos y me sabe mal, porque dificulta el poder trabajar en equipo, llevar a cabo proyectos colectivos. Me gustaría muchísimo trabajar con otras personas, es lo que más echo en falta.
-Sin embargo, para trabajar con otros es necesario no ser egoístas, ¿no?
-Ciertamente, pero es secundario respecto al vivir inmersos en un espíritu del tiempo realmente compartido. Temo que sea por esto, y no porque seamos egoístas o egocéntricos, por lo que no conseguimos -hablo de mi generación- que haya una clase política que nos represente. Hace unos días vi a Francesco Rutelli, al que apenas conozco, y fui hacia él entusiasmada para decirle que debería ser candidato y volver a ejercer como alcalde de Roma. Me respondió: tenéis que hacerlo vosotros, es vuestro turno. Sin embargo, no conozco a ningún coetáneo mío que sueñe con ser alcalde. Y tampoco conozco a muchas personas de mi generación que piensen que puedan cambiar las cosas a través de la política.
-¿La fe cambia las cosas?
-La vida cambia las cosas. El único modo de vivir es transformarse, cambiar continuamente, estar siempre en movimiento.
El acercamiento de Elisa a la fe es muy reciente, y le ha consagrado su primera novela. Foto: Ansa / Il Foglio.
-Me asombra la insistencia con la que en el libro escribe que creer en Dios no la ha cambiado.
-Me ha hecho crecer, no me ha cambiado. Todos los sacerdotes con los que he hablado me han dicho lo mismo: cambian los ojos, se tiene acceso a lo invisible, se advierte el misterio, pero se sigue siendo uno mismo. En el momento en el que descubrí a Dios me sucedió algo muy similar al enamoramiento, cuando se siente un asombro continuo mirando a la persona que se ama. Sigo maravillándome. Me gustaría que sucediera también en la realidad, con los demás. Busco a alguien que me produzca un efecto similar.
-¿La relación con los demás es distinta desde que cree en Dios?
-Mi ex novio me ha dicho: ¡eres el fracaso de Dios! Con ello quiere decir que ni siquiera la religión me ha quitado mis defectos, mis miedos, mis ansias. Y así es, pero creo que es algo normal, justo. Sin embargo, soy una persona más disponible. Y me muevo en paz por el mundo, ya no creo en los enemigos, no creo que el mundo no nos ame, no creo que sea nuestro obstáculo: pienso solo que nos considera muy poco.
-He leído muchos otros relatos de conversión y todos hablaban de un cambio profundo, de una revolución. El suyo no. Me parece que su libro cuenta, sobre todo, un retorno a casa.
-Sí, me había echado mucho de menos a mí misma. Primero no era yo, y desde hacía tiempo buscaba un modo de desplazarme de mí misma. El amor te hace salir de ti mismo. O la fe. Cuando lo he hecho, me he dado cuenta de que estaba viviendo en una dimensión que no era auténtica, que no me pertenecía.
-En un determinado momento usted escribe que ha descubierto, estudiando los textos sagrados, que es muy ignorante. Habla de una “ignorancia que es de otro mundo”.
-Me refería precisamente a esa realidad no auténtica, a la dimensión hecha de convenciones en las que nos encontramos todos y donde vivir es automático: puedes atravesar, hacer, ocupar de manera automática, sin demasiado esfuerzo, con serenidad. Odio la serenidad, oír la palabra me irrita; es más, me horroriza, casi como la muerte. No sé qué harán todos con la serenidad, de verdad que no lo entiendo. Es como las vacaciones: ¿de qué nos vamos de vacaciones? La serenidad me parece unas vacaciones prolongadas, algo totalmente insensato.
-Sacamos a relucir la serenidad cuando hablamos de felicidad.
-Sí, porque la felicidad nos parece una quimera, una utopía infantil. Y así, para parecer sabios, adultos, decimos que solo existe la serenidad, que es duradera, mientras que ser felices no es más que un instante, tan transitorio como estúpido. Decimos. Mentimos, naturalmente.
-¿Ser infeliz es una culpa?
-Pues claro que lo es. Yo busco la felicidad, que se alcanza y se obtiene combatiendo. La serenidad también, tal vez, pero la serenidad no me sirve para nada.
-¿Y qué la hace feliz?
-Tal vez mi perro, porque no sufre de entropía. Más lo miro y más me gusta porque me doy cuenta de que no lo entiendo y que entre nosotros hay una distancia insuperable, que la da también el hecho de que muchas cosas que yo hago para conseguir su atención consiguen el efecto contrario. Hay un misterio hermosísimo y abismal en los animales y es importante tenerlo siempre en cuenta, poder interactuar también sin resolverlo, explicarlo.
»También soy feliz mientras hago cosas y me distraigo de la vida, porque vivir es muy difícil para mí. Me da felicidad olvidarme de mí misma: en esos momentos intuyo, tengo ideas, vislumbro un significado. Para comprender las cosas hay que estar fuera de ellas. La fe me ha ayudado a dar ese paso, a encontrar el valor de hacerlo, a comprender que no todo depende de mí y que soy parte de un plan que actúa sobre mí independientemente de si lo entiendo o no. El misterio toma el rostro de las cosas que pueden hablarnos, pero no está dicho que comprendamos todo lo que nos dicen. A veces basta con observar, escuchar. Una de las razones por las que me gusta muchísimo envejecer es que podemos dimitir de la obligación de comprender y dar explicaciones. Los demás ya no pretenden nada, respetan tus decisiones también cuando son incomprensibles.
-¿Cómo ha sido su infancia?
-Recuerdo muy poco. Mi vida inició cuando nació mi hermana. Tenía 13 años y comprendí enseguida que ella era un tema del que me debía ocupar y del que debía ser testimonio.
-¿Ha pensado en ser monja?
-Temo que ya no tengo edad para serlo. Sin embargo, me he informado y he descubierto que se puede llevar una vida consagrada, sin hacer los votos, viviendo en casa. Haces una promesa, pero sin votos. Si cometes un error, si esa nueva vida, ese modo nuevo de estar en el mundo te agobian e infringes las reglas, te confiesas. ¿Que prometes la castidad y no mantienes la promesa? Te confiesas.
-Es una postura muy cómoda.
-Tal vez. Pero la grandeza del cristianismo es el perdón.
-¿Abusa usted de ese perdón?
-En absoluto. Yo perdono a los demás, pero raramente a mí misma. Porque no me parece justo perdonarse a uno mismo. Es necesario ser intransigentes. Y no para no equivocarse, puesto que el mal y el bien se invierten continuamente, sino para no quedarse parados.
-¿Qué le gusta de las monjas?
-Son mujeres que se dedican totalmente a algo superior, ulterior. Ya no tienen el problema de quiénes parecen ser, quiénes son, el tiempo no les afecta, tienen el cabello cubierto. Una mujer sin cabello es algo difícil de interpretar. No creo que nunca tenga su valor.
-¿Siente de verdad el amor de Dios?
-Sí. Al inicio no comprendía la simetría: tú pides y Él escucha, Él da. En realidad, Dios te devuelve el amor que tú le das, aumentado. De hecho, cuanto más amo, más me siento amada.
»Estoy convencida de que Dios nos ama sin ponernos a prueba, sin sopesar lo que es justo y lo que no lo es: es verdad que todos somos hijos suyos, todos iguales. Lo que a nosotros nos parece una prueba o un castigo, no lo es: somos nosotros los que le damos ese significado, esa interpretación. Un año después de mi bautismo me diagnosticaron un cáncer, lo cuento en mi documental iSola, ahora en la Mostra de Venecia, y cuando tenían que operarme llegó la pandemia, así que me quedé semanas encerrada en casa con mi perro preguntándome si eso era una prueba, una prueba de fe. No lo era, pero yo le di ese valor.
Elisa explica para Cineuropa la gestación de su película “iSola”.
-¿Prueba superada?
-Mi fe en Dios no ha vacilado un solo instante.
-¿Ha tenido miedo a morir?
-Siempre tengo miedo. Por eso no duermo y me da miedo la oscuridad. Desde que era niña, dormir me ha parecido una prueba, una simulación de la muerte. Cuando era pequeña, antes de irme a la cama me daba un baño porque pensaba: si no me despierto, por lo menos estoy limpia y arreglada.
-Muy pragmática.
-Sí. Cuando esperaba que me llevaran a quirófano y del miedo se me escapaba el pipí, vi el crucifijo de mi habitación y pensé: si este hombre ha sufrido latigazos, insultos, violencias de todo tipo, yo puedo superar una anestesia total. Entonces me cogió una especie de euforia y empecé a impacientarme para poder enfrentarme a ese desafío.
-¿El cristianismo ha eliminado su miedo a morir?
-No. Y aún le tengo miedo a la oscuridad.
-¿Le sabe mal que ningún amigo suyo crea en Dios y que no pueda compartir su fe?
-Me sabe mal por ellos, no por mí. Además, no es verdad que no puedo compartir la fe: la verdadera oración es esa en la que pides por los demás, el bien que pides por los demás le toca también al que reza, porque el bien da vueltas y es más universal que el mal. Una amiga mía siempre dice que es importante que las cosas le vayan bien a uno de nosotros, solo a uno de nosotros: los otros se beneficiarán de ello. La soledad, además, no me disgusta. La relación con el misterio debe ser solitaria, única, un cara a cara. A las citas verdaderamente importantes vamos solos.
-¿Teme que los demás la condicionen?
-Los antropólogos siempre tienen en cuenta que cuando observan las poblaciones que estudian, la observación cambia al observado. La mirada de los demás me gusta, pero me cambia, y entre Dios y yo no quiero molestias, mediaciones, limitaciones.
-¿Usted es más usted en la vida o en el relato?
-En el relato. Porque en él hay esa distancia que permite comprender y salir al descubierto sin las sobreestructuras que he decidido abandonar. Cuando relato, no tengo nada bajo control, no respeto guiones, intenciones o programas: no tengo más papel que el de abandonarme. Es más: tal vez debería hablar más de función que de papel. Y entonces soy libre.
»Las cosas mejores, en el fondo, las hago cuando no me doy cuenta de dónde llego, cuando no me planteo un objetivo, no construyo una estrategia (por no decir que cuando deseo ser estratega organizo unos desastres terribles, no soy en absoluto capaz de respetar un plan y seguirlo).
»Al inicio, cuando decidí escribir este libro, quería relatar una historia similar a la mía y adopté la tercera persona: tomaba apuntes continuamente, escribía todo lo que se me pasaba por la cabeza y después lo transformaba, lo elaboraba, hacía de mí misma un personaje. Pronto me di cuenta de que no funcionaba, no era verdadero, entonces lo cambié todo y me puse a contar las cosas tal como habían sucedido, como fueron, saqué el backstage. Y esta fue la decisión crucial que me hizo organizar el resto. He intentado inventar una yo que es un poco otra, pero esta otra ha resultado ser mucho más yo de lo que pensaba. Es una sombra, un micromovimiento que no es una desembocadura, sino un fotograma más.
-Dice usted que debemos ser más esenciales. ¿Por qué?
-El mundo ha cambiado, debemos renunciar a las antiguas certezas y a los viejos filtros, porque nos devuelven a cómo éramos antes. Este virus ha anidado en nuestra memoria, nos ha puesto en una encrucijada, una encrucijada infinita (nunca hay solo dos caminos) para poder replantear toda nuestra historia, nuestras metas. No está dicho que cambiemos, pero por lo menos podemos pensar en por qué nos hemos convertido en lo que somos.
-¿Existe la libertad?
–La fe es un espacio de libertad, el primero que he encontrado en mi vida. Escribir ha sido una suerte de oración que me ha permitido llegar a ella.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
(127)